Columnas la Laguna

ANÉCDOTAS

MARES DE ENSUEÑO

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

(Cuento ganador por Durango en el concurso nacional "EL VIEJO Y LA MAR" convocado por la SEMAR)

¿Está lejos? ¿Existe?

Pregunta con grandes ojos Emiliano al mirar con detenimiento aquella imagen de tonos azules.

¡Claro que existe! le responde una voz cálida y solemne al mismo tiempo.

Emiliano no quitaba la vista de aquella representación que lo tenía atrapado: una marina pintada al óleo en un cuadro que adornaba el pasillo de la casa familiar. Observaba detalles con detenimiento como si fuera un experto en esas tareas.

-Abuelo, llévame a conocerlo, nunca lo veo, clamaba con insistencia el pequeño, una demanda que se repetía cada vez que ambos dialogaban como iguales, sobre temas de interés común.

-No lo percibes porque está apartado de nuestra tierra, pero algún día no muy lejano se cumplirán tus deseos. Llegarás a él con todo el ímpetu de la juventud, lo disfrutarás y confirmarás la belleza que hasta ahora sólo has podido apreciar en este cuadro que compré especialmente para ti, lo consolaba uno de los más viejos residentes del semi desierto lagunero donde los dos únicos ríos que le han dado vida a la comarca, tampoco lo conocen; forman lagunas y embalses, alimentan los mantos freáticos y luego desaparecen bajo suelo. Es porque son endorreicos, explicó.

Un mar dinámico, inquieto, pega con sus agitadas olas la costa de fina arena. Va y viene como si quisiera dar el salto a tierra para extender su dominio y demostrarle al hombre que él también es dueño de este mundo. Que lo conozcan, lo toquen y sepan de su fuerza y esencia. De cómo se turba cuando lo sacuden tormentas y relámpagos y cómo, al entrar en calma, arrulla al planeta y acoge y mima a los humanos.

Sus aguas tranquilas ahí están, multicolores, del blanco con tonalidades naranjas y rosas en sus ondulaciones que juegan con la arenisca, a los verdes y azules que rizan la superficie, moteada a su vez por las estelas espumosas que genera el oleaje, y manchas de fondo negro que delatan montañas rebasadas y abismos enigmáticos.

Rompen la aparente inviolabilidad oceánica otros cuerpos rocallosos que han surgido del fondo, desafiantes, inamovibles, labrados y embellecidos por la humedad plástica que genera la brisa marina. El mar no es egoísta. Los arropa con un oleaje suave y les da sentido y gracia para incorporarlos al paisaje y enriquecer una infinitud que lo funde con el cielo, también inmenso. El Sol no se queda atrás: cada tarde, con sus rayos, bruñe con ocre y oro los escarpados cerros que salen del mar y los retoca con un verde pátina en sus pliegues y cimas afiladas como cuchillos que rompen nubes.

Todo esto interpretó el pequeño en la pintura y renovó sus exigencias. El abuelo movió la cabeza, abrió más los ojos en forma simultánea con la boca, sorprendiéndose por la agudeza visual del chiquillo quien describió con minuciosidad una obra pictórica como si él la hubiera plasmado con sus propios pinceles.

¿Conoces las nasas?, preguntaba para distraerlo y salir del apuro, aunque interiormente él también ansiaba hacer ese viaje al mar.

Juguetón, el niño respondía: ¿El río Nazas? -No, no, las nasas son las cestas de mimbre cerradas en forma de guaje para la captura de peces en mares y ríos; tiene un agujero por donde entran las escamosas presas destinadas a satisfacer necesidades alimentarias de los humanos. No consiguen escapar por el mismo orificio, parecido a un embudo. Un letrero en la trampa advierte: "Entrada, no hay salida", bromeaba el viejo.-

También debes saber que a la Tierra se le conoce como el "planeta azul" debido a la tonalidad que le dan sus extensos mares. Los astronautas en vuelos siderales se alegran y lo toman como punto de referencia porque los lleva a puerto seguro.

-Eso ya lo sé, contestaba con seriedad no fingida.

Una mente voladora, de poderoso alcance, pensó el abuelo; no lo dijo en voz alta y se mostró comprensivo y atento.

-No me voy a quedar atrás, reflexionó en seguida. Fantasioso al igual que el nieto, sacudió la floja memoria y atrajo al presente viejos recuerdos sepultados por el mare magnum de la vida. Como tarjetas postales surgieron en sus pensamientos coloridas escenas vinculadas con el gigante de agua.

Vio con nítida claridad los grandes buques mercantes y los imponentes buques de la Marina Armada mexicana mecerse suavemente en los fondeaderos portuarios del Océano Pacífico, empequeñeciendo lanchas, yates y barcas que se deslizan en sus alrededores como libélulas acuáticas. Más allá, en lontananza, los trasatlánticos que se alejan con una cauda de turistas aventureros que van de puerto en puerto y vuelven luego a la nave madre para admirar, desde sus poltronas en cubierta, el piélago de los atardeceres matizados por dorados rayos de fuego solar.

También él le dio vuelo a la imaginación: abordó los navíos, los recorrió de proa a popa y de babor a estribor, convivió con los recios marineros y quedó fascinado con los gallardos oficiales navales luciendo sus blancos uniformes de gala con botonadura dorada; se interesó por los foques, trinquetes, gavias y juanetes de proa de buques veleros de tres palos que en épocas remotas surcaron los mares y se puso al timón para corregir derroteros navegando a barlovento.

