Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"¡Te voy a besar donde nadie nunca te ha besado!". Así le dijo, amenazante, el Lobo Feroz a Caperucita Roja. Contestó ella muy tranquila: "Pos sólo que sea en la canastita". Don Humilio, el sufrido esposo de doña Gorgona, chupó Faros, colgó los tenis, se puso piyama de madera, fue a abonar las flores en el ranchito del Señor, se contrató de minero, entregó la zalea al Divino Curtidor. Todos esos eufemismos uso para no decir sencillamente que don Humilio se murió. A los pocos días de fallecido se le apareció -espectro, vaga sombra- a su consolable viuda. Ella no se asustó, mujer recia como era. Le preguntó al fantasma: "¿Cómo te ha ido, gordo?", (Así solía llamar a su marido, aunque el pobre estaba más flaco que una buena intención). "Estoy muy bien -respondió el finado con tono de ultratumba-. Estoy mucho mejor, y soy más feliz, que cuando viví contigo". "Dime, gordo -preguntó con ansiedad doña Gorgona-: ¿cómo es el Cielo?". Contestó don Humilio exasperado: "¿Y quién chingaos te dijo que estoy en el Cielo?". "Are ya callin' me a liar?". "¿Me estás llamando mentiroso?". El vaquero hacía esa pregunta en el saloon de Picadillo -se pronuncia Picadilo-, violento pueblo del Salvaje Oeste. Se había puesto en pie y había acercado la mano a su pistola. Los parroquianos se apartaban, cautelosos, a fin de no recibir una de las balas que se dispararían en el duelo que de seguro iba a seguir. Llamar mentiroso a alguien es la mayor ofensa que en Estados Unidos se le puede hacer a cualquiera. Criados en el principio de que "Honesty is the best policy" los norteamericanos podrán matar a un prójimo, pero jamás de los jamases le dirán una mentira. En tribunales el perjurio es gravísimo delito que se castiga con pena de prisión. Mentir es acción particularmente punible cuando el que miente es hombre público. Por haber ocultado la verdad en el caso Watergate el Presidente Nixon tuvo que renunciar al cargo. Bill Clinton se vio a un paso de correr la misma suerte después de sus travesuras con la bocaria -quise decir becaria- Monica Lewinsky, y por haber convertido el salón oval de la Casa Blanca en salón oral. Ahora el nefasto Donald Trump es exhibido como mentiroso. Su antiguo amigo y abogado Michael Cohen soltó toda la sopa, y ante sus interrogadores del Congreso cantó hasta "Rigoletto". Por su complicidad con el inmoral magnate irá a la cárcel, pero en puridad de ley debería arrastrar en su caída al indecente mandatario. Si eso sucede yo podré ir otra vez a Estados Unidos, país en el que tengo afectos entrañables y cuyo territorio hice la promesa de no pisar -voto que he cumplido rigurosamente- mientras Trump, ese bad hombre, sea presidente del vecino país, nación por muchos conceptos admirable. Volveré entonces a mis búsquedas de libros en Barnes & Noble de McAllen, Texas; de nuevo compraré chacharitas en la pequeña pulga dominguera de Port Isabel, y haré otra vez mis caminatas de madrugada por la playa de la Isla del Padre. Que así sea. Lord Feebledick llegó a su finca rural después de la cacería de la zorra y al entrar en la alcoba vio a su mujer, lady Loosebloomers, en ilícito y pecaminoso ejercicio de lujuria con Wellh Ung, el pelirrojo mancebo encargado de la cría de faisanes. Requirió milord su rifle Magnum, con el cual había cazado tigres en la India, y lo apuntó a las partes pudendas del asustado mancebo. "By Jove, Feebledick -intervino en ese punto lady Loosebloomers-. Por lo menos permítele acabar lo que está haciendo. Ya vamos muy adelantados, y tú mismo has dicho siempre que no te gusta que tus trabajadores dejen las cosas a medias". FIN.

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