Columnas la Laguna

Anecdotas y personajes del periodismo de antaño

EVOCACIÓN

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

Don Antonio de Juambelz y Bracho, director general de El Siglo de Torreón, se retiraba temprano de su oficina -entre las siete y las ocho de la noche- depositando en sus empleados la confianza suficiente para mantener día a día y noche a noche, incluyendo madrugadas, el prestigio alcanzado por el periódico en materia de información fidedigna y puntual.

Por eso resulta imborrable en mi mente su imponente figura, puro en mano y pegado al escritorio del reportero Alfredo Rivera Martínez, revisando a altas horas de la noche -una a una- las más de quince cuartillas que salieron del rodillo de la máquina de escribir del compañero con la crónica completa de la terrorífica explosión de Guayuleras, ocurrida al norte de Gómez Palacio, Durango, a las ocho de la noche del 23 de septiembre de 1955.

Leía y releía, ponía puntos y comas y las enviaba de inmediato a los linotipos para acelerar la impresión del periódico que debía de salir a la calle a la hora más temprana posible del siguiente día. Y no falló en ese sentido ni en ningún otro: El Siglo expuso crudamente la tragedia y no habló de que el estallido había sido escuchado a miles de kilómetros de distancia, como publicó equivocadamente la competencia. Ese fue su principal cuidado: no caer en la exageración.

EL HOYO FALLIDO

Dice la leyenda que una mañana de abril de 1968, en los campos de golf del Centro Campestre Lagunero, jugaban con bastón a dos manos, entre otros, el doctor Abraham Medina, el ingeniero José F. Ortiz, el licenciado Salvador Sánchez y Sánchez, el licenciado Casimiro Valdez de Luna y don Antonio de Juambelz y Bracho. En el hoyo nueve y con más de 400 tiros en promedio cada uno de ellos don Antonio comenzó a aventajar a sus rivales no se sabe si por el favoritismo de éstos o porque de veras era tan bueno como El Tigre Wood.

-Qué buen tiro señor Bels, repetía una y otra vez el doctor Medina a cada golpe dado a la pequeña bola selénica por el director de El Siglo de Torreón. Lo hizo en dos o tres ocasiones en forma lisonjera y fastidió al periodista. -No me llamo Bels, subrayó con molestia y retomó el palo.-Perdón don Juan, respondió el profesionista. Los amigos se quedaron helados y don Antonio falló el tiro por metro y medio.

(Pero el que se voló la barda fue un compañero de reciente ingreso, quien al escribir una nota sobre la asistencia de nuestro director a un evento social, apuntó: nuestro director, señor Juan Vélez… al día siguiente no hallaba donde esconderse).

Otra cualidad más de nuestro director fue su paciencia y sus salidas ingeniosas ante asuntos de carácter individual: -repártelas a ver cuánto te tocan me dijo una vez que le transmití las mentadas de madre del líder de la CTM a su persona y colaboradores: -¡Ninguna!, respondí aflojando el cuerpo. -Ponte a trabajar pues. Se hace tarde -apercibió- y calmosamente volvió a sus papeles.

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