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A-sentarse

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Bajo la fuerza y el arte de fijar la agenda sin ahondar en el debate, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha mostrado don para estar de pie y hablar, pero no para tomar asiento y recapacitar cómo concretar su proyecto sin romper la frágil estabilidad económica, social y política del país.

A un año de su elección y a siete meses del inicio del sexenio, el momento insta a López Obrador a-sentarse. Tomar asiento y, a la vez -tal como dice una de las acepciones de ese verbo-, "poner o colocar algo de modo que permanezca firme" y ese "algo" es el dominio de la administración para, entonces, asegurar el gobierno e intentar la transformación del régimen.

Si en el periodo de transición, el hoy presidente de la República estableció -a través de la cancelación del aeropuerto en Texcoco- que no sería un adorno ni un florero y cumpliría con el mandato recibido; si al arranque de su gestión, perfiló qué haría, al tiempo de desmantelar aquello que, a su parecer, exigía ser replanteado; el tiempo dicta la hora de a-sentarse.

Dicho metafóricamente, recorrer el sendero del Peje demanda, además de caminar rápido, reposar lo necesario y reflexionar si, en efecto, se avanza en la dirección correcta.

Importa avanzar, siempre y cuando se tengan claros la ruta y el destino.

Entre el aplauso sonoro y manifiesto de quienes lo apoyan y la rechifla abierta o encubierta de quienes lo resisten, a lo largo del año transcurrido del primero de julio pasado a la fecha, Andrés Manuel López Obrador ha dejado en claro que, a diferencia de los tres anteriores jefes del Ejecutivo, él sí pretende practicar el ejercicio del poder. No, el ejercicio del no poder. Y menos aún confundir el tener con el poder.

Comoquiera, el mandatario ha consumido ya poco más de medio año del sexenio y, sobra decirlo, ante el tamaño de la transformación pretendida, ese tiempo es una eternidad. Si fijado el estilo personal y señalada la pretensión política no manda señales claras de la viabilidad de su gobierno -o sea, de a-sentarse-, en el extremo de su expresión, apoyo y resistencia podrán conjugarse en la frustración y la reacción que arrase la oportunidad de López Obrador y arrastre la posibilidad de la nación.

Es hora de estar de pie y sentado, de avanzar y revisar la ruta.

Ese momento exige reconocer cómo, en el tránsito de un estadio a otro, los aciertos de ayer son desaciertos hoy. El paso del candidato al gobernante no acaba de darse y, en el titubeo, la sombra del traspié se advierte.

El tino de anunciar la integración del gabinete aun antes del inicio formal de la campaña y, sobre la base de su composición, sumar simpatía y apoyo, hoy marca el desatino de conservar colaboradores que carecen de la talla, la experiencia, la sensibilidad y el aplomo para sacar adelante el encargo conferido.

El tino de anticipar durante la campaña y la transición las políticas de gobierno donde se pondría el acento y, luego, indicar a los colaboradores concebirlas e implementarlas, hoy constituye el desatino de pretender instrumentarlas sin tener el dominio de la administración. La curva de aprendizaje de muchos integrantes del gabinete se ha alargado y complicado porque, impulsar aquellas políticas, sin dominar la administración de lo que hay, colapsa lo que es menester atender y lo que se quiere hacer. Sin pleno control del quehacer diario y obligado, es muy difícil planear e implementar el quehacer de mañana.

La generación de expectativas y la adquisición de compromisos durante la campaña sin reparar en el equipo, el tiempo y los recursos para darles cumplimiento, hoy contradicen algunos de los postulados y posturas del mandatario, cuando no reducen su margen de maniobra, complican la acción de gobierno o implican incurrir en actos de simulación que, supuestamente, se abominan. El listado de asuntos insertos en esa condición es largo. Hoy, la rectificación, la reducción o, incluso, la cancelación de algunas expectativas o compromisos es preciso considerarla.

El tino de comunicarse bien con las bases de apoyo es el desatino de informar mal a los especialistas o, incluso, a quienes sin resistir el proyecto no acaban de entender la lógica presidencial. El Presidente comunica bien e informa mal.

El tino de incursionar en la democracia participativa y salir de su reducción al ámbito electoral es el desatino de instrumentar consultas a partir del asambleísmo que, sin reglas ni mecanismos definidos, disfraza decisiones tomadas de antemano, o bien, vulnera la posibilidad misma de ampliar la democracia.

El tino de redimensionar el aparato de la administración y de los institutos y comisiones de reciente creación es el desatino de recortarlos sin calibrar el efecto secundario. Si, en ese proceder, la política de austeridad y la operación de recortes restan capacidad de operación a la administración, será muy difícil instaurar las bases del gobierno.

De la supuesta tersura de la transición se pasó a la manifiesta aspereza en el ejercicio del poder y, en esa circunstancia, aún está por verse el tránsito de la victoria electoral al dominio de la administración y, de ahí, a la conquista del gobierno. Sólo asentado, en esta última condición, se podrá vislumbrar si es dable o no transformar el régimen.

Visto que el presidente López Obrador ha establecido la velocidad e, incluso, las estaciones de parada, tras conmemorar su victoria electoral estará obligado a bosquejar si puede o no conquistar el gobierno. De ahí la importancia de a-sentarse.

El tiempo corre y, por múltiples razones, el mandatario sabe del valor de la velocidad y la certeza en un cambio de régimen. Sería una pena que él perdiera la oportunidad y el país su posibilidad.

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