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ARTÍCULOS PUBLICADOS EN LA REVISTA EL PUENTE NO. 2 DE FECHA ENERO-FEBRERO DE 1991, Número 21 de la serieARTÍCULOS PUBLICADOS EN LA REVISTA EL PUENTE NO. 2 DE FECHA ENERO-FEBRERO DE 1991, Número 21 de la serie

Lo publicó el Dr. Carlos Monfort Rubín (f), buen amigo mío, titulado: TORREÓN DE LA LAGUNA Y SU PLACITA DE ARMAS:

Nativo de Cocorit, Sonora, el Doctor Monfort radica en Torreón desde 1940. Ha sido profesor de la Escuela Preparatoria de La Laguna, Director de la Preparatoria Venustiano Carranza, 1958-1962, cofundador de la Preparatoria Nocturna Núm. 18 (1952) y del Instituto Norteamericano de Relaciones Culturales (1963), Maestro fundador del Instituto Regional de La Laguna(1965) y Presidente del Centro Cultural de La Laguna. En 1973, fundó la mesa sabatina LOS MANTELES AMARILLOS, foro de poesía, prosa, historia, ciencias y música.

En 1982, fue reconocido como Ciudadano Distinguido por el Ayuntamiento de Torreón. Ha colaborado durante años en el diario El Siglo de Torreón y ha publicado, entre otros libros, Síntesis de una comunidad, Panoramas glaucos, problemas de Salud y salubridad en la Comarca Lagunera, Los zacatecanos en La Laguna y Desde la catedra.

Los versos que se citan en este artículo son de los poetas laguneros Miguel Álvarez Acosta y Ernesto M. Bonaz.

En la planicie extensa, abierta al sol y al vendaval... en la mano rural que urbe grandiosa/levantó con afanes y con trinos/ha erigido el amor; urna preciosa/para que el trigo sepa de la rosa/y de tesoro sueños campesinos/De la lluvia y el hombre pacto abierto/vende la dictadura del desierto/con mirada de tiempo y de esperanza...

HIDALGO DELGADO fue uno de aquellos hombres que vinieron a estas tierras en busca de trabajo y seguro sustento para su mujer y su prole, cuando la gran afluencia de gente campesina, informada de la bonanza del algodón, salió de su tierra en la guardarraya de San Luis y Zacatecas, un sitio abundoso de nopales; cargó la recua de cuatro burros con costales de maíz y fréjol y la infaltable provisión de chiles; la cazuela grande, el jarro con su cuchara de madera y el metate, a más de una jaula echiza para los pollos, carnita tierna y fresca, alimento de los niños hasta el momento. Unos costalillos de canela, piloncillo y sal en grano completaron la carga destinada al viaje largo, fatigante, pero sin zozobras por que imperaba la paz porfiriana; ya los rurales de a caballo habían desmochado a todos los bandidos...

...YA ES DE NOCHE. Quizá la última de camino. A la hora del relente escucha de la lejanía el agradable silbato de una máquina del tren. Calcula estar muy cerca de la villa de Torreón. Llegarían cuando mucho al atardecer y acamparían por allí, así fuese en algún rincón del rancho, en alguna calle orillada de la Villa o en el mesós, para dar pastura fresca y acomodo a los burros, que vendería en la primera oportunidad porque ya no le servirían para nada. Él iba al campo de cultivo y ése era sin destino. Además, los pesos andaban muy escasos y no estaba seguro cómo se las habría de ver.

Llegaron al paredar la tarde un día de marzo. Hallaron el mesón y se echaron agua al cuerpo para aliviar un tanto lo cansado; después, acomodaron a los burros con agua y pastura. Hilario trajo el jarro lleno de menudo colorado y un resto de panes blancos grandotes y enharinados que comieron remojándolos en el sabroso caldillo del menudo. Esa noche, modesta apenas si probó la cena; tenía repugnancia y como que algo se le revolvía en las entrañas; era una vida en gestación que daría su primer vagido en La Laguna, por el rumbo de la sierra de Solís.

Despertaron al ruido mañanero de hombres, de aperos, de la mulada con las voces que ordenaban las tareas. Se levantaron, compraron algo para comer, salieron a conocer la Villa, el caserío alado de los rieles y más allá, hacia el oriente, con casas de adobe y otros edificios mejor hecos; el TORREONCITO ENCALADO que sirvió de mirador en la llanada extensa; El Cerro de la Cruz, con casas en las faldas; las tiendas que de todo vendían; la gente que hervía en cantidad.

Descansaron en la plaza principal, enladrillada y con bancas de hierro; los árboles apenas y alzaban en antura. Allí jugaron los muchachos con el TLACO en pleno terregal. Allí en la PLACITA DE ARMAS, llamada después Principal y aún después DOS DE ABRIL, en recuerdo de una memorable batalla ganada por un general mexicano cuando ya declinaba la guerra contra la Intervención Francesa y del Segundo Imperio...

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