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Oportunidad elemento como norma de acción

JULIO FAESLER

El remedio más aconsejable tiene que aplicarse con oportunidad. Uno de nuestros grandes problemas es la desigualdad que nos escinde en ricos y pobres, los con escolaridad y los que carecen en ella, los ocupados en actividades productivas y los eternos desempleados. Las diferencias son divisiones que frustran todo sentido de unidad en la sociedad tan necesitada de ella.

La educación es el medio más eficaz para soldar esos seccionamientos. Ella es el cimiento indispensable para el esfuerzo nacional que el desarrollo requiere. México, empero, ha sido dividido en otros aspectos particularmente en la manera en que se ha enseñado historia. Un somero repaso de los episodios más críticos de nuestra historia desde la Independencia lo confirma. Por un lado, como alguna vez lo afirmara Juan O'Gorman ante el presidente de la República, están los buenos-buenos y por el otro lado los malos-malos. Al mexicano se le ha educado con una historia patria parcial y sesgada que ha creado bandos de opinión. No una cultura patria unida que inspire.

En muy pocos casos en que hemos lucido una unidad nacional el país ha salido adelante. La nacionalización de la industria petrolera es el más singular. La llamada a la unidad que lanza el rey o jefe de un país parece requerir la aparición del enemigo a combatir y vencer. Largos períodos sin tener un reto externo tangible han dejado al mexicano sin consciencia de responsabilidad social más que en los casos de tragedia colectiva.

Además de la que ofrecen las escuelas, la verdadera educación comprende una visión equilibrada de la vida y de las oportunidades que encierra para avanzar primero en la familia y luego en la comunidad. Debe ser reforzada en el ejemplo sano y el discurso positivo de las más altas autoridades. Es aquí donde el jefe de estado tiene una insustituible responsabilidad de infundir en la juventud y en toda la población las bases psicológicas de solidaridad y confianza en la propia capacidad personal de superación de cada ciudadano. Un país sólido en su convicción positiva hacia el presente y futuro no tiene porqué mirar hacia el pasado sino para tomar de él ejemplos de virtudes que hay que repetir.

Un gravísimo problema que tenemos es el lamentable hábito de defenestrar a los personajes que han construido nuestra identidad nacional si no coincidieron con el patrón instituido por la facción vencedora. No hay para el vencido lugar para mérito alguno. La historia oficial es implacable.

El resultado es una visión recortada que priva al mexicano conocer lo que de positivo cada personaje contribuyó a la vida actual. En la historia más reciente abundan ejemplos de personas que aportaron a la evolución nacional sin estar en la estructura política oficial del momento. El gobierno actual, fruto de una larga y tenaz oposición, es de necesidad el más convencido.

Mientras más revisamos figuras históricas pretéritas, mejor se entenderá su lugar en su peculiar momento y aquilatar y detectar lo que aportaron a la identidad nacional. Poco hay de útil en pedir que nuestros coetáneos respondan por hechos pretéritos de individuos que respondieron a sus circunstancias. Menos aún que nuestra generación actual del siglo XXI, exijamos de otras, ya sepultas, respuestas imposibles.

Hoy presenciamos un curioso artificio de reconciliación entre generaciones dispares. Es evidentemente inoportuno atizar rescoldos con la extraña intención de sobre ellos construir la unidad nacional.

La difícil coyuntura que México, y muchos países, estamos viviendo debe dejar al pasado los innúmeros errores, injusticias, crímenes de los que nos antecedieron, para, con la frescura de nuevos ánimos acoplados a circunstancias actuales, lanzarnos a nuevos retos, no los de otros tiempos.

La historia y sus figuras solo son escenarios heredados. No son libretos. Es como las desigualdades que se mencionar al principio de este artículo y que hoy se padecen en prácticamente todos los países. Nada ganamos exigiéndole contrición a los muchos mexicanos que a lo largo del Siglo XX las agudizaron. Nuestra tarea actual es mitigarlas, ahora en nuestro Siglo XXI.

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