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La Unión Europea en su laberinto

Urbe y Orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

La frenética y polémica actividad mediática del presidente Andrés Manuel López Obrador tiene a buena parte del círculo rojo y la sociedad mexicana en general inmersas en una dinámica absorbente de revisar cada paso y palabra que el líder izquierdista da en sus conferencias de cada mañana. Hasta cierto punto es normal que esto ocurra, luego de haber vivido un gobierno casi ausente, al menos de los reflectores cotidianos, como el del presidente Enrique Peña Nieto. Pero la dinámica actual parece de pronto propiciar una especie de ensimismamiento que impide ver y analizar lo que ocurre en otras latitudes, salvo cuando se presentan sucesos trágicos y llamativos -como el incendio de la catedral de Notre Dame o los antenados en Sri Lanka-, pero sólo de forma momentánea y superficial.

Esto es así con todo y que en otras regiones hay estados nacionales que tienen un mayor peso específico en el mundo y que su devenir termina afectando a todo el orbe debido a la globalización y la clara relación de centro-periferia que marca la geopolítica actual. Una de esas regiones es Europa, continente en el que están ocurriendo cambios importantes productos de la crisis sistémica en la que nos encontramos y la consecuente emergencia de nuevas y no tan nuevas corrientes políticas, aunadas a las amenazas reales o potenciales que se configuran dentro de sus fronteras y más allá de los mares y tierras que lo circundan.

Hacia dentro, el proyecto comunitario -único en el mundo- llamado Unión Europea se encuentra en un momento crucial de su corta historia. La incertidumbre provocada por la salida del Reino Unido en medio de las elecciones parlamentarias europeas ha reactivado a las fuerzas que ponen en duda la viabilidad de la unión y a aquellas que se manifiestan abiertamente en contra. En la tormenta, surgen voces más moderadas que proponen replantear el proyecto desde abajo hacia arriba. Y es que, hay que decirlo, la Unión Europea es un engendro exclusivo de unas élites políticas forjadas en la Guerra Fría que, si bien consiguieron llevar a buen puerto un plan que tenía todo para fracasar, fallaron a la hora de socializar el proyecto para sembrar en las clases medias europeas la necesidad de defenderlo como única vía para su progreso y bienestar.

La crisis económica de 2008-2009 puso en entredicho la capacidad de las instituciones europeas para dar respuesta a los sectores más golpeados por la última gran recesión. El divorcio de las élites con la base social ha provocado el resurgimiento de grupos políticos nacionalistas y neofascistas que alimentan la xenofobia, el racismo, el patrioterismo y el regreso a eso que llaman valores tradicionales, para ganar adeptos entre un electorado cada vez más desorientado y desesperanzado.

Estos grupos se han valido también del fracaso de varios estados europeos en la integración social y cultural de las grandes poblaciones de inmigrantes, principalmente de origen africano y medioriental, quienes, dada su vulnerabilidad, se han convertido en pasto fértil para grupos fundamentalistas, terroristas y criminales. La polarización y el divisionismo cabalgan imparables frente a un estado rebasado de instituciones limitadas.

Otro nivel de división se observa entre los países que conforman el llamado club de los 28, próximamente 27. Se trata de bloques de estados con características similares muy marcadas que establecen categorías de facto. Así, está el bloque de las economías más grandes (Alemania, Francia, Reino Unido e Italia); el de las sociedades más prósperas (Suecia, Finlandia, Dinamarca, Países Bajos…); los estados del sur (España, Portugal, Grecia, Chipre…), y los excomunistas del Este (Polonia, Hungría, Bulgaria, Estonia…); todos con realidades, historias, culturas y desarrollos distintos.

Construir acuerdos con esta diversidad de intereses a cuestas es uno de los principales retos de una comunidad que se ha expandido mucho más rápido de lo que sus instituciones pueden asimilar, además de los recelos que genera en el sur la presión aplicada por el norte, y en el norte, la "indisciplina" del sur. Por si fuera poco, los gobiernos de varios estados han optado por vías menos democráticas o francamente antiliberales, lo que constituye un nuevo desafío para la unión.

Hacia fuera, son varios los focos amarillos y rojos. Muy cerca de las fronteras comunitarias, los Balcanes viven un proceso de inestabilidad derivado de la inconformidad de la sociedad por el deterioro económico, hecho que ha ralentizado aún más la incorporación de Serbia, Macedonia del Norte, Albania y Montenegro a la unión. Más al Este, Ucrania sigue inmersa en una guerra civil de facto con las provincias orientales de etnia rusa sublevadas y apoyadas por Moscú, mientras Bruselas no logra definir una política firme y coherente ante el conflicto.

Al sur del Mediterráneo el escenario se torna más complejo y preocupante con una Libia al borde de una nueva guerra civil abierta y Francia e Italia en posiciones casi contrarias por su relación con los bandos enfrentados; Sudán y Argelia, que viven procesos agitados de transición de regímenes con un alto riesgo de acabar en violencia, lo que impulsaría una nueva ola migratoria hacia el norte, y la región subsahariana del Sahel, en donde el terrorismo y los conflictos tribales matan y expulsan a millones de personas.

En Oriente Medio los peligros se mantienen por la inestabilidad en Siria, Irak y Palestina, en donde el presidente de Estados Unidos Donald Trump ha dado un nuevo golpe a la ansiada paz al reconocer la soberanía israelí de los peleados Altos del Golán, tras admitir a la conflictiva Jerusalén como capital del Estado judío. Cada nuevo conflicto alrededor de su área de influencia significa para la Unión Europea un desafío en la adopción de una posición política común y de gestión de la crisis migratoria consecuente.

En el plano de las disputas geopolíticas libradas por Estados Unidos, China y Rusia, la Europa comunitaria se enfrenta a la difícil decisión de consolidarse como un poder político y militar independiente de la deriva unilateralista adoptada por Washington, su aliado histórico de la posguerra. La sacudida que le ha dado Trump a los organismos multilaterales, entre ellos la OTAN, y la desconfianza que generan medidas como la salida del acuerdo nuclear con Irán y el regreso de las restricciones a Cuba, obligan a Bruselas a buscar una posición autónoma de la política exterior con el riesgo de ver disminuida su alianza con la Unión Americana.

Esta decisión no es un asunto menor dada la nueva escalada armamentista entre las dos principales potencias nucleares -Rusia y Estados Unidos-, el incremento de la conflictividad social e interestatal en todo el mundo y el creciente papel protagónico de China, quien ha comenzado a desplegar su diplomacia política y comercial para impulsar su proyecto insignia, la Nueva Ruta de la Seda, con el cual pretende asumir una posición de liderazgo internacional, y al que ya se han sumado Italia y Grecia de forma individual.

Este panorama en conjunto hace que la Unión Europea, la comunidad de estados nacionales más próspera del planeta, se encuentre metida en un auténtico laberinto del que no se ve en el corto plazo una salida. Y esto es una mala noticia para todos porque Europa, nos guste o no, juega un papel muy importante en la estabilidad mundial y en la lucha contra los grandes problemas globales, además de que representa para países emergentes -como México- una alternativa para diversificar la interacción y el comercio acaparados hoy por Estados Unidos y China.

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Escrito en: Editorial Periférico

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