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Aventura en un pueblo fantasma de Durango

Grutas del Rosario.

Grutas del Rosario.

AGENCIAS

Tres elefantes, cada uno montado en el lomo del otro; una "banda" de duendecillos sonrientes y un castillo. La imaginación de quienes entran a las Grutas del Rosario es la que da forma a cada estalactita y estalagmita que existe en esta caverna, donde alguna vez se pensó había oro y plata. Esta joya creada por la filtración milenaria del agua se encuentra escondida en la Sierra de Durango, en el municipio de Lerdo, un vecino muy cercano a la Reserva de la Biósfera Bolsón de Mapimí, enlistada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Para adentrarse a este mundo rocoso, hay que descender unos 300 metros, sosteniéndose de un barandal hecho de mecates. Una vez en el interior, los visitantes sienten cómo la humedad se apodera del entorno.

Me cuenta Beto, el organizador de este recorrido, que los visitantes se maravillan cuando descubren las bóvedas iluminadas. "Ahí comienza la fantasía. Todos le quieren encontrar forma de algo a las rocas", dice el guía.

Después de explorar las grutas, regresan a la carretera que los lleva hasta el corazón del Pueblo Mágico de Mapimí, un viaje que dura menos de media hora.

El primer punto a visitar y casi obligatorio es la casa donde alguna vez durmieron Benito Juárez y Pancho Villa. Ahora está convertida en museo. El paseo incluye una vuelta por la Iglesia de Santiago Apóstol y la celda donde Miguel Hidalgo y Costilla pasaron sus últimas horas de vida, antes de ser fusilado.

Tirolesa en un pueblo fantasma

El paseo por el Pueblo Mágico se extiende hasta Ojuela, un antiguo pueblo minero que formaba parte de la ruta Tierra Adentro - por donde cruzaban los cargamentos de oro y plata que eran extraídos a diario - y que ahora es llamado "pueblo fantasma".

Para llegar, es necesario conducir por una carretera donde sólo cabe un vehículo: son cinco kilómetros de paisajes dominados por desfiladeros, hasta toparse con un puente colgante, de casi 300 metros de longitud.

El puente lleva directo a la Mina de Santa Rita, aún activa. Los mismos mineros se han organizado para llevar a los viajeros a las entrañas de la tierra, para ver cómo extraen los metales y conocer una mula momificada. El paso de los años no ha detenido el crecimiento de las pezuñas, ni la cresta del animal.

Al salir de la mina, se tiene preparada una sorpresa: cuatro tirolesas que cruzan por un costado y por arriba del puente colgante. Los más valientes se animan a volar a gran velocidad una distancia de 500 metros, teniendo como fondo el mismísimo abismo.

El tiro más corto mide 150 metros, pero ese apenas es para los niños. Los "buenos" miden entre 400 y 500. Se puede subir las veces que uno quiera, siempre y cuando pague su cuota de 350 pesos por el circuito completo.

El que tenga fobia a las alturas puede entretenerse comprando artesanías. La más popular es "la conchita", una copia en miniatura de las antiguas carretas donde se transportaban los metales, jaladas por mulas o caballos.

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