El escenario está dispuesto, los lugares comienzan a ocuparse por músicos que afanosamente les dan los últimos arreglos a las partituras que tienen enfrente, se aseguran de que su lugar esté cómodo para la función y de esa manera no tener algún inconveniente durante la presentación. Puede escucharse cómo algunos practican unas cuantas notas pese a que son distintas de las que practican los otros; no se escucha caótico. Es más bien como melódicos murmullos que se cruzan unos con otros.
Todo es posible verlo gracias a que al centro de la escena se encuentra imponente un piano de cola negro, brillante por las luces del teatro y enigmático por su disposición. De no ser así quizá el telón hubiera estado abajo y todo este murmullo sería un mero suponer de lo que está pasando. Pero gracias a eso, es posible darse cuenta de que detrás del protocolo que le da realce al evento se encuentran personas fascinadas por la magia que surge antes de que el director alce la batuta.
Después de estos momentos de genuina curiosidad, entra el primer violín a cerciorase de que la sinfónica esté afinada para dar inicio al protocolo de entrada del director y comenzar con el programa.
El ambiente solemne y de respeto que surge apenas entra el director deja a la expectación al público, es como si hasta quisiera aguantarse la respiración para no interrumpir lo que esté por suceder.
Pero el personaje que sigue estoico frente a todo lo que se desarrolla es el piano, intrigando un poco a los asistentes porque no hay quién lo toque; se encuentra también expectante.
Después de la primera obra presentada, el director sale de escena y al volver trae consigo a un joven que será el encargado de dar vida y presencia a las notas que dispuestas esperan ser despertadas ante la multitud que está frente a ellos.
Este joven es Erick Valdés, joven promesa que continúa consolidando su formación académica en el piano como la experiencia práctica, como lo es en esta ocasión.
Él comenzó con el concierto para piano número 1 de Tchaikovski, un inicio lo suficientemente emotivo como para que los asistentes dejaran entrever su sorpresa ante lo percibido.
De la misma forma, la orquesta presentó la sinfonía número dos de Brahms, en una especie de diálogo entre el piano y la orquesta; en su conjunto se pudo apreciar la armonía en que confluyen los instrumentos y cómo es la mejor metáfora de la comunicación y el trabajo en equipo. Cada sonido tiene su momento y su importancia, ya que si faltara alguno de ellos, la experiencia perdería riqueza.
Todo esto se llevó a cabo en el teatro Fernando Soler en la ciudad de Saltillo, Coahuila, pero ya está anunciada una gira de este pianista por el estado y otras ciudades de la república. En la cual Torreón está incluido. Con la diferencia de que se trata de un concierto a dos pianos. Pero que sería una grata experiencia poder apreciar.
Finalmente, la experiencia de la música nos vuelve un poco a nosotros mismos, capta nuestra total atención y nos permite disfrutar el aquí y el ahora, en una forma de centrarnos para continuar nuestro camino.
