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Ciudades contra el populismo

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

¿Por qué una sociedad democrática en apariencia próspera o en camino a serlo engendra de pronto rutas políticas populistas, excluyentes y extremas? La respuesta a esta pregunta puede comenzar con dos palabras: identidad colectiva y confianza institucional. La falta de ambas puede llevar al surgimiento de opciones electorales demagógicas y sectarias fundadas más en los prejuicios, miedos y diferencias sociales que en el interés común. La pequeña ciudad de Münster, Alemania es un gran ejemplo de cómo se puede acotar a las fuerzas populistas y extremas con una visión democrática clara en medio de una ola occidental de creciente descontento hacia el status quo.

Comencemos por ubicar el contexto. Del 23 al 26 de mayo se llevaron a cabo las elecciones parlamentarias europeas bajo la sombra del crecimiento de los partidos populistas, euroescépticos y ultranacionalistas. En la misma Alemania, el partido AfD, ubicado en la extrema derecha, con planteamientos a veces muy parecidos a los expresados por los neonazis, tuvo en 2017 una irrupción sorprendente en el Bundestag (el parlamento federal) con 12.6 % de los votos y 91 diputaciones. Una verdadera sacudida para un país que creía haber exorcizado sus viejos demonios. Lo mismo ha ocurrido en otros estados de la Unión Europea, con partidos que promueven la desaparición del euro, el cierre de fronteras, el endurecimiento de las políticas migratorias, el rechazo a los refugiados, la vuelta a valores que consideran "tradicionales" y la defensa del purismo cultural.

Pero el resurgimiento de estas opciones que parecían superadas tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial no viene de la nada. Antes de las dos guerras, el mundo, entonces dominado por el Imperio británico, vivió un período de auge del liberalismo económico que provocó en muchos países un divorcio entre el Estado y la sociedad trabajadora. Sin entrar en muchos detalles, resultados de este proceso fueron, por una parte, las revoluciones comunistas de la primera mitad del siglo XX y, por otra, la irrupción de las opciones políticas radicales como el fascismo y el nacionalsocialismo. Las consecuencias son de todos conocidas. Occidente sólo pudo frenar el avance de ambos creando el Estado de bienestar, ese pacto entre el gran capital y el sector trabajador que derivó en la época de mayor riqueza social de la historia de la humanidad. Pero ese pacto fue temporal y comenzó a fracturarse a finales de la década de los 70.

Ahora, en un entorno mucho más urbano, venimos de 40 años de un sistema neoliberal global en el que se ha privilegiado el beneficio del capital por encima de lo social, bajo la falsa promesa de que tarde o temprano la riqueza caería como cascada a toda la pirámide poblacional. El resultado de cuatro décadas de nuevo liberalismo económico fue la ampliación de la brecha entre los dueños del gran capital y el resto de la población que, hay que decirlo, si bien ha mejorado lentamente sus condiciones de consumo individuales, sus prerrogativas sociales han disminuido considerablemente producto del desmantelamiento del Estado de bienestar. Las clases medias -los trabajadores y pequeños y medianos empresarios- se han estancado cuando no pauperizado. Hay menos pobreza extrema, sí, pero no menos pobreza en general, lo cual nos lleva a pensar que en estos 40 años quienes han cargado sobre sus espaldas la lucha contra la miseria son los integrantes de esas clases medias, que son los mayores contribuyentes en volumen y proporción. El Estado, entregado a la dinámica del capital, les ha fallado.

Hay que sumar el hecho de que la mala gestión en general del fenómeno migratorio ha provocado en los países desarrollados una segregación que contribuye a fomentar el miedo y la desconfianza entre quienes llegan y quienes están. Los que llegan no logran incorporarse completamente a la sociedad que los acoge, mientras que el deterioro de las condiciones laborales por múltiples factores provoca que quienes están vean a aquellos como rivales, personas que vienen a quitarles sus empleos y alterar su seguridad. La situación se ha complicado a raíz de la guerra contra el terrorismo, dentro de la cual se han perpetrado grandes atentados en ciudades occidentales, hecho que ha sido aprovechado por los partidos xenófobos y ultranacionalistas para, desinformación mediante, exacerbar el miedo a los inmigrantes quienes, dicho sea de paso, tienen que huir de sus países de origen (en África del Norte y Oriente Medio) por conflictos en los que las potencias europeas están directa o indirectamente involucradas.

