Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Chinguetas, marido casquivano, iba del brazo de su esposa por el centro comercial. En eso pasó una despampanante morenaza de anatomía mejor que la de Testut y airoso andar también mejor que el del famoso anatomista bordelés. Al cruzarse con don Chinguetas la sinuosa mujer le clavó una mirada asesina y le dijo con ominoso acento: “Espero hoy mismo tu llamada”. Doña Macalota, furiosa, interrogó a su cónyuge en términos airados: “¿Quién es esa mujer?”. Repuso don Chinguetas: “No me lo preguntes. Bastante problema voy a tener para explicarle a ella quién eres tú”. Incurramos en un lugar común -¡cuán comunes son esos lugares!- y digamos que la tragedia de Tlahuelilpan tuvo su origen en la pobreza. Difícilmente quienes están leyendo estos renglones irán con un bidón a recoger gasolina de un charco. Quienes estuvieron en el sitio de la explosión acudieron a él para hacerse de unos cuantos litros de combustible que luego venderían o que usarían en sus propios vehículos. Algún culpable debe haber de la fuga de gasolina que luego provocó la explosión con las terribles consecuencias ya sabidas. Se ha de hacer una investigación en modo responsable, no bajo los efectos del ánimo reinante y menos aún con el propósito de presentar lo antes posible un detenido al público. En otro orden de cosas es de elogiarse la actuación en este caso del Presidente López Obrador. Acudió al sitio del desastre y ha estado pendiente de la suerte de los lesionados y de sus familiares. Hizo frente a la situación con tino y con prudencia, lo mismo que el Ejército. Seguramente este desastre no será el último causado por el huachicoleo. La estúpida ambición de unos combinada con la pobreza de otros hará que se siga cometiendo ese delito que tantos males trae consigo. Pero es de alabarse la determinación con que AMLO ha emprendido una lucha frontal contra los delincuentes que al robar la gasolina causan graves daños al país. Su reconocimiento de que los ductos son el mejor medio para la conducción del combustible ayudará seguramente a amenguar los problemas y daños que han venido con el desabasto. Mientras tanto habrá que repetir una vez más que el combate a la delincuencia y al crimen organizado tiene que acompañarse necesariamente con el combate a la pobreza. Ambos temas se descuidaron en el pasado sexenio. Ni uno ni otro se pueden soslayar en el actual. El cuento que hace bajar el telón de esta columnejilla es de color subido. Cuando lo leyó doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, fue acometida por un súbito insulto de diarrea colicuativa que ni con ixtafiate (Artemisia filifolia) se le ha podido quitar. Personas de moral estricta, absténganse. Se llamaba Flor de Garambullo y era la niña más linda de la hacienda. A sus 18 años reunía en sí toda la belleza y la inocencia toda. Tenía cabellos brunos, ojos zarcos y perlina tez. Sus senos de paloma. (Nota de la redacción. Nuestro estimado colaborador se extiende por 14 fojas útiles y vuelta en la etopeya de Flor de Garambullo, descripción que, aunque vívida e interesante, nos vemos en la penosa necesidad de suprimir por falta de espacio). Una mañana Florecita fue al río a traer agua. A su regreso la cándida joven le contó a su madre: “Me encontré al hijo del amo en la nopalera, ‘amá. Me abrazó muy fuerte. Y pensé: ‘Ha de imaginar que es mi cumpleaños’. Luego empezó a desvestirme. Y pensé: ‘Ha de figurarse que tengo calor’. En seguida me acostó en el suelo. Y pensé: “Ha de suponer que estoy cansada’. Y luego, madre, me hizo una cosa que nadie me había hecho. Y pensé: ‘Ha de creer que estoy tapada’”. FIN.

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