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Marcela Pámanes

Sin más propósitos que ser mejores, recibamos el año venidero con la firme decisión de depurar nuestras fallas, acrecentar nuestras fortalezas y amarnos con profundidad.

Llegamos al final de un año con circunstancias personales distintas. Para algunos serán alentadoras y para otros representarán una amenaza, eso depende de qué tipo de ideología, problemas o retos tengamos.

Es muy probable que estemos enfocados en la solución de los conflictos y ello no nos dé oportunidad de agradecer por la vida, porque sin ella no estaríamos haciendo estas ponderaciones.

En los tiempos que corren, estar vivo no es suficiente, pretendemos que todo nos sea dado en el momento, la amplitud y las formas en que imaginamos deberían ser. Cuando las decisiones son contrarias, sufrimos, nos enojamos o llenamos de temor. Se han dejado de lado valores esenciales que dieron lugar a la conformación de un espíritu, un estilo de vida que creó a su vez una identidad.

Hemos construido altares donde veneramos a los que más tienen,a los que logran el éxito porque suman propiedades, millas aéreas, holgura económica. Hemos permitido que el epicentro de nuestra existencia lo constituya el dinero.

Pasar por encima de los demás es lo que llamamos ahora “ser listos”, sacar la mayor ventaja ante cualquier circunstancia es más importante que conservar y acrecentar el prestigio de una vida honrada cimentada en el trabajo. Exhibir las ganancias es una necesidad que ha reemplazado a la discreción y a la sobriedad.

Todo ello nos ha llevado a donde estamos, debemos asumir las consecuencias: las diferencias sociales tan acentuadas, la selectividad en las oportunidades de crecimiento, la imposibilidad de que la mayoría tenga una vida digna.

Hoy más que nunca, estamos obligados a ser propositivos, a mirar la esperanza de cambio desde nuestro propio actuar, a ser más reflexivos sobre nuestra existencia y las prioridades que hemos definido para ella. Cuantos sufrimientos nos ahorraríamos si no tuviéramos que sumar años para concluir lo siguiente: que nada es para siempre, que lo único que podemos cambiar es a nosotros mismos, que el dinero no compra la salud ni el bienestar, son nuestras decisiones las que nos permiten llegar a ellos, que nadie va a hacer por nosotros lo que nosotros no hagamos, que perseverar es parte de la disciplina, que la frente en alto está reservada para quienes actúan bien, que lo mejor que podamos heredarles a nuestros hijos es la honradez y la congruencia, que la vida espiritual debemos cuidarla como la parte más apreciada de nuestro ser.

Ojalá y pudiéramos entender que cada experiencia va modelando lo que hoy somos, lo bueno y lo malo, las alegrías y las tristezas, los triunfos y los descalabros. Flaco favor nos haríamos a nosotros mismos si no aprendiéramos de lo que vivimos, si lo dejamos pasar así, como si nada, seguro no ubicaríamos en lo que debemos enfocarnos y en lo que debemos soltar.

Creo que uno de los bienes que debemos atesorar siempre, es la libertad. Liberarnos de lo que nos ancla, nos frustra, de tantas ilusiones que nos alejan de la realidad. Reproduzco lo que Virginia Satir, gran psicoterapeuta señala en torno al tema y que al citarla no puedo menos que pensar ¡cuánta razón tuvo y tiene!

“Libertad para ser lo que uno es ahora, en vez de lo que fue o debería ser. Libertad para sentir lo que se siente, en lugar de lo que se supone se debería sentir. Libertad para decir lo que uno siente y piensa, en lugar de lo que se supone se debería sentir y pensar. Libertad para correr riesgos por cuenta propia, en lugar de elegir siempre lo que se considera más seguro. Libertad para pedir lo que uno quiere, en lugar de esperar a que alguien nos de permiso para hacerlo”

Yo asumo que esto es importante, usted puede pensar algo diferente y es correcto, acá lo indispensable es definirlo para, en ese mismo instante ponernos a trabajar con empeño, como si fuera el último día en esta tierra, en eso que hemos señalado como básico, independientemente de lo que crean los demás.

Sin más propósitos que ser mejores, recibamos el año venidero con la firme decisión de depurar nuestras fallas, acrecentar nuestras fortalezas y amarnos con profundidad.

Ante las discrepancias de criterios, porque cada cabeza es un mundo, sería conveniente que buscáramos las coincidencias y aceptáramos las diferencias, ya que de esta manera podemos enriquecer nuestro pensamiento, sin olvidar que al final del camino todo ello dejará de tener sentido.

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