Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Lumberto, fornido leñador, casó con Tonilita, pizpireta zagala montañesa. La noche de las bodas el musculoso galán dejó caer la bata que vestía y por primera vez se mostró al natural ante su mujercita. Lo vio ella de arriba a abajo -y de en medio- y le dijo con acento divertido: “¡Mira! ¡Te pareces al ropero de mi abuela!”. “¿Por qué?” -peguntó él. Respondió Tonilita: “Es enorme, pero tiene un llavín de este tamañito”. La madre parisina llevó a su hija más pequeña al Louvre. Le mostró la estatua de la Venus de Milo y le dijo con tono admonitorio: “Mira, Mignonette: así vas a quedar si sigues mordiéndote las uñas”. “Lo siento mucho, Libidiano -le dijo la linda chica a su salaz cortejador-. Jamás podrás entrar en mi corazón”. Respondió el lúbrico sujeto: “Para serte sincero, Florimela, no es ahí donde me interesa entrar”. Sobrados motivos para el orgullo bien fundado me da siempre Saltillo, mi solar nativo. Es la tercera ciudad más segura del país, la segunda donde la gente preferiría vivir, y está entre las cinco primeras con mayor índice de empleo y productividad. Además aquí nacieron mi esposa, mis cuatro hijos y mis trece nietos. En Saltillo se abrieron mis ojos a la luz, y en su Ateneo Fuente, centenario y glorioso colegio, la luz se abrió a mis ojos. Mención aparte merecen las miríficas aguas de Saltillo, una sola gota de las cuales basta para poner en el varón más alicaído impulsos de vigoroso semental. En cierta ocasión, por pura puntada, los arqueólogos del Museo del Cairo deslizaron un centilitro de esas taumaturgas linfas en la boca de la momia de Akenatón III, faraón egipciaco que reinó en el año 3000 antes de Cristo. Las empleadas del museo tuvieron que escapar corriendo, pues la tal momia empezó a perseguirlas con intención erótica por los pasillos de la institución. Y cuando las mujeres se fueron la momia le siguió con los arqueólogos. Pero no es eso de lo que quiero hablar. He aquí que una caravana formada por más de mil 500 migrantes centroamericanos -hondureños, nicaragüenses, salvadoreños y de Guatemala algunos- llegó a mi ciudad. Lo hicieron a bordo de plataformas de tráiler, mujeres, hombres, niños expuestos al sol, al viento frío, al riesgo de fatales accidentes. En Saltillo el gobierno del Estado y la Presidencia Municipal se unieron para dar conveniente hospedamiento y alimentación a los migrantes, junto con atención médica a quien la necesitaba. En los albergues donde los viajeros fueron alojados se recibieron alimentos, cobijas, ropa, medicina, miles de botellines de agua, aportación toda ésa de empresas privadas, asociaciones de servicio y ciudadanos particulares. Después los migrantes siguieron su camino con rumbo a Piedras Negras, pero ya en autobuses de pasajeros debidamente escoltados y con protección médica para el camino. Saltillo ha sido siempre ciudad hospitalaria. En esta ocasión mostró una vez más su generosidad. Merecen aplauso -tributado con ambas manos para mayor efecto- el gobernador Miguel Riquelme, el alcalde Manolo Jiménez Salinas y quienes coordinaron las labores de atención a los migrantes: José María Fraustro Siller por parte del Estado y Carlos Robles Lostaunau por la ciudad. Enhorabuena. El ciempiés le dijo muy preocupado a su hembra: “Tenemos que hacer algo, Escolopendra. Cuando tú acabas de quitarte los zapatos a mí ya se me pasaron las ganas”. “Sospecho que mi mujer me engaña” -le dijo don Cornífero a su amigo. “¿Por qué lo piensas?” -le preguntó éste. Respondió el desdichado señor: “Llego de mi trabajo a las 10 de la noche, y ella tiene en la cama un letrero que dice: ‘Hora feliz de 7 a 9 PM. ¡Dos por el precio de uno!’”. FIN.

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