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El conflicto en Siria: la peor catástrofe de nuestro tiempo (II)

EMBAJADOR JORGE ÁLVAREZ FUENTES

Las causas y desenlaces posibles del actual conflicto en Siria no se encuentran fundamentalmente en los factores externos que explicábamos en el artículo de la semana pasada, sino en los factores internos. En la raíz del conflicto está la ruptura del pacto entre economía, sociedad y política que fuera impuesto por Hafez el Assad (1971 - 2000) y perpetuado por su hijo Bashar el Assad. A diferencia de otros procesos políticos en el mundo árabe, el régimen autocrático, del partido único Árabe Socialista Sirio, había mostrado una singular adaptabilidad en tiempos modernos, con una particular versión del nacionalismo panárabe, aun estando ubicado por años como parte de la órbita soviética.

De manera impredecible, en la primavera del 2011, Siria entró en una espiral de violencia por la disputa en la reconfiguración del poder político y económico al interior de sus fronteras, al producirse la quiebra de los fundamentos que hacían funcional la pluralidad confesional dentro de un régimen vertical, de control policiaco, clientelar y paternalista. Por ello hay que subrayar la especificidad del caso sirio. Similar a otras sociedades levantinas, Siria surgió a la vida independiente sobre la base de un conjunto de comunidades, donde conviven una amplia mayoría musulmana integrada tanto por los sunitas, junto con las minorías chiita y alauita, como por las minorías subordinadas de los cristianos maronitas, armenios, grecos católicos, melquitas y los griegos ortodoxos, además de los kurdos, los drusos y los palestinos.

En un primer momento, pareció que Siria atravesaría indemne las revueltas populares árabes. Que las distintas comunidades, las élites y el gobierno encontrarían un nuevo entendimiento, para que, a la luz de los vientos de cambio, nada cambiara. Incluso el régimen de Assad había dado, meses antes, muestras de una voluntad reformista, incluso de apertura al exterior, pugnando por una unión aduanera con sus vecinos: Jordania, Líbano y Turquía. Pero nada de esto ocurrió, ni reformas ni apertura. Ante la vorágine de la violencia, los tres países terminaron por recibir a millones de refugiados con la consecuente carga inmensa para sus economías y su destino.

Lo singular no fue que cuando estallaron en marzo de 2011 las primeras protestas populares de grupos de jóvenes, reclamando la abolición de la ley de emergencia y demandando vías democráticas de participación política, las protestas pacíficas fueran reprimidas a sangre y fuego por el ejército, los omnipresentes aparatos de seguridad, y las bandas paramilitares, sino que el conflicto mutara vertiginosamente, de una revuelta popular en ascenso en las ciudades, con excepción de la capital Damasco, bastión inexpugnable del régimen, a una insurrección armada en contra del régimen. Pronto se transitó a una violenta confrontación intestina entre milicias, desertores, grupos islamistas armados en contra de las instituciones del Estado, a un enfrentamiento entre la mayoría sunita y la elite alauita que ha mantenido los riendas del gobierno por más de 40 años, a una guerra civil irregular y episódica en torno al control territorial y la explotación de los recursos de las provincias de Alepo, Homs, Hamna y Deir El Zor, hasta tornarse en una honda división en el seno de las comunidades, a una guerra de alcances y repercusiones regionales, incluso haciendo uso de armas químicas, facilitando la temible irrupción del llamado Estado Islámico, hasta desembocar en un funesto conflicto internacional de repercusiones globales, con la injerencia militar, financiera y diplomática de las potencias regionales y mundiales, y la colaboración de algunos poderosos actores no estatales.

Por ello resulta fundamental comprender que, en el fondo del conflicto en Siria, subyace, como en la mayoría del mundo árabe, la religión, la cual es parte toral, no solo de la cultura, sino de la política. Que las identidades confesionales determinan la participación de los individuos y de las colectividades en el poder político, en la generación y distribución de la riqueza, en las instituciones de gobierno. Sean las decisiones de guerrear, huir o resistir. Por esa razón resulta catastrófica la destrucción de un país central como Siria, empezando por la imparable agresión de las fuerzas gubernamentales, la injerencia de los actores externos y el subsecuente infierno de la guerra para un pueblo magnánimo, el cual jamás se imaginó caer víctima de una guerra fratricida, como la que padecieron por 15 años sus vecinos y hermanos, los libaneses, de cuya tutela se hizo cargo el régimen sirio hasta 2005.

Por ello es necesario dimensionar el tamaño del desastre del conflicto: ya que, aunada a la muerte violenta de cerca de 500 mil personas, de cientos de miles de heridos, el conflicto ha provocado que más de 6 millones de sirios se hayan desplazado dentro de su país y otros 6 millones a cruzar sus fronteras en busca de refugio. Que casi un 30% de los edificios y casas hayan sido destruidos. Basta recordar que, según estimaciones preliminares, la reconstrucción del país va a requerir los esfuerzos de al menos dos generaciones, con un costo cercano a los 300 mil millones de dólares.

La sociedad siria no sólo ha sido víctima de la represión, los ataques desproporcionados del ejército, de la violencia ciega de los cuerpos de seguridad y de los abusos impunes de las bandas paramilitares, sino también del terror de las milicias fundamentalistas y de los distintos grupos del islam extremo, hasta terminar inmersa, para su infortunio, sobreviviendo en medio de una guerra fratricida que no parece tener fin. Y la comunidad internacional le ha fallado a los sirios; los esfuerzos de la ONU han sido infructuosos, al no haber logrado sentar a la mesa a las partes y generar las condiciones de una negociación genuina y pacífica, para que sean ellos, los sirios, quienes decidan su destino. La comunidad internacional tiene, además, la obligación de hacer todo cuanto sea necesario para que no queden impunes las atrocidades, los crímenes de guerra y contra la humanidad y el genocidio, si hemos de vislumbrar una paz verdadera.

@JAlvarezFuentes

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