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El jarabe del delito

JUAN VILLORO

Hace unos días crucé por tierra la frontera entre Estados Unidos y Canadá para dirigirme a Vancouver. La zona que delimita los dos países es un parque sembrado de flores donde juegan los niños. Todo parece idílico en el lugar, sobre todo para alguien que viene del sur profundo, donde la migración se escribe con sangre. Sin embargo, también los jardines tienen dramas que contar. Las discordias de la apacible frontera canadiense derivan del dulce regusto de la miel.

La hoja de maple (o arce) adorna la bandera de Canadá y anuncia que de ahí proviene casi el 80 por ciento de la producción mundial del jarabe con el que se endulzan los waffles del mundo. Este torrente podría servir para que las cataratas del Niágara se transformaran durante un siglo en una cascada lenta. El 70 por ciento de esa densa golosina se hace en la provincia de Quebec.

Un estricto control determina que el producto tenga un precio único. La Federación de Productores de Sirope de Arce de Quebec es una especie de OPEP del maple integrada por un solo país. No en balde la región es conocida como la Arabia Saudita de la miel.

Los productores pueden disponer de una cantidad para consumo propio y de algo más para la venta en pequeña escala. Como es de suponerse, muchos consideran injusto que el oro dulce no pueda ser vendido a mayor precio. Esto ha llevado a un tráfico ilegal menos dañino que el huachicol, pero que no deja de tener consecuencias para quienes lo practican.

Veamos el caso de Angèle Grenier, una abuela pelirroja que al amparo de la noche llenaba un camión con tambos de miel clandestina para venderlos al otro lado de la frontera. Su delito no puede compararse con el tráfico de armas, drogas o personas; sin embargo, enfrentó la posibilidad de ir a prisión y de pagar una multa de 500 mil dólares canadienses (cerca de 368 mil dólares de Estados Unidos). En su defensa, Grenier señaló que se oponía a la práctica monopólica de la Federación y advirtió que muchos de los más de siete mil productores hacen lo mismo que ella. No alcanzó el rango de heroína (la Juana de Arco de la Miel), pero conquistó numerosas simpatías y logró sortear la condena gracias a un pago de cien mil dólares canadienses en abogados.

El bosque fronterizo más grande del mundo es recorrido a deshoras por contrabandistas de la miel. Algunos, como Angèle Grenier, son productores indignados. Otros son meros ladrones que roban el sirope que se encuentra almacenado para revenderlo a mayor precio. La economía del "oro líquido" alcanza dimensiones colosales. Baste saber que el botín saqueado en un depósito tenía un valor de 30 millones de dólares canadienses. En otro atraco, los ladrones de miel lograron hacerse de diez mil barriles de sirope.

Para controlar los precios, la Federación de Sirope regula la producción. El cálculo no siempre es preciso, como tampoco lo es el rendimiento de la naturaleza. En 2009 se llegó a un desabasto particularmente grave porque ocurría un año después del desplome de las bolsas de valores en todo el mundo y la miel había pasado de ser un simple edulcorante para convertirse en un ansiolítico.

Desde entonces no ha habido escasez, pero las intrincadas aventuras de la savia de arce no sólo dependen de mantener buenas reservas. La Federación establece cuotas de producción y no todos reciben la misma oportunidad. Los productores más poderosos se imponen a los caseros y artesanales, y resulta casi imposible convertirse en nuevo productor.

"La miel es la epopeya del amor, la materialidad de lo infinito. Alma y sangre doliente de las flores condensada a través de otro espíritu", escribió con lírico entusiasmo Federico García Lorca. Se refería, por supuesto, a la miel en la que intervienen las abejas, el "otro espíritu" que condensa el néctar de las flores.

El jarabe de maple no requiere de solidarios insectos para su fabricación. Los inmensos bosques canadienses dependen de las iniciativas, los deseos de conservación y las rivalidades que provoca el apetito humano. En otros tiempos, las rutas de los navegantes eran decididas por la búsqueda de especias. Vasco da Gama logró que las ganancias de ese comercio hicieran que Portugal tuviera un edificio "hecho de pimienta".

La miel no es ajena al sudor ni a las lágrimas. En la contradictoria realidad, lo dulce se alimenta de la sal.

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Escrito en: editorial JUAN VILLORO

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