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México sin rumbo no puede progresar

JULIO FAESLER

Los principales índices confirman que vamos bajando en las condiciones sociales y económicas. Si no detenemos esta tendencia que lleva varios meses de aletargar nuestras actividades productivas, las consecuencias serán imponer más privaciones al pueblo.

¿Qué debemos hacer para encarrilar al país hacia espacios de bienestar y tranquilidad social? No contamos ya con las estructuras que dieron base a al viejo" milagro mexicano" que se dio después de la II Guerra Mundial sostenido en un apretado nudo de instrumentos políticos, financieros y administrativos que integraron el exitoso programa del "desarrollo estabilizador" mundialmente aclamado.

El escenario político y social de nuestro momento es diametralmente diferente al que se daba entre 1945 hasta los 60s. Gracias a las administraciones pasadas más recientes no hay política de desarrollo alguno. Podríamos suponer que el Plan Nacional de Desarrollo (PND), aprobado hace poco por el Congreso suplía esa necesidad. El caso es que el documento resultó una innocua relación de programas electoreros que no estableció ni metas ni instrumentos administrativos sólidos carente de una metodología indispensable de medición que conformase un programa integrador de los esfuerzos nacionales. Sin tales ingredientes básicos no hay materia para coordinar en un todo armónico. Tampoco existe un Comité Económico y Social a donde presentar proyectos para la articulación de todos los factores reales del poder y que inspire metas interrelacionadas e interconectadas de apoyo recíproco.

Desde que los gobiernos adoptaron a mediados de los años ochenta el libre cambio sin orientación social alguna como concepto del proceso socioeconómico, éste ha reflejado la visión de los actores económicos sin intervención del gobierno que altere sus decisiones. La completa libertad de decisión y de acción ha sido hasta ahora la regla, así como el rechazo al concepto de política industrial. Las reuniones que el presidente de la República tiene con los empresarios más importantes se reducen a la presentación de cada uno de ellos de los grandes proyectos por echarse a andar y de esta manera obtener la benevolencia y el apoyo oficial que asegure su rentabilidad. La crítica participación de las PYMES es marginal por mucho que se les mencione.

Lejos estamos de la acción coordinadora de los factores de producción, educación y servicio social que condujo a los países más exitosos de Europa, Asia y Estados Unidos a aprovechar a cabalidad los talentos y los recursos naturales a través de una sistemática y ordenada distribución de tareas y esfuerzos que afianzaba el potencial de cada uno de los sectores diversos que componía el progreso nacional.

En el comercio exterior es donde podemos articular nuestra economía con el resto del mundo. Con una plétora excedida de acuerdos comerciales con más de 50 países, se han perdido las pistas que harían del comercio exterior el detonador más eficaz del desarrollo. La desaparición del IMCE que coordinaba la actividad tanto pública como privada de nuestro comercio internacional, a la vez que encauzaba los apoyos oficiales extendiendo un respaldo amplio al exportador, significó regresar las tareas de prospección y promoción de nuestro comercio exterior a la confusión y dispersión administrativas que el Instituto había resuelto. La entidad PROMEXICO creada posteriormente, encargada de atraer inversiones extranjeras sin dar la necesaria atención a la promoción de exportaciones fue desaparecida en la presente administración. Ahora se vuelve a encargar la promoción del comercio exterior al tiempo que los embajadores puedan dedicarle después de atender las responsabilidades propias de su tareas diplomáticas.

La determinación de las prioridades que conforman un programa de desarrollo que involucre a todas las actividades nacionales, es tarea que tiene que conjuntar la atención efectiva a las necesidades básicas de una población de más de 125 millones, con la visión del gobierno en coordinación con los actores económicos y sociales. Por ahora esta coordinación no existe y sin ella no hay posibilidades de desarrollar los recursos de nuestra comunidad nacional lo que revela el colosal desperdicio de recursos de toda índole.

La historia de la frustración de los instrumentos que a lo largo de los años se han echado andar es la de la monumental escala de corrupción que los sucesivos gobiernos toleraron e incluso auspiciaron en aras de controlar una estabilidad socioelectoral. La corrupción, hecha sistema, ha impedido la ejecución y permanencia de los propios instrumentos y programas que el país requería y ha drenado la energía de la nación. La falta de metas claras, la descoordinación con que el gobierno ha intentado desarrollar el país y la enquistada corrupción que siempre ha acompañado todo este proceso, explican el inmenso desperdicio de recursos del que todos de alguna manera somos culpables.

Los tiempos se agotan. México tiene que reponerlo superando los lastres de su retraso.

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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