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Urbe y Orbe

México en las 'guerras' de Trump

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Donald Trump está en campaña -otra vez, si es que alguna vez dejó de estarlo-, y fiel a su estilo "negociador", amenaza y abre frentes en todos lados, dentro y fuera de su país. Aunque no de manera explícita, su política exterior está marcada por una preocupación fundamental: la pérdida de la hegemonía de su país en el concierto internacional. El "America First" enarbolado desde su campaña no es otra cosa que el repliegue estratégico de una gran potencia desgastada y esquizofrénica.

Cualquiera que conozca algo de historia universal reconocerá en esta actitud la misma de los imperios decadentes que tras su época de auge perdieron la seguridad en sí mismos. El ensimismamiento y el nacionalismo son producto del temor que les provoca a los otrora privilegiados la evolución de nuevas fuerzas y poderes que no entienden. Y ante lo incomprensible, solo les queda la amenaza, la coerción.

La fórmula de Trump hacia dentro, con un ojo en la reelección, es la de lanzar golpes a aquellos países que, según él, se aprovechan de Estados Unidos. Es decir, afianzar con amagos y acciones duras su discurso de campaña. En esa lógica hay que revisar el nuevo embate de Trump contra el sector exportador mexicano.

El estilo del presidente estadounidense es la controversia. Siempre lo ha sido. Conducirse de una forma impredecible, con frases y posturas contradictorias que dejan la puerta abierta al "todo es posible". Con esa dinámica rupturista, lo mismo ha enfrentado a los nuevos competidores geopolíticos y los no tan nuevos obstáculos, que a los viejos aliados de la Unión Americana. El saldo es un cúmulo de "guerras" de distinta índole e intensidad con numerosos países, entre los que figura México.

La más visible de todas las "guerras" de Trump es la que sostiene con China, la potencia que, les guste o no a los norteamericanos más conservadores, está por arrebatar la hegemonía a su país. Si no fuera así, el gobierno de Estados Unidos no estaría tan preocupado por bloquear el ascenso económico y tecnológico del gigante asiático. Las acciones emprendidas por Washington contra Pekín están a la altura del miedo que tiene la Casa Blanca del cada vez más asertivo despliegue chino en el mundo.

La guerra comercial tiene el sello de la tecnología. Hay que decirlo como es: en las telecomunicaciones, en la revolución de la conectividad digital de quinta generación (5G), China, con Huawei, le lleva una ventaja de dos años a Estados Unidos, quien ya se plantea crear una empresa pública para desarrollar la misma tecnología. De concretarse, sería una escandalosa derrota del modelo de libre empresa defendido desde siempre por la primera potencia mundial.

Otra "guerra" que tiene que ver con la estrategia geopolítica de Estados Unidos es la emprendida contra Irán, nación milenaria a la cual Trump pretende hacer colapsar a través de sanciones, bloqueo y desestabilización interna. La vieja Persia representa para la novel Unión América el principal obstáculo para consolidar su hegemonía en Oriente Medio y hacerse con el control de los abundantes recursos petrolíferos de la zona, no para su consumo interno, sino para tener otra forma de presionar a China, quien compra hidrocarburos a Teherán en yuanes, ya no en dólares.

El frente más nuevo abierto por Trump es el de Europa. Aliados desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y con intereses geopolíticos y militares comunes vía la OTAN, Estados Unidos y el eje europeo evidencian hoy el enfriamiento más notorio de la historia de sus relaciones. Las causas del distanciamiento son dos: uno, el apoyo de Trump a la salida del Reino Unido de la Unión Europea, y, dos, que es la principal, el recelo de Washington hacia el plan de defensa común europeo. Este plan tiene como objetivo hacer de Europa un continente autosuficiente en materia de seguridad, creando un ejército multinacional de la unión con equipo y tecnología propios.

Para el presidente estadounidense esta medida implica una afrenta a la industria armamentista de su país, la más grande del mundo, ya que las empresas que son las grandes señoras de la guerra no podrían vender armas al nuevo ejército europeo. Y es que la desconfianza de Bruselas no es gratuita: los vaivenes de Trump, la volatilidad de sus decisiones y su visión nacionalista han prendido las alarmas en una Unión Europea que ve que su antiguo aliado ha dejado de ser garantía de estabilidad y seguridad.

En América, el gobierno del magnate neoyorquino tiene la mira puesta en un viejo enemigo, Cuba, y en otro no tan viejo, Venezuela. Con el primero, Trump ha metido reversa a los avances de acercamiento logrados por su antecesor, Barack Obama, y ha reactivado la política hostil hacia el régimen socialista de La Habana. Con el segundo, la firme intención de Washington es precipitar la caída del gobierno de Nicolás Maduro, quien se mantiene en el poder gracias a su alianza con China y Rusia. La disputa aquí, nuevamente, es geopolítica.

Con México, la "guerra" es de otra índole, aunque se trata del mismo modus operandi: la amenaza. Donald Trump les ha prometido a sus bases más duras, que son ultranacionalistas y xenófobas, la construcción de un muro en la frontera sur para frenar la inmigración ilegal. Una idea a todas luces anacrónica y absurda que sólo puede ser producto de las mentes más ignorantes de los procesos históricos.

El proyecto del muro de Trump se ha topado con otro muro en el Congreso, dominado por los demócratas. En consecuencia, y ante la imparable ola migratoria originada en Centroamérica, el presidente estadounidense pretende obligar a México a hacer el trabajo sucio de detener a los migrantes que huyen de sus lugares de origen en gran medida por las políticas impulsadas por Washington en América Latina. El magnate quiere que México se convierta en ese muro que no ha podido construir.

La amenaza de la aplicación de 5 % de aranceles a productos provenientes de México tiene la intención de obligar al Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que hasta la semana pasada se había mostrado tibio como sus antecesores, de aceptar el acuerdo de "tercer país seguro". Este acuerdo comprometería a México a tramitar el asilo de los centroamericanos deportados de Estados Unidos, lo cual podría derivar en serios problemas de violación de los derechos humanos.

Es de esperarse que las negociaciones de la delegación mexicana que encabeza el canciller Marcelo Ebrard en Washington vayan a centrarse y atorarse en ese punto. La disyuntiva de México estará en aceptar ese humillante acuerdo para no afectar al sector exportador, o mantenerse firme a costa de la estabilidad económica del país. No es una decisión fácil. Se trata del primer gran reto internacional para un gobierno que ingenuamente creyó que la máxima de "la mejor política exterior es la política interior" es aplicable a un país periférico como el nuestro.

Por lo demás, la postura de Trump tiene el claro tinte electorero de usar a México para mantener los votos de su base política, sin considerar una realidad irrefutable: la migración ha beneficiado más a Estados Unidos de lo que le ha afectado. Para muestra, un botón: solo la población latina contribuye al 12 % del Producto Interno Bruto de la gran potencia. Hay importantes sectores económicos de Estados Unidos que dependen de la mano de obra inmigrante, regular o irregular.

Lo trágico para México, y para el Gobierno de López Obrador, es que haga lo que haga siempre estará a expensas de la volubilidad de Trump, quien no hace más que aprovecharse de la enorme dependencia que tiene nuestro país con Estados Unidos. Ojalá que esta sacudida sirva para que el gobierno mexicano se comprometa en serio con el fortalecimiento del mercado interno y la diversificación de sus relaciones internacionales.

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