Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

En las noches sin luna se mira en el espacio sideral un raro objeto esférico que gira alrededor de la Tierra. Los astrónomos no han sido capaces de identificarlo ni aun con ayuda de los más potentes telescopios. Yo sé qué objeto es ése. Es una pelota que bateó Carlos "El Cartucho" Regalado, formidable slugger que despertó mi devoción de niño cuando lo vi jugar en el viejo estadio de beisbol de mi ciudad, Saltillo. Tan tremendo fue aquel batazo que la pelota llegó hasta la región estratosférica, donde da vueltas todavía en torno del planeta junto con los satélites americanos y de otras nacionalidades. El fantástico jonrón se dio en 1945, y yo lo vi. Con eso quiero decir que desde mi más temprana edad he sido aficionado al Rey de los Deportes. No pude menos que alegrarme, entonces, cuando el Presidente López Obrador anunció en Guasave, Sinaloa, una serie de apoyos oficiales al beisbol, juego que es su favorito y que practica con habilidad, según opinan quienes lo han visto en el diamante. Después de aquel júbilo inicial, empero, me puse a pensar. Y en ocasiones eso de pensar no es bueno. "Si quieres ser feliz como tú dices, no analices, amigo, no analices". Pensé que un funcionario no debe destinar recursos públicos a la promoción de un deporte en particular sólo porque es su preferido. Desde luego el anuncio hecho por AMLO muestra la valentía de otras acciones suyas, pues el 99.99 por ciento de sus seguidores son seguramente aficionados al futbol y jamás en su vida han visto un partido de aquel otro extraño juego. No obstante eso, la decisión de López Obrador de dar un especial apoyo al beisbol tiene visos de actitud personalista, de autoritarismo y voluntad impositiva, notas características de su gobierno y de su estilo de ejercitar el poder. Sus intenciones las convierte en metas que sólo con desearlas se conseguirán: al final de su sexenio habrá, porque él lo dice, 80 peloteros mexicanos en las Ligas Mayores. Asunto menor es éste del beisbol si se le compara con los grandes temas nacionales. Preocupa, sin embargo, porque muestra una vez más el uso irreflexivo e ilimitado del poder. Los buenos deseos del Presidente son plausibles y merecedores de apoyo, pero conviene que los pase por el tamiz de la prudencia, a fin de que esas buenas intenciones no choquen con la ley ni con la realidad. "¡Raj!". Esa exclamación profería Lumberio, joven leñador, cada vez que daba un golpe de hacha al árbol que talaba. Su novia Florestina le preguntó por qué gritaba así. Le explicó él: "Porque de ese modo el hacha entra con más fuerza y a mayor profundidad". Contrajeron nupcias el leñador y su hermosa prometida. La noche de las bodas Lumberio procedió a consumar el matrimonio. En el momento en que lo estaba haciendo le pidió Florestina ansiosamente: "¡Grita 'Raj!'". Doña Macalota celaba de continuo a don Chinguetas, su marido, pues lo conocía bien y sabía que le gustaba mucho la nalguita, si me es permitida esa expresión plebea. Tanto mortificaban al señor los celos de su esposa que un día le anunció: "Me voy a divorciar de ti". "¡No me dejes, Chinguetas! -rogó ella-. ¡Te juro que en adelante seré otra!". Al día siguiente doña Macalota regresó a su casa después de la merienda de los jueves y encontró a su casquivano cónyuge en la cama con una rubia de pródigas exuberancias. "¿Qué es esto?" -le preguntó iracunda. "Perdóname, mujer -se disculpó Chinguetas-. Me dijiste que ibas a ser otra, y pensé que esta otra eras tú". Tirilita sufría un mal cardítico. Cierta noche su novio Pitorro se dispuso a hacerle el amor por primera vez. Le dijo ella: "Recuerda que tengo débil el corazón". Contestó Pitorro: "Hasta ahí no voy a llegar". FIN.

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