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Una sutil bomba

JESÚS SILVA-HERZOG

Es un grueso ladrillo blanco. La investigación que ha puesto en jaque al presidente de los Estados Unidos, en 448 páginas se ha publicado. Finalmente puede leerse el informe del fiscal especial Robert Mueller. Es cierto que no podemos leer la totalidad del escrito. Sus hojas están atravesadas por una infinidad de marcas que ocultan aquello que no puede ser revelado en estos momentos. No podremos leer información relacionada con juicios en curso, con revelaciones privadas, o material que se considera clasificado. El New York Times ha desplegado las hojas del documento para ver las cuartillas a vuelo de pájaro. Casi cada cuartilla está salpicada de manchas negras. Sobre todo el primer volumen del reporte, el referido a la intervención rusa en las elecciones presidenciales, parece un forcejeo entre el blanco de la información y el negro de la censura.

A pesar de los manchones, el informe es un documento extraordinariamente valioso. Sobresale, ante todo, por la solidez de su relato. En tiempo de noticias falsas, es una plomada de información dura, pensada para resistir la prueba de los tribunales y para salir airosa de la reyerta partidista. En tiempo de ardiente opinionismo es un objetivo recuento hechos. En tiempo de vehemencia ideológica representa el más estricto acatamiento de la ley. No es poca cosa el que, en esta era de soplones, los trabajos de la fiscalía permanecieran ocultos durante todo el tiempo de su investigación. Ninguna filtración salió de esa oficina. Los trabajos avanzaron sin que se colara a la opinión pública una gota de información que vulnerara el debido sigilo que debe guardar una comisión de este tipo. Los resultados de las investigaciones son presentados con ese rigor y esa sobriedad.

El informe es devastador para Trump. No es que presente a la opinión pública y al Congreso información sorprendente, sino que la expone de manera inobjetable. No se trata de una versión parcial e interesada sino de un informe frío y ecuánime que hace catálogo de serias transgresiones legales. La conducta de Trump como candidato y aún más como presidente está marcada por un profundo desprecio por la ley. No hay ninguna duda de que intentó activamente descarrilar los trabajos de la comisión investigadora y que ordenó mentir a su equipo. Si algo lo salva es precisamente el desacato de los subordinados que se negaron a seguir sus instrucciones. Gracias al documento de la comisión Mueller, la causa de la destitución presidencial cuenta con fundamento sólido. Lo que el jefe del Departamento de Justicia dijo apresuradamente después de recibir el informe de Mueller está muy lejos de la verdad. William Barr sostuvo que el fiscal autónomo no formuló acusación alguna de obstrucción de justicia y que exoneró definitivamente al presidente de los Estados Unidos. La verdad es otra. Hay abundantes pruebas de que el candidato y el presidente violaron reiteradamente la ley. Puede reconocerse en su conducta un auténtico patrón de ilegalidad. Lo que se dice en el quirúrgico lenguaje del informe es que, a pesar de haber encontrado pruebas convincentes de que Trump intentó obstruir la justicia, no considera tener las facultades legales para formular una acusación directa contra el presidente. En el informe están los hechos, solamente al Congreso corresponderá evaluar su significado legal y político. Solo al legislativo correspondería proceder formalmente contra del Ejecutivo.

Al leer el informe del fiscal especial podemos claramente advertir que la argumentación jurídica es un arte de sutileza. El reporte de Mueller es un relato cuidadoso, un argumento bien anudado, una fina lectura de la ley. Pero es una bomba. ¿Qué deben hacer los demócratas con la verdad? Hay quienes creen los atropellos son tan graves y tan reiterados que deben proceder cuanto antes a activar los mecanismos de la destitución. Hay otros que consideran que, más que improcedente, sería inconveniente iniciar un proceso contra el presidente de los Estados Unidos que al final del día se estrellaría contra el muro republicano en el Senado. Creo que estos últimos tienen razón. En un clima de tan intensa polarización como el que se vive aquel país, la remoción de un presidente que para millones encarna la victoria sobre la clase política tradicional, sería vista como un golpe de las élites. Una confrontación constitucional alimentaría ese resentimiento que es el más potente combustible del populismo.

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Escrito en: Jesús Silva-Herzog

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