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Lo que significan los primeros 100 días

JULIO FAESLER

Pasó la marca de los primeros 100 días López Obrador en la presidencia de la república, y ninguno de los que escucharon el primer informe trimestral sintió mayor emoción. Los partidarios del presidente, los de Morena y simpatizantes, no esperaban sino la repetición de los datos y explicaciones que se venían repitiendo a lo largo de las sesiones mañaneras en Palacio Nacional. Los contrarios al presidente tampoco sintieron emoción particular. Poco quedaba a la curiosidad y a la imaginación, apenas la remota posibilidad de que el presidente diera marcha atrás a alguna de sus más controvertidas decisiones.

No hubo tal. La proa de la nave Morena se mantuvo firmemente apuntada hacia nuevos puertos para la comunidad mexicana. La misión, cruzada de toques místicos, la emprende solo el capitán con una tripulación de muy variadas capacidades y con ambiciones personales aún no reveladas. Receta todavía sujeta a la prueba de las realidades nacionales e internacionales,

Los tiempos no ofrecen seguridad a nadie. En lo nacional, hay masas inquietas que se acomodan y en el exterior está esa movediza relación con Estados Unidos, obligado e inevitable referente para todo, con la caprichosa y oscilante actitud del presidente norteamericano. Lo que se espera de López Obrador es extender a toda la nación el clima de solidaridad y confianza que sería la inspiración de una marcha ascendente. Estos son los indispensables componentes del avance hacia los mejores niveles de vida a que todos aspiramos.

No ayuda a estos fines que la cruzada indispensable contra la corrupción que hizo metástasis por todo el cuerpo social sea ocasión para degradar sin distinción a todos los individuos que han trabajado décadas enteras con probidad y eficacia desde sectores públicos y privados en los programas dirigidos a remediar los males conocidos. Peor aún, revelando una falta de involucramiento personal, el presidente ha creído que todas las instituciones de acción social son intermediarias perniciosas que incuban la corrupción. El contacto directo, ¡ahora sí directo!, con varias de las instituciones para percatarse de la limpieza y entrega profesional de sus operaciones debió haber precedido las decisiones que tomó el señor presidente. Devolverles el ritmo de sus actividades y restituirles el indispensable financiamiento es una tarea que urge.

El tema anterior es uno de varios de crítica importancia que marcaron los primeros cien días del desempeño presidencial. Hay demasiada gente que está pendiente de que el líder de la Cuarta Transformación encuentre el camino para enderezar algunas de sus decisiones, que ya ahora el propio López Obrador estará convencido de la necesidad de matizar las situaciones que él ha provocado. Toda decisión en tal sentido, clara y sencillamente explicada, sería aprobada por sus seguidores reunidos en plaza pública de cuya comprobada lealtad han dado muchas muestras.

Un asunto que se trata en el Congreso alude a la propuesta en que desde hace tiempo insiste López Obrador, y que es la revocación de mandato presidencial. De aprobarse esta iniciativa, su efecto destructor de la estabilidad política sería patente de inmediato. El primer asunto está en hallar el personaje que sustituyera al presidente y, desde luego, el método para legitimar su instalación. Convocar a nuevas elecciones presidenciales no es recomendable, aunque plausible en el supuesto de que el costoso ejercicio estuviera previsto y aprobado por el Legislativo.

El verdadero daño sería la interrupción de la ejecución de los programas en marcha. Este aspecto podría constituir la verdadera intención de la consulta revocatoria que, por lo que puede entenderse, se efectuaría con mayor formalidad que la simple alzada de manos que hasta ahora le ha bastado para planteamientos menos transcendentes.

La propuesta de revocación del mandato puede ser útil y altamente democrática tratándose de funcionarios municipales de elección popular. La cortedad de la investidura y la comprobada necesidad de poner controles efectivos no necesariamente a prácticas corruptas, sino a la flagrante incompetencia administrativa o política que detecte en un presidente municipal, hace incluso recomendable esta figura democrática que ya está siendo usada.

Los cien días de López Obrador fueron la clara muestra de lo que nos continuará ofreciendo a lo largo de su sexenio. El siguiente informe trimestral, el segundo, nos mostrará en qué medida sus decisiones y programas se han acercado a las realidades a que se enfrenta ya como jefe de la nación. Ciertamente esperamos ese momento con mayor interés que el que suscitó el primero. Sin embargo, los Informes anuales pasarán a ser simples repeticiones de las mañaneras y de los trimestrales.

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