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Pequeñeces

Emilio Herrera

Propiedad

Es curioso cómo se llega a tener un sinnúmero de propiedades casi no dándose cuenta de ello. Uno tiene, por ejemplo, su peluquero, su sastre, como llegará a tener su cantinero, digo, en el caso de aquellos que disfrutan ciertas bebidas, sin buscar embriagarse jamás. Personas con las que apenas si se tiene qué hacer nada más que sentarnos a la mesa que atienden para estar servido de lo que más nos gusta, o a nuestra manera. Y es muy posible que la primera vez que esto sucediera ni siquiera supiéramos que aquello nos gustaba tanto, pero él sí.

La cosa comenzó cuando un primer sirviente audaz, en lugar de preguntar sobre lo que deseabas únicamente pidió la confirmación de si se iba a beber o a comer lo mismo de la última vez anterior. Seguramente lo habríamos pedido en el momento en que lo hubiesen preguntado, pero así quedaba establecida la nueva propiedad de ambos: uno tenía ya su mesero (en aquel sitio, otros en otros) y él un nuevo cliente.

Este tipo de propiedades es para toda la vida y casi siempre a la mitad de la de uno hay que buscar suplentes, pues como comenzamos con algunos casi niño es imposible que nos duren tanto.

El último jueves concurrí, acompañando de Elvira y Anita, al Museo del Bosque, donde el poeta Eduardo Mascarell presentaría, como ocurrió, su último libro de poesías. Y ya se sabe, en estos casos los salones se llenan despacio, pero se desahogan rápida, atropelladamente, sólo para ver a quién se reconoce en el vestíbulo y aprovechar la oportunidad para intercambiar pequeños comentarios con los conocidos.

Algunos entre ellos fueron los que, refiriéndose al evento similar a éste ocurrido en lo que fue Colegio Morelos que aquí comentara la semana pasada, me dijeron que dicho comentario les había hecho a ellos recordar su escuela, que es otra propiedad que cada uno adquirimos en nuestra vida y que jamás dejará de pertenecernos, aunque así pudiera parecer por años, propiedad que es un atributo esencial de todos los que pasamos por sus aulas y nos sentamos en sus pupitres.

Al salir de ella dejó de ser la escuela y hasta nuestra escuela para convertirse en nuestra máxima propiedad, convirtiéndose en mi escuela, en mi propia escuela, en mi propiedad con todas sus consecuencias, es decir, con todos sus recuerdos.

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