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México, ¿socio del nuevo y desafiante sultán?

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Entre los múltiples conflictos y tensiones de Oriente Medio -Siria, Irán, Palestina, Irak, Afganistán- es muy fácil perder de vista la creciente complejidad y los desafíos relacionados con una de las principales potencias regionales: Turquía. De la mano del presidente Recep Tayyip Erdogan, el estado euroasiático se está convirtiendo en un nuevo foco de incertidumbre en la región, que atrae cada vez con mayor fuerza las miradas de Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China en el marco del reacomodo geopolítico que se vive desde el inicio de la presente década. ¿Debería importarnos en México lo que ocurre con Turquía? La respuesta es sí, y mucho. Por varias razones.

El actual Gobierno de México pretende convertir a Turquía en socio estratégico a través del fortalecimiento de sus vínculos, según el Proyecto de Nación 2018-2024. El Ejecutivo federal pondera de aquella nación su posición geográfica estratégica, similar a la mexicana, como zonas de tránsito de migrantes, además de su condición de economía emergente de desarrollo medio con problemas de empleo similares y circunstancias demográficas parecidas. Recientemente, tanto México como Estados Unidos refirieron el acuerdo entre Turquía y la Unión Europea para atender el fenómeno de los refugiados sirios, como contexto para establecer un pacto sobre la migración proveniente de Centroamérica.

Turquía posee la décimo tercera economía más grande del mundo a niveles de paridad de poder adquisitivo, apenas por debajo de México e Italia (lugares 11 y 12) y por encima de Corea del Sur y España, de acuerdo con datos del Fondo Monetario Internacional. El crecimiento anual promedio de su Producto Interno Bruto entre 2000 y 2018 fue de 4.6 por ciento (en México fue de 2.1), lo que habla de una de las economías más dinámicas de la región, que se ha ido diversificando gradualmente con un importante acento en el sector automotriz, su principal ramo exportador, seguido del oro y la joyería, aunque mantiene un ligero balance deficitario. Con mucho, Europa occidental es el principal destino de sus exportaciones, pero en importaciones China es su primer socio comercial seguida de cerca por Alemania y Rusia.

Como puente entre Europa y Asia, la ubicación geográfica de Turquía es estratégica. Lo ha sido desde los tiempos del Imperio Otomano, gran rival de las potencias europeas previo y posterior a la expansión colonial del siglo XVI. Hoy conserva un pie en Europa con Estambul como cabeza de puente, la ciudad más poblada del continente y de gran importancia económica, cultural e histórica. Esta posición privilegiada ha convertido a Turquía en un jugador de primer orden en el complejo tablero del Oriente Medio, desde la Guerra Fría hasta nuestros días. Esa situación la ha sabido aprovechar cada vez de forma más asertiva incrementando el poder de sus fuerzas armadas, apuntaladas por el crecimiento económico. Turquía posee hoy el noveno ejército más poderoso del mundo, apenas por debajo del Reino Unido y por arriba de Alemania. No es poca cosa.

El Estado turco está gobernado desde 2014 por Recep Tayyip Erdogan, un economista y político estambuleño de ideología conservadora en lo social pero liberal en lo económico, con una clara tendencia proislamista, lo cual genera fuertes tensiones en una república laica como lo es Turquía. Erdogan y su partido (AKP) han ido construyendo una hegemonía política en lo que va de este siglo. Antes de ser presidente, fue primero ministro desde 2003. Y con la reforma constitucional de 2007 se allanó el camino para conceder más poderes al presidente, reforma cuyos frutos ha sabido recoger Erdogan, quien no ha mostrado empacho en fortalecer su figura enarbolando un nacionalismo que aspira a recuperar el "pasado glorioso" otomano, y fortaleciendo su base electoral entre los sectores conservadores musulmanes de la sociedad turca, frente a una oposición con clara tendencia europeísta, progresista y secular.

Hacia dentro, Erdogan ha tenido que enfrentar fuertes turbulencias políticas y de seguridad que van desde un fallido intento de golpe de Estado, reprimido por el gobierno con mano dura, hasta la reciente derrota electoral de su partido en Estambul, ciudad de la que fue alcalde entre 1994 y 1998, pasando por atroces ataques terroristas y la gestión obligada de una crisis motivada por el arribo de millones de refugiados sirios. Esta realidad y el paso masivo de sirios de Turquía a Europa llevó a la Unión Europea a plantear un acuerdo con Erdogan para retornar a territorio turco a todos los refugiados que hayan entrado al "espacio Schengen" para que soliciten asilo ahí, a cambio de aceptar el ingreso de quienes ya se encuentren en una situación regular, además de un apoyo de varios miles de millones de euros para que Turquía pueda atender a los inmigrantes. El acuerdo si bien ha logrado frenar el flujo de migrantes a través de Turquía y los recursos han sido entregados, no ha permitido avanzar el esquema de intercambio de un inmigrante por un asilado, lo cual ha llevado a pensar que tanto la Unión Europea como Turquía privilegian sus intereses por encima de cumplir los lineamientos internacionales en Derechos Humanos de los migrantes.

