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El estilo personal de viajar

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PATRICIO DE LA FUENTE

"¿Hoy qué toca? ¿Viaje o vieja?". Adolfo López Mateos fue uno de los mandatarios más queridos y populares del siglo veinte, pero también lo apodaban "López Paseos". Cuenta el Embajador Justo Sierra Casasús que tales cosas ponían de malas a su amigo de juventud, presidente de México, tenorio y viajero consumado.

Y es que en tal sentido, el de los traslados al exterior, Don Adolfo fue un visionario que se adelantó a la época. López Mateos advertía la importancia de que notaran a nuestro país y, claro, también al presidente en turno. Además, buscaba transmitir que ante los grandes cambios que se gestaron durante la década de los sesenta, México estaba preparado y a la vanguardia para ser un actor preponderante.

Por ende, Don Adolfo se dedicó a viajar en una época donde pocos mandatarios lo hacían, y de ahí derivó el chiste sobre su conocida afición por las salidas al extranjero.

Desde entonces, "mucha agua ha pasado por el puente", el mundo es un sitio distinto. En tanto, algo sigue igual: la prerrogativa que tiene cada presidente para no solo imponer su estilo personal de gobernar, sino también el sello que le imprime a la política exterior.

Más allá del magnífico trabajo que desde siempre realizan los diplomáticos de carrera tanto en nuestras embajadas y consulados como en la propia Cancillería, la política exterior mexicana observa algunos cambios dependiendo quién sea el titular del Ejecutivo.

Enrique Peña Nieto y sus ministros frecuentemente salieron del país, con resultados generalmente positivos. Empero, trascendió y causó justificada molestia, el dispendio y lujo con el que viajaron. En determinados momentos, incluso, los desencuentros públicos de la pareja presidencial -cómo olvidar París- y su amor por la buena vida, opacaron muchas de las conquistas del Gobierno, porque las hubo.

¿Qué decir de Andrés Manuel López Obrador? Hasta el momento no hay sorpresas, cumple, por lo menos en este rubro, lo que prometió en campaña: hará muy pocos viajes al extranjero. La mejor política exterior es la política interior, justifica tanto para no viajar como para evitar pronunciarse sobre asuntos de países extranjeros.

El presidente de México lleva prisa, quiere resolver los problemas que nos aquejan, su empeño por romper con la narrativa del pasado es evidente, pero quizá esté llevando al extremo su intento de divorciarse de un pasado que no necesariamente fue peor.

Nada que huela o lleve tufo al ayer, sostiene el tabasqueño, como por ejemplo, las comitivas al exterior.

Austeridad a tope, Andrés Manuel López Obrador obliga a sus secretarios de Estado, como si estuvieran en un kínder, a consultarle cada viaje por minúsculo que sea. Ya no digamos de la inoperancia con la que batallan subsecretarios y directores generales, atados de manos, impedidos para ejecutar, varados muchísimos proyectos de inversión e interlocución con otros países.

So pretexto la austeridad republicana, permiso expreso y por escrito para viajar. Nos fuimos de un extremo a otro y ello no es bueno.

Lo sé porque me lo dijeron. La consigna que tiene Marcelo Ebrard es llevar las cosas en paz con Estados Unidos. El presidente busca, y hace bien, no hacer eco de las provocaciones de Donald Trump. Sin embargo, vendrá el momento en el que inevitablemente tendrá que tomar postura sobre algunos temas de algo tan complejo como lo es la relación bilateral con nuestros vecinos del norte.

Por lo demás, poco o nada. El Presidente no tiene mayor interés de viajar y deja la gestión de los asuntos internacionales en manos de su Canciller, y eso, con las reservas del caso. Tanto Marcelo Ebrard, como Alfonso Romo, dos de los mejores cuadros del gabinete, se encuentran atados de manos.

La semana pasada, ciertas fuentes me anticiparon que López Obrador no asistiría al G20 en Japón, y que en su representación acudirá el Secretario Ebrard. De ser así, resulta una verdadera lástima.

Ante la incertidumbre que genera tanto la 4T, como muchas de las decisiones económicas -algunas equivocadas- que ha tomado en estos meses, sería un gran momento para que el presidente se "placeara" entre los líderes e inversionistas mundiales, y así transmitirles serenidad y confianza. Urge reposicionar a la marca "México" bajo la premisa de que somos una aldea global, interconectada, y que quien no sabe cacarear el huevo, sencillamente no vende.

Así lo manifesté en Twitter, red social que se ha convertido en la hoguera de las vanidades de la posmodernidad digital. "AMLO debe ir al G20, necesitamos que vaya, escribí". Transcribo algunas respuestas a mi tuit porque no tienen desperdicio:

"Te digo, el viejo PRI y no pedazos", "Híjole, my friend, no sé qué sea peor. Su presencia en el G20 es importante pero que no hable". "¿A hacer el ridículo?". "Todas las decisiones que ha tomado han sido de aislamiento, desde la cancelación del NAIM hasta no querer asistir a las cumbres mundiales". "Poca autoestima del presidente, no se da cuenta del país que representa".

Y como esas, otras muchas. Sigo pensando que Andrés Manuel López Obrador debe asistir al G20 porque la imagen internacional que a últimas fechas hemos dado, es que el país se ha convertido en un desastre y el nuevo Gobierno no sabe ejecutar ni planear y básicamente opera por instrumentos.

Escribe Fernando Dworkak. "Al paso que vamos, la discusión no será en torno a que vaya o no el Ejecutivo a las reuniones del G20, sino el grado de deterioro en la economía que nos ponga en riesgo de dejar de pertenecer a ese grupo".

¿Y tú qué opinas, querido lector?

Twitter @patoloquasto

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