Columnas la Laguna

¿Y MI GORDA DE MORONGA? (1 de 3)

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

Luces cinematográficas iluminaban el quirófano, en ese momento frío y solitario, con pantallas y monitores a un lado y una cabina de observación al fondo. Tubos parecidos a los sables fosforescentes que utilizan los sombríos personajes de "La Guerra de las Galaxias" en sus encuentros estelares, iban de una máquina a otra, encima de las computadoras que dan santo y seña del estado de salud de los pacientes encapsulados en los archivos cibernéticos.

Al centro se extendía la plancha de las intervenciones quirúrgicas cubierta de blancas sábanas sobre blandos colchones de hule espuma y un cojín bajo para recargar la cabeza.

El paciente entró confiado porque no había bisturíes a la vista. Tampoco agentes de seguros ni funerarios. Y menos zopilotes. A su lado caminaba una agraciada y amable enfermera que lo invitó a quitarse la ropa. "Puede dejarse los calzoncillos y los calcetines para que no pise el piso frío y se nos resfríe", sugirió.

En un cuartito de poco más de un metro por lado rebosante de expedientes, máquinas copiadoras e impresoras y estetoscopios en colgante espera, el abuelo se quitó camisa, camiseta, pantalones y zapatos y se cubrió el frente corporal con una bata verde. Lo de atrás quedó al descubierto pero pudorosamente con las manos corrió el faldón para que nadie violara sus temblorosas intimidades con miradas compasivas.

Salió del (des)vestidor a paso lento pero decidido y con la ayuda de la asistente, trepó a la plancha, se tendió de espaldas y se ofreció al sacrificio. Había música de fondo que aligeró los nervios y como en la corrida de toros comenzaron los preparativos para la gran faena.

La asistente, una joven mujer de nombre, le colocó en el pecho cuatro electrodos conectados al monitor para vigilar el ritmo cardiaco y detectar a tiempo diástoles y sístoles. Al instante inició su monótono bip bip, similar al que arrulló a Sean Penn en la película "21 gramos" del cineasta mexicano González Iñárritu.

Sin prisas ni ansiedades -ella no estaba acostada ni semi desnuda- tomó la mano izquierda del tendido y buscó con sus sensibles yemas una de las venas más saltonas para infiltrar antibióticos y analgésicos. Movió de sitio dos o tres veces la ligadura sujeta en la muñeca para visibilizarlos pero los translúcidos canalitos no subían a flote y como los peces de las claras aguas de Cancún, huyeron y se perdieron en el fondo.

Duró poco el buceo. -Aquí está, exclamó satisfecha y el líquido empezó a fluir. Enseguida le aprisionó el dedo medio con unas pinzas detectoras de ansiedades, le cubrió boca y nariz con una tela verde y como si estuviera tratando con un niño indicó:

-Levante su cabecita, se la voy a poner de gorrito para que no riegue sus pelitos, afloje sus manitas-. Agradecido, el provecto "bebé" la miró a los ojos que parecían espejos celestiales y atisbó en ellos la imagen reflejada de su propio rostro, embozado e irreconocible como los que exhiben los policías federales y estatales, maestros de la CTNE y los militantes del EZLN…

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Escrito en: Higinio Esparza Ramírez

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