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AMIGO SEMBRADOR

Hoy hay silencio en nuestra alma y dolor en el corazón por la pena que aflige a nuestros amigos Mario y Aída, ante el misterio insondable de los designios del Supremo Hacedor que dispuso que Mario Villarreal de la Garza, su hijo amado, en apenas su plena madurez llegara al punto final de su camino.

Desde la década de los años sesentas nos ha ligado una fraternal amistad con los Villarreal de la Garza: Mi esposa y yo fuimos sus secretarios durante tres años, cuando don Fernando Romo los nombró presidentes diocesanos del Movimiento Familiar Cristiano y posteriormente, durante diez años, formamos parte de su equipo en las pláticas prematrimoniales. Desde 1974 somos sus consocios en el Club Sembradores de Amistad de Torreón. Así que ya verás por qué su pena es nuestra pena.

Las palabras en la capilla mortuoria del Rev. padre Natividad Fuentes sobre el misterio de la muerte y la esperanza de la resurrección, han estado resonando como un eco y traído a mi mente el repaso de lo que algunos poetas han escrito sobre ese inevitable tránsito.

El poeta colombiano avecindado en México, Porfirio Barba Jacob, en la estrofa final de su “Canción de la Vida Profunda” concluye así: “Más hay ¡oh tierra! Un día, un día, un día, en que levemos anclas, para jamás volver, un día en que discurren vientos ineluctables, un día en que ya nadie nos puede retener”.

Samuel Ruiz Cabañas, más conocido por su quehacer periodísticos, en adagio, el segundo tiempo de su Sinfonía Optimista, filosofía recitando: “Enráizate a la vida con el brazo más fuerte,/ como los recios árboles al hondo manantial,/ la vida no es tu feudo, pues te espera la muerte,/ pero tú eres el vínculo de todo lo inmortal.

Tu precario episodio, si merece vivirse/ es sólo como síntesis de la causa vital,/ hasta que vayan, limpios, tus átomos a unirse/ a la eterna armonía del don universal.

Este don que nos es tuyo sino en mínima parte, pero que será máximo, y ya no será fin/ si logras deshacirte, superhumanizarte, prodigando tu espíritu de confín a confín.

Muriendo y renaciendo por milagro fecundo/ se acendra en tu celdilla la futura virtud:/ ¡oh molécula cósmica de un incógnito mundo!/ ¡Cálida gota viva en ímpetu de alud!

Mientras, busca tu surco, como pequeño grano/ y húndete quedamente en su negra humedad./ Resurgirás, un día, vencedor del arcano/ para la vida opima de luz y eternidad”.

En el X y XI tercetos, de su “Ante un cadáver” Manuel Acuña, el bardo saltillense, nos hace meditar: “y suponiendo tu misión cumplida,/ se acercarán a ti y en su mirada/ te mandarán la eterna despedida. Pero ¡no!... Tu misión no está acabada, que ni es la nada el mundo en que nacemos/ ni el punto en que morimos es la nada”.

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