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Incertidumbre

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

De hechos se nutre la historia... y el futuro. Sucesos que, estando en curso, frecuentemente guardan con celo el significado de su consecuencia.

En estos años, al vertiginoso acontecer internacional y nacional lo marcan episodios que no acaban de decantarse y, en esa circunstancia, ocultan aún la dimensión de su calado y efecto.

Anticipan que las cosas no serán como antes, pero no definen aún cómo serán en adelante.

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Los partidos, partidos. El surgimiento de liderazgos y movimientos políticos hizo evidente la crisis de los partidos tradicionales que, en su debacle, cimbran a la democracia.

Varios de los mandatarios de hoy ascendieron al poder utilizando aquellas formaciones, armando movimientos en lapsos muy cortos, o bien, basando su liderazgo en uno u otro recurso o en ambos. Detectaron el malestar social y crearon un código de entendimiento. Esa semejanza, sin embargo, no los iguala o emparenta en la meta que persiguen.

Esos liderazgos proponen salidas distintas al laberinto donde rebotan las relaciones políticas y económicas. Algunos añoran regresar a un pasado de aislamiento y encierro, sin reparo en la asunción de actitudes xenófobas o racistas. Otros pretenden rescatar a la política de la economía, replantear el crecimiento económico con desarrollo y, asumiendo acciones radicales no exentas de autoritarismo, reasegurar la democracia.

En varios de ellos habita una tentación fascista, ansiosa por imponer orden en el desconcierto. En otros, la intención de reposicionar a las mayorías y, a partir de ello, recuperar tareas y facultades del Estado carcomidas por el mercado, ensayar un reequilibrio sin tener clara la ruta.

Hay más dudas que certezas. ¿Se recuperarán los partidos como pilares de la democracia? ¿Cuánto perdurará el impulso de los movimientos? ¿Cuál será el destino de esos liderazgos?

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La ola migratoria. La fotografía de Aylan Kurdi, en septiembre de 2015, sacudió, pero no removió la conciencia.

El ahogamiento del niño kurdo-sirio de tres años, cuyo cuerpo apareció flácido y bocabajo en una playa de Turquía tras el naufragio de la embarcación en la que, con su familia, atravesaba el Mediterráneo en busca de refugio en Europa, no se tradujo en una acción concertada para determinar qué hacer con la migración en distintas latitudes del planeta.

Pese a la historia, se insiste en mirar la migración como un problema reciente a resolver y no como fenómeno ancestral a administrar. Se cierran fronteras, se construyen muros, se tienden barreras burocráticas, se separan familias, se fijan cuotas y se facilita, así, el tráfico de personas. Se resiste lo evidente: por razones económicas, políticas e, incluso, climáticas, o bien, a causa de la violencia bélica o criminal, la gente migra antes de resignarse ante la desgracia.

Hay, en estos días, tímidos acuerdos internacionales o regionales para encarar un fenómeno que data de siglos.

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La privacidad. En la parafernalia de estar conectados con el ciberuniverso o enterados de lo último sin entender lo primero, la privacidad sucumbe y la información trastabilla.

El vertiginoso desarrollo de las tecnologías de la información y la gana de influir de lejos y sin mojarse en los problemas han vulnerado la privacidad, identidad e, incluso, los signos de vida. El reverso de la liberación supuesta en esos dispositivos inteligentes es la esclavitud voluntaria que estampa el rastro de la existencia en cada pequeña acción cotidiana.

La gente da más de lo que recibe. Hasta la huella dactilar o del iris del ojo han entregado, acompañada del ritmo cardiaco, sin saber a quién ni con qué propósito. Los secretos han sido expropiados. Despertar, comer, ejercitarse, trabajar, desplazarse, escribir, comprar, entretenerse, cuestionar, dormir y morir son actividades con registro en la nube. Vivir en libertad y pensar sin ser espiado es algo fuera del alcance.

Cuestión semejante ocurre con el entendimiento humano. A mayor posibilidad de comunicación, mayor incomunicación. A mayor posibilidad de información, mayor desinformación. Nadie conversa, sólo intercambian mensajes y emoticones. Informaciones y reflexiones se apastillan y banalizan en unos cuantos caracteres. Razonar no cabe en los dispositivos, el punto es acumular "likes" y vivir la emoción de marcar tendencia.

Los referentes se han perdido, la oportunidad pinta un problema y el punto de equilibrio no aparece en el horizonte.

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La tercera vía. Como una fórmula feliz, pero sin aplicación cierta, se pretendió encontrar un equilibrio entre el Estado y el mercado. No pasó del ensayo académico.

Se concluyó que la derrota de la economía planificada suponía la victoria de la economía de mercado. No fue así. Hoy la ausencia de ese modelo equilibrado estalla en distintos países. Basta ver los brotes de violencia, cuando el hartazgo enciende el malestar acumulado ante el alza del precio de algún bien o mercancía fundamental.

En la visión reduccionista del problema, los amantes del mercado reclaman gobiernos pulcros y modernos, capaces de reajustar el modelo. Cambiarlo sin moverlo. Niegan la crisis de éste y cargan a la política los errores o deficiencias. Provocan ternura cuando llega al poder alguien distinto a ellos, reconocen el triunfo electoral, pero no la consecuencia política: le piden al mandatario hacer bien lo de siempre, si quiere pasar a la historia.

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Hay en el acontecer de estos días sucesos definitorios no definidos. Incertidumbre con destellos. El mundo rota y se traslada sin reconocer su órbita.

Apuntes

Aun cuando el nuevo gobierno no configuró el consabido plan de los primeros cien días, el 10 de marzo se cumplen.

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