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La fuerza del todo

MARÍA DELCARMEN MAQUEO GARZA

El suicidio no deja de sorprendernos más cada día: por su creciente número, así como por las causas que lo motivan. Esta semana hubo un par de tragedias que invitan a la reflexión. Primera, en el Reino Unido durante 14 años se transmitió un programa en vivo, en cada emisión dos personas ventilaban sus diferencias, frente al público. Este fungía como jurado, que luego de escuchar a una y otra de las partes, decidía. Dicho programa era conducido por Jeremy Kyle. Según la información que pude consultar, de ser un programa tranquilo, se volvió cada vez más tóxico, con brotes violentos. En el último de sus capítulos, de fecha mayo 10 - pues acaba de ser cancelado -, una pareja discutía frente al gran público si el esposo era infiel. El hombre aceptó someterse a la prueba del polígrafo, la cual no pasó. Los conocedores indican que dicha prueba, para ser confiable, debe hacerse por un experto, en un ambiente tranquilo, y su duración puede extenderse a 3 o 4 horas para resultados precisos. En este caso, no se dieron las condiciones. El público presente se volcó en contra del esposo de fea manera. El hombre llegó a su casa, escribió una nota afirmando que no había sido infiel y se colgó.

Otro caso, más doloroso todavía. En Singapur, una chica de 16 años desarrolló ideación suicida, publicó en su Instagram una encuesta acerca si debía o no suicidarse. Más del 60% opinó que sí lo hiciera, y ella puso fin a su vida. Parecen malas bromas de algún cuentista sin oficio, que se pone a escribir historias bizarras. Desgraciadamente, son hechos reales, que no porque sucedan lejos de nosotros, dejan de ser representativos. Nos venimos convirtiendo en una sociedad de seres humanos solos; cada uno gira sobre su propio eje mientras la cuerda nos dure. Como si no halláramos qué más hacer. Tenemos temor de aproximarnos a otros que - suponemos - hacen lo mismo, y colisionar. Los abordamos a través de redes sociales, adivinando cómo son, para luego dejar en sus manos las grandes decisiones de nuestra propia vida. Así no nos comprometemos. Frente a la fría pantalla seguimos sintiéndonos solos, hambrientos de esa calidez que cualquier ser vivo con un cerebro desarrollado, necesita para percibir que está seguro y poder avanzar. Lo hace cualquier especie, y más nosotros los humanos, provistos de un sistema límbico que procesa las emociones de forma excepcional, para desencadenar una cascada interna de reacciones frente al mundo, ante el cual nos sentimos más vulnerables que lo que debe sentirse un mapache, una nutria o un gato montés.

Una forma alternativa de suicidio, que finalmente termina en el mismo punto - la extinción - es lo que está ocurriendo con nuestra única casa, el planeta Tierra. Vemos correr ríos de basura, nos pasma el sargazo, contabilizamos por decenas las especies que van desapareciendo para siempre del orbe. Hallamos incontenibles los incendios en distintos puntos del territorio nacional, algunos de ellos parecen intencionales. Y seguimos igual, utilizamos bolsas de plástico, tiramos basura donde no deberíamos hacerlo, y omitimos llevar a cabo muchas acciones a favor del planeta, que en conjunto contribuirían en gran medida a frenar la extinción de las especies vivas.

Wangari Muta Maathai (1940-2011) fue la primera mujer africana en obtener el Premio Nobel de la Paz en el 2004. Diseñó un proyecto ecológico de restauración, mediante la creación de cinturones verdes para combatir la deforestación, el cambio climático y la erosión de los suelos. Nacida en la tribu keniana kikuyú, realizó su educación básica en África, y más adelante, con una beca pudo seguir la carrera de Biología y una maestría en Ciencias Biológicas en Norteamérica. Regresó a su tierra natal para emprender un proyecto de repoblación de zonas deforestadas, que más y más países copiaron, por el que recibió el Nobel.

¿Qué nos falta como sociedad, que nos lleva a la apatía ciudadana y del medio ambiente? Como si se nos hubiera apagado el piloto y por más que traten de encendernos nada más no respondemos.

¿Qué tal si empezamos con pequeñas acciones? Cuando vayamos a comprar alimentos, llevemos nuestra bolsa reusable. En el restaurante, rechacemos popotes de plástico. Reciclemos el períodico, en vez de que vaya a la basura. Juntemos y depositemos el PET en contenedores apropiados. Exijamos a nuestras autoridades un sitio especial para colocar desechos electrónicos y baterías. Al salir, llevemos nuestra botella de agua reutilizable en vez de consumir la que se vende en recipientes de plástico.

La fuerza del todo está dada por la integridad de cada una de sus partes. Es un principio universal que igual se aplica a los humanos, que para ahora es equivalente a no morir.

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Escrito en: contraluz

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