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El Último Round

EL SPARRING

WENDY ARELLANO

Siento la careta muy ajustada, pero estoy demasiado nerviosa como para reparar en ello. Soy la única mujer en el dojo, y por si esto fuera poco mi oponente es un hombre de aproximadamente 145 libras, al que creativamente apodaron: “Drago” (si, como el ruso de la película de Rocky IV). Pero no fue precisamente algún atributo físico lo que le hizo ganarse ese apelativo, sino que llanamente su primer nombre era Iván.

“Bebe”, ordena mi hermano, mientras inclina una botella de agua sobre mi boca. “Ya sabes lo que tienes que hacer”, lanza como última indicación y, aunque no estoy muy segura de a que se refiere, asiento afirmativamente mientras me coloca el bucal.

“¿Están listos?”, pregunta nuestro Sen-sei. “Pues, aunque no esté”, contesto para mis adentros.

El primer round comienza, subo la guardia, y tomo distancia con una combinación que inútilmente termina en el aire. De manera inmediata, mi oponente me atesta un cruzado de derecha en la nariz que activa mi lagrimal, y un rodillazo en el estómago me deja tendida durante los primeros segundos del asalto.

“Levántate”, escucho en mi esquina. No puedo distinguir si se trata de una orden o una súplica compasiva.

Mis ojos se llenan de lágrimas, y no sé si es por el dolor físico o por el temor de continuar el combate. Una vez que consigo incorpórame, me limpio el rostro con el antebrazo, y levanto la guardia de manera instintiva.

“¡No seas niña!”, escucho a alguien vociferar a lo lejos y me preguntó fugazmente ¿por qué todo lo que es sinónimo de mujer se convierte en un insulto?, no cavilo más en ello, pero el abuso peyorativo de la palabra surte un extraño efecto en mí.

Y, aun no habiéndome recobrado del todo, vacilo un poco antes de mi próximo movimiento, logrando conectar a secas un gancho en la mandíbula de mi rival, quién sonríe dejando a la vista los colmillos dibujados en su protector bucal. ¡Algo me dice que lo voy a lamentar!

Lo último que recuerdo es una luz blanca al final de un túnel, y una voz lejana que repite mi nombre: “Wendy, Wendy… ¿Estás bien?”.

Abro los ojos con dificultad, todo a mi alrededor parece transcurrir a una velocidad menor al tiempo real. Las siluetas que vislumbro poco a poco toman forma, y reconozco entre ellas un rostro familiar, quién gentilmente extiende su mano para ayudar a levantarme.

No hace falta pedir disculpas, es un deporte de respeto, y a decir por la lluvia de aplausos en derredor a nosotros parece ser que, en efecto… me lo he ganado. ¡Ossss!

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