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Al Larguero

EL HUEVO

ALEJANDRO TOVAR

Volvió una noche. La brisa del Jalisco le vino bien, como el viento de su Montevideo en verano. En el vestuario, se refugió en un rincón y fue repasando detalladamente todos sus trucos, como un aprendiz de mago, nutrió su mentalidad para distinguir la realidad de la ficción y se repitió a sí mismo como una terapia personal: “puedes más de lo que te imaginas y vales más de lo que piensas”.

Antes de comenzar el show, apenas en el paseíllo, saludando a los 36 mil de alma rojinegra, casi todos, se decidió a profetizar en la tierra de los profetas y le asaltaron en el previo, los recuerdos de la tierra, del pasado obsesivo, como cuando lo desechó Boca Juniors, por ser un pibe de buen futbol pero “flaquito y chiquito” así que volvió a entrenarse con Defensor Sporting, a donde llegaba en bicicleta y muchas veces, sin comer, porque vivía en un contexto social muy complicado.

Quien tiene pocas pertenencias se aferra ellas con toda su fuerza, en la recreación de un mundo simple, donde hay sentimientos y temores, con muy pocas alegrías por ello apuró a desarrollar su juego, a ganar masa muscular y se consolidó con el bicampeonato Sub 19 hasta que debutó en primera división contra Peñarol, nada menos (0-0) el 6 de septiembre del 2014.

Con la obligación de exigirse, ser imaginativo y luchar contra lo común, Brian Avelino Lozano Aparicio (25) se hizo notar pronto en Defensor, con habilidad, velocidad y punch, hasta que América decidió pagar tres millones de dólares por su pase en 2015. Tuvo escasas apariciones y de pronto, una lesión le tapó el paso. Fue olvidado. Aunque regresó a la patria con Nacional, aquello era como un destierro y se prometió regresar con esa vieja costumbre de ser osado y diferente.

A Santos llegó con el título uruguayo ganado con la histórica casaca nacionalista y cubrió un año de éxito, siendo manija, líder, goleador y pasador de excelencia, creándose una fama bien ganada, aunque luego en la última etapa, junto con el colectivo, se fueron hundiendo. El viernes en el Jalisco, ratificó que ha vuelto, con el esplendor de su futbol resolutivo, creativo y potente.

Atlas lo miraba de reojo quizá por bajito y delgado, sus zagueros probaron dos veces sus huesos, sin aminorar ni su velocidad ni su visión de campo, porque el temperamento es parte de su personalidad genética y él venía más dotado que nunca, porque se ha confirmado ya como un jugador eléctrico, de esos que tienen como la luz del minero en el casco e iluminan toda el área.

Hoy no es solamente el hombre de quien depende mucho del santismo, él mismo es el triunfo de su propia imaginación, por lo que supo perseverar confiando en sus condiciones, como el domador de serpientes, como el acróbata que se mueve sin más trono que el trapecio, es también la luz que alienta la esperanza de millares, que no desean pensar en las limitantes del plantel en número, sino que se aferran como nadie a una esperanza tan fuerte como el mismo sol lagunero.

Todo hombre ve en el mundo lo que lleva en su corazón. El Huevo Lozano vio perseverancia. Y volvió una noche.

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