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Piénsale piénsale

Ya no te creo

ARTURO MACÍAS PEDROZA

Ante el cinismo y la desconfianza por la política, nos hundimos en la desesperanza o en la indiferencia. Las palabras de políticos, autoridades, legisladores y medios de comunicación a favor de la niñez con motivo del pasado Día del Niño, o a favor de la vida celebrando el Día de las Madres, o a favor de la educación con la celebración del Día del Maestro, son opuestos a las políticas, leyes y acciones que ellos mismos realizan en contra de la niñez, la familia, la educación y la vida.

La maternidad, la infancia y la educación son atacadas por leyes y políticas entre eufemismos, verdades a medias o mentiras descaradas. Las expectativas políticas se están moviendo a una zona gris. Pero la necesidad de profunda aceptación de responsabilidad ha superado la época de la ignorancia con la fe en la resurrección, en disonancia con la mentalidad desesperanzada moderna y postmoderna, agnóstica o atea.

La esperanza se vincula a una política de los grandes luchadores por Dios, que han sido a la vez grandes luchadores por la justicia; es decir, una lectura desde la fe en un Dios que acompaña a las personas en la historia y responde en la realidad interviniendo en ella. Servicio o culto a Dios están unidos a luchar por la justicia, contra el abuso de poder. Es decir, a una actitud profética que incida agudamente en la política.

Es éste el sentido de la 8va. Marcha Nacional por la Vida que tuvo su repercusión en nuestra región con el rezo del rosario en el primer monumento a la madre en México, situado en el Parque Victoria de la Ciudad Jardín. Las razones a favor de la vida no son religiosas, pero los que luchan por la vida tienen en la religión una motivación superior.

La personalidad y misión pacíficas de quienes esperan en Dios contra toda esperanza, no los harán menos valientes. Hay un modo de experimentar a Dios como alguien siempre dispuesto a acompañar a su pueblo por los caminos nuevos de la historia. La alabanza a Dios incluye extraer del desastre político-religioso al pueblo, vuelto al futuro sin paralizarse al contemplar dolorido los desastres humanos acumulados en el pasado. Incluso su sufrimiento cobra sentido al considerarse un medio para hacer triunfar el plan del Señor. Hay esperanza cuando se funda en lo trascendente y no en un burdo materialismo, es decir, la incapacidad de imaginar la vida de otra manera. Experimentar en el corazón la presencia de Dios poderoso y vencedor de la muerte, da sentido a la vida porque se sabe cerca el Reino y se vive un cambio de vida.

La imagen de la fe en Dios como "opio del pueblo" es una distorsión de la verdadera fe que alimenta la esperanza y se reinventa en nuestro tiempo, como antes y después en cada tiempo histórico. La fe convoca a esa política de la "búsqueda del Reino y de su justicia", que hará posible en adelante vivir la esperanza de un reinado de Dios que es un proceso de profunda transformación de la vida humana, del mundo y del universo, es decir, un proceso personal y social humanizador ya en marcha.

Las fuerzas humanas, con tanta ilusión de grandeza y tanta realidad de frágil pequeñez, no se bastan para transformar el mundo. El poder de la esperanza se apoya en el poder divino. No da algún tipo de fuerza preferente o privilegiada; lo único que da es la responsabilidad de luchar desde su fe por el bien común, y por consiguiente, con una formulación de políticas públicas que tengan como objetivo fundamental la superación de la cultura de la muerte, que caracteriza al inhóspito mundo de hoy.

Las elecciones políticas en puerta en nuestra región son una llamada a conocer cuál es el contenido y el valor de las opciones que se nos presentan para realizar colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la humanidad. Un discernimiento cargado de esperanza, no ignora la inclinación al mal que da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres.

Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social. Con el pasar del tiempo, estas posturas han desembocado en sistemas que han tiranizado la libertad de la persona y de los organismos sociales y que, precisamente por eso, no han sido capaces de asegurar la justicia que prometían. En cambio, la esperanza que se funda en Dios, es un poderoso recurso social al servicio del desarrollo humano integral, en la libertad y en la justicia.

La esperanza sostiene a la razón y le da fuerza para orientar la voluntad; nutre el amor y lo manifiesta. Si estamos desesperanzados, ¿no será porque hemos puesto nuestra esperanza en lo que es limitado y caduco?

piensalepiensale@

hotmail.com.

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