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La Laguna y el desarrollo sostenible (I)

A la ciudadanía

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

Durante las últimas tres décadas, para ser más precisos desde la publicación en 1987 por Naciones Unidas del Informe Brundtland (Informe sobre la Comisión Mundial del Medio Ambiente y Desarrollo, también denominado "Nuestro futuro común"), se viene utilizando el término desarrollo sostenible para hacer referencia al estado del desarrollo económico y el medio ambiente. Desde entonces el desarrollo sostenible se ha convertido en un paradigma que ha permeado en el conocimiento científico y en el discurso gubernamental, el cual, sin embargo, aún no se convierte en una práctica común en las sociedades y Gobiernos de los países del orbe.

El propio término ha evolucionado de la definición genérica que estableció la comisión que lo elaboró, como aquel estilo o forma de desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones, un significado más ético que científico. Con el tiempo en el campo de la ciencia se ha definido al desarrollo sostenible como un enfoque que establece que el verdadero desarrollo de las sociedades es aquel que contempla un cambio, presente y futuro, en las condiciones ambientales, económicas, sociales, culturales y políticas que mejoren la calidad de vida de la población.

Algunos confunden desarrollo sostenible con medio ambiente, cuando este solo es uno de sus componentes, ya que el concepto desarrollo debe verse como un proceso que si bien incluye el cuidado del ambiente, esto último no ocurre al margen de las actividades económicas que se realizan para generar riqueza, las condiciones sociales, la cultura y los regímenes políticos en que se organizan y funcionan las sociedades y Gobiernos. Desarrollo sostenible es un concepto integral y su principal aportación es que plantea un enfoque de desarrollo de largo plazo en el que es necesaria una relación menor contradictoria entre la naturaleza y la sociedad.

Se dice menos contradictoria porque desde hace tres siglos, con el advenimiento del capitalismo y la industrialización como modelo económico para generar riqueza, las actividades productivas que realiza la población humana ejercen una presión sobre la naturaleza de modo tal que empieza a romper los equilibrios que le rigen, se usan los recursos naturales por encima de los umbrales que estos presentan. El ejemplo más grave que hoy enfrentamos es la alteración que hemos hecho del aire atmosférico al invadirlo de gases de efecto invernadero que están provocando el calentamiento del planeta, el llamado cambio climático.

Pero no solo estamos carbonizando la atmósfera, también estamos demandando más agua que la disponible en forma natural, sobreexplotando y contaminando las fuentes existentes, destruyendo los ecosistemas donde se alberga la biodiversidad del planeta, contaminando suelos agrícolas con el uso indiscriminado de pesticidas, deforestando bosques y selvas, sobrepastoreando y erosionando pastizales, inundando los espacios urbanizados de residuos sólidos a los cuales se realiza un manejo deficiente, solo por mencionar algunos casos emblemáticos del desastre que provoca nuestra especie en la tierra.

Ante esta compleja situación las comunidades científicas dirigen sus investigaciones buscando alternativas tecnológicas, de organización económico-social y política que permitan una producción y vida más amigable con la naturaleza, o en algunos países se empiezan a establecer políticas públicas que reduzcan esos impactos que provocamos en el ambiente, a la par de que se diseñan e implementan, aún sea de manera tangencial, modelos de educación y prácticas que cambien nuestra cultura para convivir en forma más amigable con el ambiente.

El gran reto del desarrollo sostenible es que la producción de bienes y servicios, sean más compatibles con el funcionamiento de la naturaleza, que no continúe el proceso destructor que ha imperado, que cancela las posibilidades de heredar a las siguientes generaciones un planeta en el que puedan vivir con mejor calidad de vida.

Pero la investigación científica y tecnológica aún está lejos de aportar las fórmulas que permitan esa convivencia entre el hombre y la naturaleza, o cuando estas se obtienen no existen los mecanismos para que la información que se genera sea transferida a quienes producen esos bienes y servicios, siendo un ejemplo de ello el uso predominante de tecnologías de alto impacto ambiental en la producción agrícola de modo tal es común que consumamos alimentos contaminados: ¿Cuántos mexicanos sabemos que el maíz que se usa para elaborar tortillas contiene glifosato, un herbicida altamente tóxico y cancerígeno?

La economía aún se rige con modelos de producción que presionan a la naturaleza, que alteran los equilibrios ecológicos existentes en ella, que demandan recursos y los extraen por encima de los umbrales existentes: ¿Quiénes saben que una sexta parte de los acuíferos del país están sobreexplotados y contaminados? O que las políticas públicas chocan con una realidad en la que las economías, en aras de mantener su rentabilidad y competitividad, que resultan inaplicables porque afectan los intereses de los actores económicos, de modo tal que estos prácticamente han capturado las instituciones públicas que operan a su servicio.

En momentos como el presente en que se discute en La Laguna su futuro como región económica, vale la pena reflexionar si las actividades de este tipo que en ella se practican o las alternativas hacia las cuales se pretende orientar se enmarcan dentro del paradigma de desarrollo sostenible, porque mucho se habla y gran parte de lo que se dice es pensando en los intereses particulares de los principales actores económicos y no de una visión que incluya a la mayor parte de los laguneros, de una visión que nos de identidad. De eso hablaremos en las siguientes columnas.

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