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AMLO: el estilo personal de apresurar

En tres patadas

Diego Petersen Farah

A López Obrador no le gusta esperar. Nunca le ha gustado. Para él, el Congreso es un trámite; los gobernadores apoyos o estorbos, pero no un poder soberano. El inicio del desafuero en 2005, independientemente de lo absurdo y políticamente equivocado que fue, tuvo su origen en una decisión acelerada del entonces jefe de gobierno de la Ciudad de México, en la falta de respeto a los tiempos y las formas. No es ingenuidad, todo lo contrario, es una forma personal de hacer que las cosas sucedan, de presionar, de recargar el cuerpo para quedarse con el balón.

Convocar a los jóvenes a que se sumen a una guardia nacional inexistente es una jugada política. Tal como ha sucedido con el tren maya o el aeropuerto de Santa Lucía, a López Obrador le gusta vender los quesos antes de ordeñar la vaca para luego presionar a los lecheros para que las decisiones se alineen a su proyecto y su forma de ver el país. En el caso de que el Congreso no aprobara las reformas Constitucionales en materia de seguridad los diputados y senadores serán los culpables de la violencia.

El riesgo de vender quesos sin leche (Hugo Gutiérrez Vega decía que los de Lagos de Moreno lo han hecho toda la vida) es que luego las cosas no sucedan, que la varita mágica con la que gobierna el presidente se atrofie y comience ese incómodo momento de todo gobierno en que las promesas no se cumplen, las cosas no caminan, los presupuestos no alcanzan y la realidad, siempre tan terca, acabe imponiéndose.

De todos los proyectos acelerados de López Obrador el de la guardia nacional es sin duda el más controvertido por la implicaciones políticas y sociales que conlleva. Cancelar el aeropuerto de Texcoco tiene efectos económicos, pero los promotores estiman -sin lograr aún convencer a los expertos- que a la larga es mejor tener dos aeropuertos que uno. El tren maya con todo y su permiso fake de la madre tierra tiene implicaciones ecológicas, oposición de comunidades indígenas y seguro perderá dinero durante muchos años, pero, nos prometen, traerá desarrollo económico en el sur del país. La Guardia Nacional militarizada, más allá de que pueda dar resultados de seguridad en el mediano plazo, como lo haría también una guardia civil, tiene un problema mucho más profundo y es que cambia la correlación de fuerzas: darle más poder y presupuesto a las fuerzas armadas trastoca en la estructura fundamental del Estado mexicano.

Las prisas de López Obrador son todo menos ingenuidad.

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