Respecto al conflicto sirio, no se puede obviar la participación que el gobierno turco ha tenido, al apoyar en el principio a grupos armados contrarios al régimen del presidente de Siria, Bachar el Asad, estrategia que no ha funcionado y que, por lo visto, no funcionará. No obstante, Turquía ha incrementado su presencia en el país vecino desplegando fuerzas armadas para contener a los kurdos, que han sido muy importantes en la lucha contra los terroristas del Estado Islámico, pero a quienes Ankara considera como enemigos y foco de inestabilidad por sus históricos reclamos territoriales. Las pretensiones de la Turquía de Erdogan, de afianzar su posición en Oriente Medio y ser la principal potencia regional, la han llevado a sostener rivalidades, que a veces se traducen en roces, con Israel, Irán y Arabia Saudí. Con estos dos últimos además compite por ponerse a la cabeza de las naciones de mayoría musulmana. Pero mientras con Riad la relación se ha tornado más tirante a raíz del asesinato del periodista Jamal Khashoggi en la embajada saudí en Estambul, con Teherán ha habido cierto entendimiento para buscar, junto con Rusia, poner fin al conflicto en Siria.

Mientras tanto, Erdogan ha aumentado sus desafíos a la Unión Europea, más allá de la situación de los refugiados sirios, y también a Estados Unidos. Respecto a la primera, durante años Turquía manifestó su intención de integrarse a la unión, pero el proceso se ha enfriado debido a las reticencias del llamado club de los 28 sobre las posturas cada vez más autoritarias del presidente turco. En días recientes, Bruselas aprobó la aplicación de sanciones a Turquía por violar la prohibición de explorar y explotar gas en aguas de Chipre, que Ankara reclama como suyas. La respuesta del gobierno de Erdogan fue enviar más buques al Mediterráneo Oriental en un franco desafío a la Unión Europea.

Pero de todos los vaivenes de las relaciones entre Turquía y el llamado Occidente, lo que más preocupación genera hoy es el distanciamiento y creciente hostilidad entre Ankara y Washington. Desde 1952, Turquía es miembro de la Alianza Atlántica (OTAN), organización creada por Estados Unidos para, en principio, frenar el avance del bloque comunista y, al final, imponer su hegemonía en el mundo. Turquía fue una pieza clave en el cerco de disuasión contra la Unión Soviética. Pero hoy las cosas han cambiado y el presidente Erdogan ha alineado intereses con el presidente ruso Vladimir Putin, quien ha logrado recuperar para su país el papel de potencia política y militar. El deterioro de las relaciones turco-estadounidenses se debe a varios factores, entre ellos: la sospecha de participación norteamericana en el fallido golpe de Estado; el apoyo de Washington a los kurdos para que éstos creen su propio estado a costa de la integridad territorial de Irak, Siria y Turquía, y el apoyo irrestricto de Estados Unidos a Israel y Arabia Saudí.

Los temores y ambiciones de Erdogan lo han llevado a alejarse de las posiciones comunes con Europa y América para acercarse a las de Eurasia. En ese contexto hay que leer el desafío turco de comprar a Rusia el nuevo sistema de misiles S-400, incompatible con los sistemas de la OTAN, hecho que ha llevado a Estados Unidos a plantearse la aplicación de sanciones a Ankara. Por lo pronto, Washington ha suspendido la venta de aviones caza F-35 a Turquía, quien ha respondido con un nuevo desafío: la posibilidad de comprar a Rusia aviones caza Su-35. Incluso, en el palacio blanco de Ankara ya se baraja la idea de abandonar la OTAN para incorporarse a la Organización para la Cooperación de Shanghái, que encabeza China y a la que pertenecen, entre otros, Rusia, India y Pakistán. ¿Estamos frente al inicio de la fractura de la alianza histórica turco-occidental y el surgimiento de una nueva alianza euroasiática, rival de Occidente? La situación es compleja y plantea un escenario global sin precedentes desde la Primera Guerra Mundial. Ante estos reacomodos, ¿mantendrá el gobierno de México su intención de hacer de Turquía un socio estratégico? ¿Será conveniente?

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