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Impedir que regresen las ratas

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

El México de nuestros días se debate entre dos posturas antagónicas en apariencia: una que apela al fortalecimiento de las instituciones como camino para resolver los problemas estructurales del país y otra que ha apostado a los buenos oficios de un líder inspirador capaz de, con su ejemplo y dedicación, transformar profundamente a la nación.

Existe, por supuesto, otra posibilidad menos honesta que es aquella que apuesta a que persista el orden -debería decir, desorden- existente en las últimas décadas, a pesar de todas las consecuencias negativas que ha traído consigo. Esa postura, por su naturaleza claramente destructiva no debería ser considerada como alternativa para México, y por eso, debería ser desechada por completo.

Quedan, entonces, la postura institucional y la del líder carismático que, en este momento, está teniendo su oportunidad para demostrar que era la solución a los problemas del país. Apoyado por una amplia mayoría, el nuevo régimen intenta encontrar la cuadratura al círculo, mientras sus seguidores mantienen la fe a pesar de que, como era de esperarse, se han presentado algunos primeros tropiezos propios de las debilidades de esa alternativa.

En tanto, quienes defendemos la vía institucional afrontamos nuestros propios problemas: al tiempo que observamos con cierta desesperación cómo el estado de derecho continúa siendo destruido (por ejemplo, con la compra de pipas sin licitación de por medio) porque al líder carismático no le hacen falta nada, más que él mismo; somos confundidos con los corruptos que traicionaron a la patria y a la confianza que, alguna vez, recibieron del electorado.

Debido a esa confusión, suelen ser muy coléricas las reacciones que desatan nuestras críticas y cuestionamientos por parte de quienes apuestan a que el liderazgo sólido nos conduzca por el camino del bien. Nos agreden, porque están muy convencidos de que todo señalamiento a su líder sólo puede provenir de los enemigos del pueblo y, por lo tanto, se niegan a escucharnos.

He de reconocer que quienes defendemos la institucionalidad, por nuestra parte, no hemos encontrado la forma de comunicar nuestras inquietudes porque, tampoco hemos sido capaces de dar con la manera de demostrar, no sólo que no estamos con los corruptos, sino que también los repudiamos y estamos a la espera de que la justicia los alcance.

Pero, también, somos un fracaso trasmitiendo nuestra convicción de que depositar en la fragilidad de una sola vida individual todas nuestras opciones como país es tomar un camino por demás riesgoso; pero, al mismo tiempo, nuestro reconocimiento y aceptación de que, hasta el momento, la vía institucional ha dejado mucho que desear porque el control del estado le fue entregado a lo peor de nuestra sociedad.

Así las cosas, terminamos enfrascados en discusiones banales y acaloradas que únicamente consiguen profundizar nuestras diferencias. Y lo peor de que eso suceda así es que, en lo que uno y otro lado nos ponemos de acuerdo, los corruptos y sus secuaces se reorganizan y se preparan para recuperar lo que perdieron. Morena mismo se está llenando de personeros que vienen de la cleptocracia y poco a poco van ganando espacios -ya lo hacían desde antes del proceso electoral del año pasado- que los está regresando al poder. De ahí que me atreva a pedir más mesura; reconozcámonos en nuestras diferencias e impidamos que las ratas regresen a este navío que, aunque hace agua, todavía nos puede llevar a buen puerto.

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