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¿En qué etapa nos encontramos?

JULIO FAESLER

Las naciones al igual que las personas transitan por distintas etapas de su vida. Este simple raciocinio ayuda a entender en qué etapa se encuentra México.

No se trata simplemente de distinguir entre infancia, juventud, madurez o senectud. Se trata más bien de ver hasta qué grado nuestra comunidad nacional ha llegado a saber aplicar sus experiencias desde su más remota historia hasta las más recientes para con ellas interpretar los acontecimientos que van sucediéndose uno tras otro y a la vez prepararse a enfrentar escenarios futuros.

Este ejercicio es importante. El presidente de la República nos está retando a cambiar paradigmas abandonando los que se han venido usando para adoptar nuevos en la creencia de que ofrecen mejores condiciones de felicidad individual.

Para las mayorías el asunto no se presenta con claridad. Esperan que el gobierno sea capaz de ofrecer mejores niveles de vida. Exigen e incluso amenazan.

La responsabilidad de diseñar los ingredientes del cambio radica en los que prometen las fórmulas necesarias. La responsabilidad recae en los que plantean dicho cambio los cuales no pueden verse débiles ante el terreno adverso que impida una acción correspondiente. Como en todas las sociedades, los cambios se dan lentamente dada la natural resistencia que su mero anuncio provoca.

Como con los individuos el tiempo no espera. La negligencia en materia social está en la naturaleza del ser humano que optará siempre por la comodidad en lugar de la lucha que es la única palanca del cambio. La falta de reacción caracteriza al caso mexicano. Este pasmo podría alargarse indefinidamente mientras el gobierno autoriza recortes presupuestales mientras reparte dádivas como las que el presidente dicta.

Las resistencias que está encontrando en amplios sectores de la opinión las ocasiona más la falta de coordinación en la acción oficial que en una honda convicción opositora. Pocos hay que aboguen por un statu quo que implica que continúen las injusticias y las desigualdades que a diario se hacen patentes al igual que sus consecuencias como la inequidad social y el desperdicio de oportunidades y de recursos que podrían usarse para mejorar las condiciones salud, educación y trabajo. Muchas personas sintonizan con el propósito de realizar los cambios que sean necesarios.

La situación a la que hoy nos enfrentamos es que si no se realizan pronto y en conjunto gobierno y ciudadanía las nuevas fórmulas de operación social para remediar las urgencias que la demografía ha acentuado, las carencias irán profundizándose hasta el grado de rebasar su nivel tolerable provocando inquietudes sociales que a todos dañen. Acabarán por imponerse por la fuerza o sin ella los cambios que debieron instalarse en momentos más favorables.

Los problemas que plantea una época de cambios como la actual están provocando en nuestro país muchas interrogantes respecto a la actividad política que debiera promover con muestras de buen gobierno el bienestar tangible. En su lugar se tienen consultas a mano alzada para favorecer decisiones presidenciales. Los planes de gobierno nos convencen y los actores económicos detienen sus inversiones.

La desorientación política cunde y las oscilaciones del electorado que apoya o rechaza los partidos políticos que solo buscan votos, es perfectamente explicable en razón de la ineptitud de esas organizaciones políticas para entregar a la población soluciones simples para cada necesidad.

No hay que olvidar, empero, que es la adhesión del elector por una u otra fórmula política, la que determina cuál ha de dominar en el gobierno. Siendo esto cierto, hay que tomar en cuenta que en la coyuntura actual, acaban por converger en recetas similares los que abogan por la economía pública manejada con ortodoxia con sus estrictas limitantes, con los que prefieren la liberalidad que da al que no tiene.

En efecto, hoy día se discute la posibilidad de la renta universal o bien la urgencia de proteger el empleo contra la apertura total de los mercados. Hay que reconocer la necesidad de ciertas dosis de deuda pública que se amortiza con el rendimiento de la producción estimulada por inversiones públicas. Ante estas formas de resolver los problemas, se diluyen los membretes y se reduce la función pública al simple tema de servir con prontitud y eficacia las necesidades populares. Es momento de actuar con valentía cada ciudadano haciéndose respetar. El país debe actuar como una colectividad madura, hacia adentro y hacia afuera.

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