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Para luego es tarde

JULIO FAESLER

Pasan días y semanas, ya llevamos todo este año sin que haya tranquilidad en la sociedad. La expectación con que recibimos el nuevo capítulo en la vida nacional está convirtiéndose en preocupación que brota de los más diversos ángulos de los mismos que apoyan todavía con ciega fe en lo que lo que el presidente López Obrador representa. Los comentarios adversos se repiten aprovechando la libertad de que gozan los periodistas más destacados de la República. Los hay sin embargo, los que no están tan seguros. Ha terminado la ventaja de la duda y a la vista del segundo año de la administración, brotan problemas reprimidos.

Los índices socioeconómicos no están bien. Hace pocos días nos aliviamos al saber que el PNB para este año puede crecer al 1%. Los demás datos son tristes y ponen en peligro nuestro buen crédito internacional. Los desvalidos inmigrantes centroamericanos nos abordan en la pidiendo que los "apoyemos" con unos cuantos centavos y nos da pena compartirles nuestra propia realidad de que no podemos ayudarlos mayormente y que también estamos pasando momentos apretados.

La situación en México no está ni mucho menos como en Centroamérica, pero esto es poco consuelo. Estamos sufriendo las consecuencias de haber dejado pasar durante tantos años las oportunidades para poner a trabajar los amplios recursos de que hemos disponemos desde siempre. Quizás nos confiamos en las fáciles soluciones que nos proponían nuestras autoridades. Adormecidos por la seguridad de que del gobierno siempre habría de emanar el remedio a todo mal.

Pasó el tiempo, de año en año, de sexenio en sexenio, esperando que el siguiente sería mejor. La solidez de las estructuras resultó engañosa y llegado el nuevo siglo las crudezas de nuestra laxitud de las instituciones políticas y la inmadurez de nuestra economía por fin se revelaron. Estamos viendo el resultado de nuestra poca previsión. De habernos despertado al peligro hace 20 o 30 años no habríamos caído en la mansedumbre cívica que permitió los abusos que drenaron nuestras finanzas y la potencia productiva.

Caídos en la oquedad actual la llenamos con denuncias y procesos que esperamos tengan éxito en perseguir a los innumerables facinerosos del gobierno y sus compañeros empresarios. Así queremos reponer energías y surgir adelante en un nuevo capítulo ahora sí con rumbo y firme progreso verdadero.

El escenario político es importante porque en él se desenvuelven una buena porción de la corrupción que nos inunda. Por esto no hay que tolerar las picardías electorales como las que seguimos presenciando en Baja California o Puebla, o los desfalcos al erario público como el de la Estafa Maestra y el de Odebrecht.

Pero lo que más daña cualquier esfuerzo de recuperación es la pasividad de la ciudadanía. Si el reto anunciado por el gobierno es el de vencer la impunidad, lo que se requiere es aprovechar el llamado con una reacción vigorosa de cada individuo contra todo abuso de poder que llegue a su conocimiento sin importar colores e ideologías partidistas.

El ejemplo de vigor ciudadano ya se dio hace pocos años y debemos tomar la estafeta que nos dejaron los que con coordinada energía en organizaciones cívicas obligaron al gobierno a crear las instituciones electorales como el Instituto Federal Electoral, con padrones electorales confiables, credencial electoral con foto y tribunal electoral que en su conjunto, hacen posible un manejo comparable de elecciones al de otros países.

Lo que ahora corresponde es tomarle la palabra al presidente López Obrador y proponernos a denunciar directamente a la autoridad correspondiente los actos que se aparten de las normas. La marejada resultante de acusaciones y exigencias tendrán efecto aunque sea por lo que significan en términos de la ambición de todo funcionario o representante popular por ser reelecto en los comicios que ya están a la vista.

No habrá mejora en las condiciones políticas o económicas de nuestro país sin la exigencia popular. Se ha perdido tiempo. Nunca es tarde para comenzar.

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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