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Cincuenta días

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Hoy se cumple la mitad de los primeros cien días de gobierno que -de acuerdo con la tradición establecida por Franklin D. Roosevelt- prefiguran a quien ejercerá el poder presidencial y el sello de su gestión.

Andrés Manuel López Obrador no divulgó el plan a desarrollar en ese lapso, pero el 10 de marzo le significa. En esa fecha conclusiva del plazo señalado, quiere perfilar al estadista que, en su autoestima, él mismo encarna y acreditar que el sacudimiento de la realidad avanza en dirección de la transformación nacional pretendida en su proyecto.

De ese periodo de gracia, el mandatario ha agotado la mitad.

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En los días transcurridos, el mandatario ha dejado en claro la importancia que confiere a la velocidad, la acción, el tiempo, el instinto y la comunicación (no la información) en la política. Empero -valga la aparente contradicción-, ha hecho poca política.

Ejerce el poder y actúa en condiciones excepcionales, sin contrapesos. Incluso, pese a lo prometido, confronta más de lo que concilia, polemiza más de lo que dialoga, impone más de lo que propone y, desde luego, reconoce el valor de fijar y dominar la agenda y el debate, como también de calibrar fortalezas y debilidades.

Hasta ahora, el margen de maniobra de su actuación lo finca en ocho ejes. El apoyo de la base social-electoral que coronó su victoria y lo respalda; la incapacidad de la oposición partidista para remontar su crisis, ubicarse y articular su acción; la docilidad casi general de la mayoría parlamentaria conquistada; la cargada de quienes, resignados, dan el giro; la disciplina de los integrantes de su equipo de trabajo, producto de la convicción, la timidez o el temor; la tibia cuando no miedosa actuación de los gobernadores, a excepción de Javier Corral y Enrique Alfajor; el recomido, cuando no repliegue, de la prensa; y la nulidad de la crítica más exacerbada en su contra que -hecha a partir de otro dogma- se autoneutraliza.

El mandatario no tiene, pues, por qué hacer mucha política. Muestra inteligencia, aunque a veces ésta ya acusa el síntoma que más la afecta: la pérdida de oído, incentivada por el encapsulamiento de sus más fieles, cercanos y acríticos servidores.

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En los días transcurridos -y es comprensible-, el activismo presidencial anota aciertos y desaciertos aún sin fijar el peso y la prevalencia de unos u otros, ni establecer el orden de prioridades.

El presidente de la República ha sostenido el apoyo y las expectativas generadas por su victoria; ha lanzado infinidad de anuncios espectaculares que, aun sin abundar en el detalle de su posibilidad, nutren el entusiasmo; ha asegurado parcialmente el marco jurídico de su proyecto, con cierta dosis de capricho o descuido; y ha emprendido acciones atrevidas o lances cuyo desenlace y consecuencia están aún por verse.

En el contraste, no se advierte el dominio del capítulo administrativo del gobierno que, al margen de las iniciativas propias del proyecto, exige atención y dedicación en el diario quehacer. Tampoco se aprecia un esfuerzo por entablar un entendimiento con sectores del empresariado, personalidades de los medios de comunicación y órganos de la sociedad civil que, sin negarle el periodo de gracia, cuestionan anuncios o acciones oficiales, o bien, dudan con legitimidad de ellos. El mérito de su capacidad para comunicar a su base social es demérito en su capacidad de informar a quienes requieren datos y detalles.

Con frecuencia la humildad del mandatario reviste tinte de soberbia.

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En más de una de las acciones emprendidas, el apoyo que suscita el propósito lo desvanece la implementación de éste.

El recorte aplicado en la administración, no exento de rudeza, sí eliminó aviadores, personal excesivo o puestos otorgados con moche, pero también a cuadros de confianza conocedores y comprometidos con el trabajo. Aún no se expresa el costo de recortar por cuota, sin causa de conocimiento e inteligencia. Se redujo la nómina, pero también la capacidad de hacer bien las cosas. Sostener y dominar, así, el funcionamiento de la administración al tiempo de emprender nuevas políticas no será sencillo.

El entusiasmo suscitado por la revisión de los contratos relacionados con la construcción del aeropuerto de Texcoco, la viabilidad de éste en ese lugar o la eventual reducción de su costo quedó, con la cancelación, como un acto de poder injustificado. Acto al cual se añade la ausencia de los estudios relativos a la pertinencia y viabilidad de reponerlo en Santa Lucía.

La plausible y osada ofensiva contra el robo de combustible deja, como otros casos, claroscuros en su estrategia. Falta ver, desde luego, el saldo final de ese combate, como también si no provoca un efecto cucaracha, llevando la actividad criminal a otro campo. Tal cual ocurrió y ocurre en Puebla.

Entre las acciones más delicadas se encuentra la reforma constitucional que crea la Guardia Nacional. Trasciende el mandato presidencial y sin controles democráticos que conduzcan a civilizar la militarización de la seguridad pública, puede llevar a lo contrario: militarizar la civilización de la seguridad pública. Quizá, López Obrador haga historia, pero en sentido inverso al pretendido.

Se entiende la velocidad que el mandatario quiere imprimirle a su acción, no la prisa por decidir sin contar con los elementos necesarios para asegurar la consecuencia.

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De los primeros cien días de gobierno, a Andrés Manuel López Obrador le resta la mitad.

Apuntes

La orden de abrir la declaración tres de tres o irse del gobierno cobra sentido cuando se cumple un extremo u otro del señalamiento. Cuando no ocurre nada, quedan mal los implicados, como también quien dio la orden.

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