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Ensayo sobre la cultura

Sigamos en el mundo de los libros

José Luis Herrera Arce

Ya están pasando de moda las bibliotecas. Las nuevas generaciones se han acostumbrado a los libros digitales o a los pdf que saben que están ahí, pero que no leen. También, hay personas que heredan bibliotecas o que las compran como objetos de decoración o presunción, por colores, por tamaños o por lo que sea. En los sesenta y setenta, se bromeaba con estas cosas. Las tapas de los libros iban con las cortinas y había editoriales, como Bruguera, en donde todos sus libros eran iguales en las pastas.

Cuando uno conoce escritores se puede imaginar sus bibliotecas; primero, por la forma en que usan el lenguaje; segundo, por sus referencias; tercero, por la profundidad con que tratan sus temáticas. Célebre es el caso del escritor coahuilense don Artemio del Valle Arizpe que donó la suya a la Universidad de Coahuila y luego, por un fatal accidente, se quemó. Lo que se habrá perdido ahí; más se perdió con el incendio de la biblioteca de Alejandría, textos que jamás volverán. Gran suerte tuvimos que textos aristotélicos fueran recuperados por los musulmanes y, por esta vía, volvieran a la cultura occidental.

Esto es una lástima, ahora ya nadie quiere que le hereden una biblioteca porque no sabría qué hacer con ella. Van a dar a los libros de viejo que las compran a cinco pesos cada libro o la donan al asilo del anciano que posteriormente las vende a los de los libros viejos. Creo que ni en la biblioteca municipal, por falta de espacio, aceptan donaciones. Las facultades de la universidad, al cambiarse a Ciudad Universitaria, convierten las suyas en salas de lectura porque pueden acudir a la infoteca. De todos modos, ya hay otras formas de obtener información sin tanto boato.

Hay personas, como yo, que se siguen aferrando a la compra de libros y que la única forma de leer es en un libro elaborado con hojas de papel. Que me perdonen mucho los que defienden a los árboles y quieren que ahora nos dediquemos enteramente a lo digital. Recuerdo mucho a mi padre cuando comenzaba a escribir en la computadora y después de una tarde de escribir su artículo, al picarle erróneamente a una tecla, perdía la información. Se iba al limbo. Ahora dicen que se va a la nube. No cabe duda que seguimos construyendo esos mundos mitológicos que a través de la imaginación se convierten en realidad.

Creo que mi primer librero fue una tablita que estaba suspendida de unas ménsulas arriba del escritorio donde hacia mis tareas, en el primer cuarto que ocupé en la Ciudad de México cuando me fui a estudiar a la universidad. Posteriormente, iba comprando unos cubos que vendían en "Aurrerá". Después, me mandé fabricar un librero que coloqué encima de un escritorio grande, en mi oficina de publicidad. Posteriormente, era fácil de encontrar libreros en la Soriana y en Office Depot. De repente, el mercado de los libreros desapareció. En Office, todavía se pueden conseguir algunos, pero no hay la variedad de antes. Nos quedamos sin libreros. Por suerte, pude recuperar el de los cubitos y el librerote que estaba encima de mi escritorio. Mi hijo me los cedió. No es cosa que me guste presumir mis libreros porque los tengo de chile y de manteca, de todos colores, de todos tamaños y de diversos materiales. Sirven para lo que fueron hechos, resguardar mis libros. Espero ya no necesitar más porque tampoco me sobran muchos lugares en donde ponerlos. Me acuerdo del Lic. Martínez que decía que guardaba sus libros hasta en la gaveta de la cocina.

¿Y para que quieres tantos libros? A veces me preguntan. Yo simplemente respondo que las personas tienen muchos hobbies. Algunos coleccionan infinidad de objetos raros, como campanitas o cerillos. Yo colecciono libros y los leo. Ya se han convertido en un vicio, lo sé, pero los hay peores. Simplemente me rodean ocupando las cuatro paredes de mi cuarto y una del balcón.

Insiste mi mamá, ¿Para qué quieres tanto libro? Ahí tienes los de tu papá.

Ya lo leí. Únicamente esta pared, aquí no te molestan.

Mi madre suspira.

Mi hijo ya me dio a entender que no le interesa heredarlos. Ahí que se queden, si es que no se pueden donar a ninguna parte. Los libros son la memoria y la conciencia del mundo. A alguien le servirán.

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