Encabezó con ímpetu de conquistador accidentadas travesías por el Océano Pacífico y el Golfo de México e incursionó en el Mediterráneo para estar cerca de España, la Madre Patria, las islas Baleares, las Canarias y Lanzarote y también de Portugal, la patria de Eusebio y José Saramago, ambos países cuna de los intrépidos aventureros que desafiaron los inexpugnables y misteriosos mares en busca de nuevos continentes.

Retrocedió en el tiempo como protagonista de aquellas aventuras épicas, integrándose a las tripulaciones de las tres carabelas de Colón, cruzando todo el Atlántico desde el Puerto de Palos a las Indias Occidentales.

"Exageras abuelo, sueñas que sueñas", lo corrigió el nieto metido en el mismo sueño como contramaestre, copiloto y vigía a cargo de catalejos, brújulas y sextantes. Los dos hacían de sus quimeras un juego de realidades y fantasías.

La implacable materialidad de la vida los puso en su lugar y volvieron a pisar tierra firme. El nieto creció y consolidó su existencia en la región del altiplano que lo alumbró: estudió, se profesionalizó en diseño y arquitectura, se incorporó a la planta laboral de una empresa minera y se casó.

En nuevos encuentros con el abuelo reiteró aquel deseo infantil tan arraigado en sus visiones del presente y futuro: navegar por los mares ignotos, aprender a vivir y a disfrutar con su cercanía, y vibrar con el imperio de sus rompientes olas que lo mismo destruyen embarcaciones invasoras que devuelven -generosas- a náufragos sanos y salvos a las costas o envían a tierra botellas con mensajes solicitando compañía sentimental en las islas solitarias rodeadas por aguas caribeñas o un S.O.S. simplemente. Abrazar la carrera naval para no separarse jamás de sus sueños, fue otro de sus propósitos.

Campesino toda la vida, a sus sesenta años de edad el viejo materializó los suyos. En un año memorable por fin pudo salir de su tierra como invitado especial a una boda familiar en las playas de la Bahía de San Carlos y se cumplieron los ensueños de una larga supervivencia en el medio rural.

El Mar de Cortés se mostró fulgurante ante sus ojos y le dio la bienvenida con un viento fresco y suave y los colores abrillantados por un sol naciente.

Lo treparon al mirador del cerro Tetakawi y comprobó con gran sorpresa, que la belleza del paisaje vivo que tenía enfrente, correspondía fielmente a las descripciones hechas por su nieto años atrás sobre aquella pintura marina.

-¡Atiza! exclamó pasmado -todo es igual al grabado. Cerros aquí y allá con faldas moldeadas por el agua, el mar extenso que supera obstáculos para llegar a la orilla, el oleaje que rompe contra las rocas, un cielo azul con nubes dispersas y una luminosidad solar que destaca perfiles y desfiladeros del fondo marino.

-Mi nieto -presumió- desde su infancia fue un profeta, un visionario, un intérprete adelantado de la naturaleza.

Lo bajaron del Tetakawi y lo pusieron en las playas de San Carlos. Se descalzó gozoso y paso a paso se aproximó a las olas rumorosas que lo llamaban. Tensó los dedos del pie derecho y cuando comenzó a meterlos al agua, de repente dio un salto hacia atrás y cayó cara al cielo sobre la arena con pies y manos engarruñados, el cuerpo titiritando.

-¡Está helada, no le entro! y rompió el hechizo con un escandaloso estornudo.

Le acercaron una mecedora y un coco con ginebra sin hielo y bajo la sombra de las palmeras recuperó jovialidad pero desde otro enfoque: admirar el mar desde lejos y disfrutar con el sobrevuelo de las aves marinas que desde el aire seleccionan su comida y luego se zambullen en picada -gaviotas, pelicanos y pájaros bobos- para atrapar con sus picos pargos, lobinas, tilapias y a los peces voladores que equivocan trayectorias.

No dejaba de solazarse con el mar y durante varias horas aireó su rostro con la brisa olorosa a pescado. Se distrajo con las marismas en vaivén y los cazadores alados. -Se lanzan en barrena, el mar los acoge; en cualquier momento se pondrá tibio y no me rechazará; de aquí no me voy, amenazó a los parientes.

La oportunidad única e irrepetible de meterse a las aguas playeras se perdió con la llegada de la noche. El hombre regresó a tierras continentales y sonreía satisfecho en cada ocasión en que rememoraba la aventura. No ocultaba aires de sabiduría y persuasión por haber interesado a su pequeño compañero en cuestiones relacionadas con el mar y sobre todo, por haberlo incorporado a sus lances aventureros en el ancho océano. Los dos tenían una afición similar: compartir ilusiones.

Emiliano y el viejo finalmente viajaron al mar, a la naturaleza y se dieron las manos de felicitación recíproca. -Volveremos, pero ahora disfrazados de piratas, bromeó en una de las visitas que le hizo el nieto, ya adulto. Luego suspiró y recordó -risueño- aquella congelante experiencia sobre su fallida incursión en el frío Mar de Cortés.

Hasta la fecha sigue estornudando con ojos lacrimosos y un fluido constante por la enrojecida nariz. -He de volver al mar con mis ilusiones, prometió con renovado optimismo, pero ahora puso en la pared un almanaque con doce fotografías de Marylin Monroe.

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