Crisis del Estado de bienestar, políticas neoliberales, privilegios para el gran capital, deterioro de las condiciones laborales e inmigración mal gestionada: este es el caldo de cultivo del populismo ultranacionalista que azota de nuevo a Europa y buena parte del mundo. Pero en Münster, ayuntamiento y sociedad ha construido una especie de "cordón sanitario" que ha impedido a partidos como AfD rebasar el 5 % de los votos en las elecciones. Ubicada en la región histórica de Westfalia, con una antigüedad de 1226 años y una de las urbes principales de la Liga hanseática, el 24 de octubre de 1648 fue sede de la firma del tratado para la Paz de Westfalia, con el que se puso fin a la Guerra de los Treinta Años y se sentaron las bases del Estado-nación, la soberanía basada en la integridad territorial y, en consecuencia, del moderno sistema político internacional. Münster es hoy una industriosa ciudad de unos 320,000 habitantes, con fuerte presencia estudiantil y un sector económico tradicional que convive con el de servicios y nuevos emprendedores.

En días pasados, el diario El País publicó un reportaje sobre lo que ocurre en esta ciudad alemana ("Münster, la irreductible ciudad alemana que frenó a la extrema derecha"). De las entrevistas con ciudadanos y autoridades es posible extraer una guía de estrategias antipopulistas que lo mismo pueden funcionar en Europa que en América, con los matices de realidad de cada uno de los contextos. Como decía al principio, dos conceptos son fundamentales: identidad y confianza. Es muy importante que la ciudadanía se identifique con su ciudad, que es donde se hace hoy la mayor política. Que se identifique como el colectivo que le da forma y viabilidad. Para ello, las autoridades locales deben dejar espacios a la participación ciudadana. La lista de tareas que los ayuntamientos deben desempeñar es demasiado amplia y los recursos casi siempre insuficientes como para dejar todo en manos del funcionariado. La sociedad civil organizada bien puede contribuir a sacar adelante varios temas de la agenda. Eso ha pasado en Münster, en donde esta identificación colectiva ha repercutido en el mantenimiento de la confianza de la comunidad en sus instituciones, en la medida en que los ciudadanos participan de éstas.

En dicha lógica, el espacio público juega un papel de suma relevancia. La urbe westfaliana ha defendido las áreas comunes frente al avance de la zona privada. Los ciudadanos de Münster han decidido que no sean las tiendas y centros comerciales -que existen y de gran renombre- los que definan el paisaje urbano, sino el espacio colectivo, el de uso común: las calles, los parques, las plazas, la estación del tren, etc., todo aquello que tiene el sello característico propio, no lo que puede encontrarse en cualquier urbe marcada por el capital globalista. "La ciudad es de todos, no sólo de los ricos", dice Markus Lewe, alcalde de Münster. Y con la colectivización del espacio viene la convivencia, la posibilidad del encuentro de todos en un mismo lugar, sin derecho de admisión, sin prejuicios, sin distinciones de clase, raza, género o religión. El mensaje es poderoso.

La movilidad es otro factor elemental. Münster no sólo se ha conformado con tener una red eficiente de transporte público basada en líneas de autobuses. En los últimos lustros ha habido una acción determinante en pro de la movilidad sostenible y amigable con el medio ambiente, en la que se le ha dado a la bicicleta un papel protagónico. Actualmente 4 de cada 10 traslados urbanos suceden en bicicleta. Münster está considerada la ciudad alemana con mayor número de ciclistas. Y esto ha sido posible gracias a una infraestructura adecuada, pero, sobre todo, a la importancia que se le ha dado a mantener densa la urbe. La densidad le ha permitido evitar que los trayectos sean demasiado largos, y conservar la percepción de cercanía de todos los lugares. Además, desde la autoridad existe una clara visión de integración urbana para evitar colonias cerradas o guetos que fracturen a la comunidad. Los cientos de refugiados acogidos por la ciudad han sido distribuidos por todos los sectores para motivar su adaptación e interacción con los residentes. Y contra los prejuicios raciales o de otro tipo, la apuesta es la información. Comunicar, persuadir de los beneficios de la integración y el cosmopolitismo.

El caso tal vez nos parezca distante desde La Laguna, pero si revisamos con atención nuestra realidad, podemos encontrar consonancias con los retos de las sociedades europeas. Los prejuicios están, al igual que la mala información, el miedo, la amenaza de desarticulación, la brecha social, la descomposición del Estado de bienestar y el discurso populista y patriotero. Tal vez nos parezca lejano el ejemplo porque son alemanes, porque son europeos "y nos llevan mucha ventaja", pero en el fondo hay lecciones claras que bien valdría la pena explorar en nuestro justo contexto y bajo nuestra realidad particular: defensa del espacio público, integración urbana, movilidad accesible, densidad poblacional, participación ciudadana, identidad colectiva y confianza institucional. Todo esto puede ayudar a conjurar los riesgos del creciente populismo. Pero habrá que comenzar ahora para que mañana no sea demasiado tarde.

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