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Medioevo latinoamericano

ARNOLDO KRAUS

Muchos lectores, supongo, tienen o han tenido hijas de 12 años. Muchas lectoras trabajan con niñas de esa edad. Todos los días, todas las semanas, todos los meses, nos cruzamos con niñas de 12 años. Niñas. Doce años. En algunas los ovarios ya funcionan. Pueden ser embarazadas. Ser embarazada a esa edad implica violencia y violación. Implica a uno o más pelafustanes y diversos contubernios: familiares, económicos, políticos, médicos y eclesiásticos. Todo un mundo. La suma es cancerígena. Los violadores, seres infrahumanos. Los cómplices, y parte de la trama, sobre todo religiosos, políticos y médicos dispuestos a denunciar abortos ante la Ley, política o divina, un dechado nauseabundo.

Corresponsables, de otra forma, son los familiares: con frecuencia el violador es parte del círculo íntimo. Esa cercanía complica el asunto: miedo y amenazas son parte del embrollo. El tema es brutal: violar y embarazar a una niña de 12 años es contra natura. Incluso Dios, o los dioses, si acaso pudiesen bajar a la Tierra, no lo avalarían. En el rubro aborto, al igual que en Polonia o Estados Unidos, un fantasma recorre Latinoamérica: el fantasma del medioevo.

La historia de una niña argentina de 12 años es idéntica a la tragedia de otras niñas latinoamericanas. La menor llegó a un hospital de Jujuy, Argentina, por dolor abdominal. El parte médico fue embarazo de 24 semanas. La niña afirmó haber sido violada por un vecino de 60 años que la amenazó con matarla si lo denunciaba. Madre e hija solicitaron abortar, proceso validado por la ley argentina en caso de violación. Los médicos se negaron a efectuar el procedimiento. La enviaron a otro hospital donde permaneció internada varios días. El 18 de enero se efectuó una cesárea. Los administradores del nosocomio informaron que tanto la recién nacida como la niñamadre se encontraban en buenas condiciones. La tragedia ha dividido a la sociedad argentina.

Dos visiones: los médicos y el nosocomio incumplieron el derecho a la interrupción del embarazo versus la benemérita labor de "salvar a una inocente". Me decanto por quienes denuncian y me irrito por quienes aplauden el acto: la sentencia, "salvar a una inocente", ¿hace alusión a la bebé o a la niñamadre? Los doctores que realizaron la cesárea y el hospital deberían ser penalizados.

El protocolo para la atención de embarazos en adolescentes firmado por el Gobierno de Jujuy y Unicef es claro: "Cualquier embarazo en una niña menor de 13 años es producto de abuso sexual y puede acceder a una interrupción legal del embarazo". La ley no fija fecha límite para efectuar el procedimiento y la Organización Mundial de la Salud no valida la cesárea en menores de edad. Las autoridades del sanatorio anunciaron que la madre no mantendrá contacto con la bebé; tras una estancia hospitalaria será dada en adopción. Las notas periodísticas no informan sobre el paradero del violador ni sobre su situación jurídica.

La ética laica divide, no es una ciencia exacta. La ética religiosa no divide: no existe diálogo; creer sin ambages es obligación. Así lo manifestaron agrupaciones religiosas; ondeando pañuelos celestes y pancartas con mensajes a favor de la vida esgrimían la (su) solución: la bebé será dada en adopción.

El caso de la niña argentina retrata situaciones similares en la inmensa mayoría de los países de nuestro continente, tanto por el desenlace como por el nauseabundo contubernio entre políticos y religiosos. Los primeros se rinden ante los portadores de las leyes divinas en busca de "votos religiosos"; los religiosos, dueños de dictums inapelables, auspiciados por "políticas religiosas", laboran en busca de canonjías gracias a sus socios políticos. Cuando políticos y religiosos suman voces, no hay dicotomías: uno más uno siempre es dos. Todo un dechado de insabiduría decimonónica.

Los portadores de la voz de Dios no comprenden lo que deberían entender. Pienso en Christopher Hitchens, leo a Peter Singer: no puede existir un Dios que avale el sufrimiento. El futuro de la madre violada es complejo; las cicatrices del proceso y la estigmatización no perdonan. El futuro de la bebé es incierto: ¿quién la adoptará? Los niños, ¿millones o cientos de miles?, en situación de la calle perviven con dificultad y son objeto de violencia infinita. El laboratorio decimonónico en Latinoamérica debe cambiar. Bien haría la justicia argentina en enjuiciar al violador y a los médicos que practicaron la cesárea en lugar de interrumpir el embarazo.

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Escrito en: Arnoldo Kraus

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