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LLORABA MIENTRAS EL HIJO PENDÍA

Arturo Macías Pedroza

"Stabat Mater". El medioeval texto litúrgico de estos días de la pasión que hoy empezamos, sigue siendo actual. México sigue llorando la muerte de sus hijos:

"La madre piadosa estaba

junto a la cruz y lloraba

mientras el Hijo pendía.

Cuya alma, triste y llorosa,

traspasada y dolorosa,

fiero cuchillo tenía…".

El texto que expresa los sufrimientos María, muestra elocuentemente la impactante realidad de las madres que lloran a sus hijos muertos. No podemos ser insensibles ante la violencia porque "Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor? Y ¿quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera sujeta a tanto rigor?". Lo grande de esta herida, debe desgarrar también el alma de quienes vemos lloran a una víctima de la violencia.

Revelándose a los decretos presidenciales, la muerte extiende sus efectos, aumentando escurridizas cuentas. Los hijos mueren: mueren antes de nacer con sentencia legal que quiere ampliar su mortaja a todo el territorio; mueren jóvenes sin morir al perder el rumbo de la vida; mueren las víctimas y mueren los victimarios, pues en el hermano se matan a sí mismos. "Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado, no hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida" (Miguel Hernández: Elegía a Ramón Sijé).

¿Por qué llorar lo irremediable? ¡Porque no creemos que sea irremediable! Nos revelamos ante la muerte y subversivos, confiamos que el amado permanece, En Jesús que es la vida, ha sido vencida la muerte. Por eso la resignación la rechazamos, si implica consentir y someterse. No permitimos la violencia, no la aprobamos, no nos conformamos a ella. No nos hacemos ella. Para nosotros, como para cada madre, ningún hijo sobra y todos duelen. No se puede llenar con información manipulada, el gran espacio que deja el que nos falta. El velo en la información no puede esconder las muertes, los hijos ausentes hacen un silencio estridente. Una invisibilidad deslumbrante, un "no estar" omnipresente.

Por los hijos que quedan, tenemos que revertir esta tendencia con procesos que incidan efectivamente en la construcción de paz; buscar las causas más profundas de la violencia; sembrar y hacer germinar semillas de paz; identificar las actitudes y los comportamientos generadores de violencia en las que contribuimos todos los días; proponer y trabajar en áreas concretas de conversión y transformación de la realidad; desenmascarar y modificar estructuras sociales, políticas, económicas, culturales, educativas y religiosas que no favorezcan la paz o incluso provocan violencia.

Solidarios en el sufrimiento construyamos una red que promocione la paz, que rescate los valores familiares y los espacios sociales, que superando la pura crónica de lo ocurrido pasemos al ámbito de las propuestas, en colaboración con organizaciones gubernamentales o no gubernamentales y creando incluso nuevas.

Ninguno puede ignorar o minimizar el papel decisivo de la familia, célula base de la sociedad desde el punto de vista demográfico, ético, pedagógico, económico y político. Es necesario tutelar el derecho de los padres y su papel primario en la educación de los hijos, en primer lugar en el ámbito moral y religioso. En la familia, nacen y crecen los que trabajan por la paz, los futuros promotores de una cultura de la vida y del amor". Es pues en la familia en donde se juega la formación de los futuros violentos o de los futuros pacificadores. ¿Qué hijos estamos formando? ¿Hasta cuándo seguiremos llorando las muertes de los hijos de unos, por la violencia de los hijos de otros? No podemos esperar que llegue la paz de parte de quienes son violentos, de quienes sacan beneficios de la violencia o simplemente de quienes no les interesa la paz. Es a nosotros los padres y madres de familia los que podemos hacer la diferencia formando a nuestros hijos con la ayuda de un proyecto coherente, y el apoyo y protección de la familia por parte de todas las instituciones de la sociedad. El reto es restaurar la familia que ha sido profundamente dañada y rota por el nivel de violencia. Unámonos al sufrimiento de María y de todas las madres que han perdido a sus hijos en la violencia y vivamos en esta Semana Santa el misterio de la muerte que es vencida.

"¡Oh dulce fuente de amor!,

hazme sentir tu dolor

para que llore contigo…

Porque acompañar deseo

en la cruz, donde le veo,

tu corazón compasivo.

¡Virgen de vírgenes santas!,

llore ya con ansias tantas,

que el llanto dulce me sea.

Porque su pasión y muerte

tenga en mi alma, de suerte

que siempre sus penas vea".

[email protected]

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