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Día del Trabajo

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LUIS F SALAZAR WOOLFOLK

La celebración del Día Internacional del Trabajo tiene su origen en la lucha de los sindicatos socialistas en los Estados Unidos, que en 1886 culminó en una manifestación en Chicago en Haymarquet Square, en la que un presunto anarquista lanzó una bomba que mató a cinco policías de la ciudad. El evento dio lugar a una investigación y a un proceso judicial que llevó a la horca a cinco sindicalistas, a los que se conoce como Mártires de Chicago.

Entre los años de 1989 y siguientes, el socialismo real colapsó tanto en Rusia como en Europa Oriental. La causa de la desigualdad económica y social, se ubica hoy día en el sector financiero, y no en las relaciones de producción entre patrón y trabajadores, lo que es congruente con la consolidación de regímenes de capitalismo de estado, como ocurre en el caso de China y otros ejemplos del comunismo sobreviviente, que han abandonado la causa proletaria.

La visión referida ha desplazado al dogma de lucha de clases y la búsqueda de la justicia, dando un nuevo giro a las reivindicaciones sociales. Las llamadas izquierdas en el mundo actual, sitúan la dialéctica de contrarios en luchas de minorías como la causa gay, la promoción del aborto, la ideología de género, la protección a la ballena azul, etcétera, cuya amplísima y difusa diversidad, divide a la sociedad, posterga las luchas por el bien común y por tanto, fortalece al poder del estado orwelliano.

Hoy día el sindicalismo internacional está al servicio del capitalismo salvaje y ello explica fenómenos como el de Napoleón Gómez Urrutia, que gracias a la protección de la Internacional Socialista y del Gobierno de Canadá, se volvió invencible frente a los intentos del Gobierno Mexicano por sanear al viejo sindicalismo nacional, vinculado al antiguo régimen de partido de estado.

La causa sindical en nuestros días ya no responde a la lucha de clases, sino a una estrategia criminal por el control de las masas obreras en favor del nuevo capitalismo de estado. El nuevo sindicalismo ya no discurre en aras de la reivindicación proletaria y no tiene relación alguna con la construcción de una sociedad igualitaria que según el imaginario marxista, derivaría en la desaparición del Estado y las fuerzas militares y policiacas que sostienen al mismo.

Por el camino referido transita la actual Reforma Laboral recién aprobada por Congreso de la Unión, en cumplimiento a las exigencias del gobierno de Estados Unidos, como condición para que la Cámara de Representantes allende el Río Bravo, apruebe el nuevo tratado comercial de Norteamérica.

Como resultado de la Reforma Laboral, inicia en México una era de competencia por la afiliación de los trabajadores, lo que al menos ofrece a estos cierta libertad, al dejar en sus manos la decisión de pertenecer a tal o cual sindicato o incluso formar nuevas organizaciones sindicales. Habrá que ver cómo funciona esto en la práctica, para saber si va a operar en un sentido eficaz y positivo.

Lo cierto es que cualquier forma de sindicalismo será un fracaso, mientras no tenga una visión humanista que considere al trabajador un ser de cuerpo y alma, que encuentre en el trabajo una forma de dignificación integral que sobrepase al plano de la economía y brinde al hombre y a la mujer, en la solidaridad del gremio, una oportunidad de liberación y crecimiento espiritual. La creación de un sindicalismo de tal naturaleza no se puede esperar ni del Estado ni del Gobierno, sino que depende de una base social que lo genere desde la clase trabajadora organizada, con el apoyo de la academia y del tejido social en su conjunto, como ocurrió en Polonia en los años setenta y ochenta del siglo pasado.

El sindicalismo de nuevo cuño que aparece en el horizonte de nuestra Patria, no ofrece garantía alguna de humanización del trabajo, ni garantiza que el Gobierno vaya a abandonar la estrategia del capitalismo de estado emergente, en el sentido siniestro de controlar tanto al movimiento obrero, como al individuo trabajador en su cuerpo y en su mente.

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