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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Plaza de Almas

ARMANDO CAMORRA

Estrenar año es como estrenar coche: lo estrenas con gusto aunque sabes que quizás en él vas a recibir algún golpe... Yo siempre me hago propósitos de Año Nuevo. No los anoto, sin embargo: si lo hiciera me daría cuenta de que los propósitos que me hice para este 2019 son los mismos que me hice para 2009. Y para 1999. Y para 1989... Y que ahí siguen, cumplidamente incumplidos. De modo que esta vez no me propondré, por ejemplo, poner en orden todos mis desórdenes. Me propondré sencillamente poner en ellos un poco de orden hoy, otro poco de orden mañana, y el siguiente día, y así sucesivamente. El primer día de cada año acostumbro ir a la iglesia con mi familia. Es día de pedir, y ante el buen Dios los hombres seguimos siendo siempre niños, de modo que no le molesta que le pidamos siempre. De vez en cuando, sin embargo, deberíamos hacer también una callada acción de gracias por todo lo que nos da. Hoy no le pediré al Padre que me evite sufrimientos. Eso sería como pedirle que me evitara gozos. Penas y alegrías forman parte por igual de la herencia de los hombres, y es insensato pedir un paraguas que nos proteja de las desgracias que afligen a los demás. Le pediré al Señor, sí, que cuando me llegue alguna pena me ayude a encontrar el sentido que hay en ella, de tal manera que mi sufrimiento no sea un dolor vacío, estéril, sino algo que me hermane con mi prójimo y me haga ser mejor, más comprensivo, más humano. Cada Año Nuevo cometemos el error de no ver los árboles por ver el bosque. Vemos el nuevo año, pero no vemos los 365 nuevos días que el año nos traerá. El día último del año que se fue y el primero del que llega hacemos una serie de fiestas, promesas, buenos deseos y propósitos. Y el día dos volvemos a ser como siempre hemos sido. Con eso hacemos que el Año Nuevo sea viejo. Quizá sería mejor, en vez de hacer una vez al año fiesta de Año Nuevo, hacer todos los días una fiesta de Día Nuevo. Sería una humilde celebración interior, íntima, que no tendría propósitos heroicos sino "proposititos", es decir, la silenciosa pero firme promesa de hacer ese día algún pequeño acto bueno para uno mismo, para los seres queridos que comparten con nosotros la vida en el hogar, para nuestros familiares, para los amigos, para el prójimo, para este planeta en que vivimos. Así, al comienzo de cada Día Nuevo acudiríamos a ese templo interior que cada uno de nosotros lleva en sí -que cada uno de nosotros es- y daríamos gracias por los dones recibidos, y pediríamos más, porque a Dios siempre se le puede pedir más, y ofreceríamos algo de nosotros para que ese día no fuera un vaso lleno de nada, sino colmado de las cosas buenas que dan el trabajo bien cumplido, la vida bien vivida, el amor bien realizado. No me propondré ser perfecto, sino ser sencillamente ser un poco mejor. Buscaré la felicidad, pero sabiendo que se encuentra mejor cuando se ayuda a hacer la felicidad de los demás. Procuraré dar. Mejor aún: procuraré darme. Recordaré que ni la piedra, ni el árbol, ni el animal, ni el ave tienen que explicar su presencia en este mundo, pero yo sí la tengo que justificar, y el único modo que tengo de justificarme es haciendo que sea mejor mi pequeño mundo, la circunstancia que me rodea: mi casa, el sitio en que laboro, mi familia, mi círculo de amigos. Dios no me pide mucho: sabe muy bien que soy muy poco. Espera de mí, eso sí, que cada día dé algo a quien lo necesita, a quien me necesita. No se trata de dar bienes materiales; se trata de dar algo de mí. ¡Feliz Año Nuevo -Feliz Día Nuevo- a mis cuatro lectores! Y que Dios, que es el Amor y la Vida, me enseñe a amar y a vivir. FIN.

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