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Vagaciones

Diálogo

YAMIL DARWICH

En mis tiempos de 'pobresor' -me autodefinía así por la poca paga- aprendí mucho de los adolescentes, más de lo que yo podía enseñarles.

Intuía -aún no estudiaba educación- que ellos utilizaban todo su tiempo en prepararse para la vida, pero jugando.

Hoy sé que, a través del juego, los humanos aprendemos más que en los salones de clases con buenos profesores y mucho más que castigándonos -pomposamente llamados 'reforzadores negativos'- o maltratándonos, como los mercenarios de la educación, que gustan de reprimir inquietos para controlarlos.

Ahora comprendo por qué mi primer educador -don Emilio, mi papá- de niño me decía "usted tiene dos trabajos: estudiar y jugar"; una verdadera cátedra, a pesar de que solamente cursó algunos años de primaria, allá en su pueblo, Salima El Maten, Líbano.

Lo cierto es que nosotros requerimos de mucho más tiempo, en comparación con el resto de los animales, para ser autosuficientes y poder valernos por nosotros mismos, aunque desesperanzadoramente algunos nunca lo lograrán y buscarán inocentes para parasitarlos; como ejemplo: los politiqueros.

Observemos a los pollos, quienes tan pronto salen del cascarón se dedican a picotear el suelo buscando alimento; nosotros requerimos al menos 12 meses del cuidado de nuestra madre para que nos alimentemos. Un potrillo, en unos minutos ya empieza a levantarse y en pocas horas se pone de pie para empezar a caminar, trotar y hasta correr; los humanos necesitamos meses para lograr sostener la cabeza, luego sentarnos, gatear y finalmente, después de un año, empezar a caminar ayudados por un mayor.

Podemos señalar a nuestro cerebro por el retardo, que siendo más evolucionado y privilegiado, requiere de más tiempo para madurar y coordinar mente y cuerpo; luego, orientarnos para comprender nuestra ubicación social.

Observemos a los changuitos -algunos muy parecidos al ´hermoso´ bebé de algunos amigos - y los veremos saltando, haciendo travesuras, sorprendiendo al hermanito, jalándole la cola al macho alfa o saltando a los hombros del padre. Están jugando y con ello desarrollando coordinación motora, lenguaje oral, corporal, hasta socialización y orden jerárquico del grupo.

Nosotros también empezamos haciendo juguetes, observando, mordiendo al mono de peluche y de paso desarrollando defensas inmunológicas. Creciendo y jugando, corriendo, saltando y hasta probando fuerzas físicas con otros niños, todo tiene que ver con aprender.

Jugando ejercitamos nuestro cerebro y aprendemos a pensar e imaginar, otro gran regalo de la naturaleza -Dios para los creyentes-.

Los más viejos jugamos desarrollando nuestra inventiva e imaginación: alimento cerebral. Una reja de madera, algunos clavos y cuatro baleros desechados se transformaban en un poderoso carro de propulsión humana -un amiguito empujando-; otros pedazos de madera unidos con ligas era un 'tirapalos', que lanzaba cabos de paletas de hielo altamente apreciadas en verano, verdaderas armas para guerrear o atacar monstruos y tirar al blanco. Recuerdo que, siendo niños, logramos la captura de "enemigos orientales": niños vecinos, hijos del odontólogo japonés del barrio.

Los campamentos nos permitían convivir con la naturaleza, dormir a cielo abierto, explorar, imaginar historias de terror y comer alimentos preparados por nosotros; por ello raramente nos enfermábamos, pero así aprendíamos biología, astronomía viendo al cielo nocturno y hasta cocina rápida.

Jugando en la calle estábamos vigilados por los vecinos; las mamás trabajaban en casa y tenían ojos en la espalda; además, los peluqueros, dueños de la tiendita y hasta algún zapatero o carnicero nos detenían si nos dábamos de trompadas o hacíamos algo peligroso como imaginarnos caminar en la cuerda floja, aprovechando la alta barda de la casa del vecino, incluido el susto de nuestras madres.

Hoy día nos escandalizamos con la mala educación de nuestros hijos, culpando por errado al sistema educativo. No tenemos tiempo de calidad ni cantidad para educarlos, porque papá y mamá trabajamos y llegamos cansados; por ello les compramos computadora con programas de juego y/o les instalamos televisión en su cuarto; así, los menores pierden oportunidades de desarrollo cerebral y relación social armoniosa.

Nos indignamos por el maltrato a los niños pobres, mala nutrición, cuidados y sin casa; en la propia, descuidamos a los nuestros y dejamos la educación en manos de maliciosos, profesores incapaces o la internet.

Les restamos oportunidades de aprender, explorar, comprobar, experimentar el desarrollo armónico para su buena vida adulta.

¿Qué será mejor? ¿desatenderlos protegiendo nuestras conciencias con concesiones y regalos o ayudarlos a aprender imaginando y alimentándolos con nuestra presencia?

Lo invito a dejarlos disfrutar -responsablemente- sus 'vagaciones' de verano y, mejor aún, enseñarlos a imaginar jugando con ellos, acompañándoles a construir sus propios juguetes, recrear historias fantásticas, aceptarlas y añadirles con imaginación y, de paso, regresar a sus tiempos de niño.

Conviva y deles afecto, déjelos crecer más sanamente y vacúnelos contra los malos hábitos. ¿Acepta el reto?

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