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MARÍA DEL CARMEN MAQUEO GARZA

Bedin I es la nueva galaxia descubierta por el telescopio Hubble. El conglomerado que se halla a 30 millones de años luz, amaneció junto a mi taza de café, a unas horas de su descubrimiento. Esto es, la galaxia esferoidal enana, considerada como fósil, comparte el pan y la sal conmigo, simple mortal, que desde un nicho del pequeño planeta Tierra, en el sistema solar, de la modesta Vía Láctea, atestigua con singular asombro un detalle en la historia del cosmos, gracias a la tecnología.

Lo anterior es algo así como un punto de una letra que forma parte de una palabra, dentro de alguna de las treinta líneas en una de las cerca de 100,000 páginas que conforman el rastro del carbono a través de la historia. El carbono es el mineral que establece la gran diferencia entre compuestos químicos inertes y aquellos con el potencial para transformarse en vida. Aquí, disfrutando una taza de café y la imagen de Bedin I, capturada por el telescopio Hubble, me siento privilegiada, y gozo día a día el prodigio de poder atestiguar cosas como ésta. Lo que las antiguas civilizaciones adelantaron que existía - gracias a su imaginación -, nosotros lo vemos de manera directa convertido en formas, colores, dimensiones. Como testigos de honor de las maravillas que encierra el universo.

Ahora, viene lo paradójico del asunto. Por mi edad - casi 64 - me tocó dar un gran brinco de la época en la que las cosas se imaginaban o cuando mucho se insinuaban, a la actual en la que se nos presentan tan reales, que hasta parece que podemos tomarlas entre las manos. Vienen a mi mente algunas portadas de la revista Life que mostraron en una sola imagen impactantes eventos de repercusión mundial. Una que se me quedó grabada para siempre es de abril de 1965, en la que aparece un feto dentro de su saco amniótico, dando cuenta del - entonces - insalvable drama del nacimiento de un bebé prematuro extremo. Nuestra capacidad de asombro de niños, que padres y abuelos se encargaron de alimentar, sigue viva, de manera que cada nuevo descubrimiento representa un asombro que disfrutamos al máximo. Quizá sean benditas cosas de la edad. A diferencia de los que hemos acumulado varias décadas en nuestro haber, los jóvenes no han vivido ese contraste que les permita comparar el escenario de la imaginación frente al de la evidencia. Dan por hecho lo que tienen enfrente, como si hubiera existido desde la época de las cavernas, y se preguntan más que intrigados, cómo demonios sobrevivimos cuando no existía la telefonía móvil. Claro, eso en el caso de que lleguen a percatarse de que ha habido otros tiempos distintos del que ahora viven.

Habría ahora que investigar, en qué medida la tecnología ha contribuido - o no - al desarrollo de una mejor sociedad. De repente nos topamos con campañas como las de salvar perros en los mercados orientales que los venden para consumo humano, o las que protegen al zorro de la terrible práctica del desollamiento en vivo. Nos duele, escribimos dos que tres palabrotas, y con ello sentimos que ya hemos cumplido. Colateralmente, ponemos a circular contenidos con un mensaje antagónico. Justo hoy vi en Twitter el de un individuo sencillo al que indican que ponga a funcionar una aspiradora, y él - tal vez suponiendo que se maneja como una podadora de césped - estira repetidamente el cordón eléctrico retráctil del aparato, mientras hace un gesto de asombro, al no lograr que funcione, tras varios intentos. Como éste, hay infinidad de contenidos que en una primera lectura resultan jocosos, pero que en el fondo hallo perversos. Denigran a la persona humana. Hacen mofa de la ignorancia y se valen de un recurso tecnológico para inmortalizar y difundir el hecho.

De entrada, parecieran cosas aisladas sin importancia, sin embargo, cuando las redes sociales alojan un cúmulo considerable de tales contenidos, deja de ser incidental para convertirse en epidémico. Pasa a conformar una patología social frente a la cual - como en un espejo - es menester revisar nuestra actuación particular.

Cierto, hay contemporáneos míos que no participan de manera tan activa en los portales digitales de actualidad. Aun así, va resultando cada día más difícil sustraerse de la tecnología de la información y comunicación, y tarde que temprano terminamos con algún sistema digital en nuestras manos. Por tal razón, nos corresponde aprender a utilizarlos, y - como ciudadanos del mundo - atender una ética humanista en redes sociales. En pocas palabras, no hacer en línea lo que no haríamos cara a cara; sacudirnos la tentación de dañar a otros, amparados en el anonimato del Internet.

Caminos digitales: ¿A dónde llevan los que tú transitas?

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