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Última carta de amor de un periodista

Una historia demasiado real

Jeremy Renner interpreta al periodista Gary Webb. Foto: IMDb

Jeremy Renner interpreta al periodista Gary Webb. Foto: IMDb

Iván Hernández

Llevar el traje de periodista bien puesto no es tarea fácil, alcanzar la comprensión total de un evento también resulta complicado, pero denunciar la maquinación de una agencia gubernamental con amplios recursos, eso escala a la categoría de intento de suicidio.

Jeremy Renner es un actor que parece imposible de descifrar. A veces no queda duda de que es malo, unidimensional y diseñado ex profeso para las cintas de acción. Luego, de quién sabe dónde, le da por encabezar un filme delicioso, una grata experiencia. El nacido en Modesto, California, muestra maneras, quizá, todo el misterio radica en que sigue la fórmula de hacer tres o cuatro películas para el gran público y otra para él.

En este espacio hablamos hace tiempo de Wind River, el western moderno de Taylor Sheridan estelarizado por Renner. Una trama sencilla -la investigación de la muerte de una joven en una reserva india- narrada de un modo que despierta la idea de estar apreciando un filme clásico.

Ahora toca hablar de Kill the messenger (2014), una historia sobre el desmedido éxito y el impetuoso ocaso de Gary Webb (interpretado por Renner), un periodista estadounidense que hizo su trabajo y sufre las consecuencias.

Webb es un empleado de un rotativo californiano de ligas menores con olfato para encontrar noticias. Obtiene un buen texto de su visita a un narcotraficante que denuncia haber sido despojado de sus bienes por el Estado a pesar de que los cargos en su contra no cuajaron.

Ese trabajo llama la atención de Coral Baca, novia de otro acusado de introducir droga a Estados Unidos. Ella pondrá a Gary sobre la pista de la que será la nota más importante de su vida.

Para empezar, la mujer le entrega una copia de un documento clasificado en el que se detalla la colaboración con la justicia estadounidense de un tal Danilo Blandón, nicaragüense al que Coral describe en una sola frase: “probablemente es el mayor traficante del país”.

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Interesado, Gary asiste a los tribunales. A la primera oportunidad se entrevista con Russell Dodson, el fiscal encargado de poner tras las rejas al novio de su informante. Comienza a hacer preguntas sobre Blandón, el fiscal se retira en silencio, aunque con evidente preocupación. Acto seguido, Dodson retira los cargos y el novio sale libre.

Allí está la confirmación de que el periodista ha dado con algo importante, un asunto turbio que involucra drogas, paramilitares centroamericanos, asuntos de seguridad nacional, sórdidos secretos. Gary se introduce en un camino de advertencias, de amenazas, de riesgos para su seguridad y la de los suyos. Las fuerzas a las que se enfrenta no tardan en manifestarse; para enfrentarlas, no dispone sino de su gafete y del respaldo no tan incondicional de sus jefes. Decidido a seguir con la historia, Webb se lanza al abismo. A lo largo del filme la cuestión a desvelar es si trae o no puesto el paracaídas.

EL TRAJE PUESTO

Llevar el traje de periodista bien puesto no es tarea fácil, alcanzar la comprensión total de un evento también resulta complicado, pero denunciar la maquinación de una agencia gubernamental con amplios recursos, eso escala a la categoría de intento de suicidio.

Esas son cosas que se aprenden sobre la marcha. Por mucho que el mensajero reciba advertencias y le pongan como ejemplo a otros que intentaron lo mismo y acabaron hundidos en el fango, llevar el traje puesto implica estar dispuesto a todo con tal de contar la historia y darle seguimiento.

Gary entrevista a delincuentes, seres que son el eslabón más débil y el que más ignora de las operaciones en que se han involucrado. Encuentra que unos enviaban, otros vendían, algunos se enriquecían, también había quienes se dedicaban a financiar paramilitares que echaran del poder al Frente Sandinista de Liberación Nacional.

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Gary Webb con un recorte de prensa de su denuncia. Foto: jorgealiagacacho.blogspot.com

Detrás de todo este escenario se alza la sombra de la Agencia Central de Inteligencia, la CIA, la Compañía, como guste llamarla. Desde luego, no hay ninguna fuente de la agencia que esté dispuesto a hablar y a corroborar lo que ha sacado a la luz un diario de ligas menores. La versión de Gary expone que ante la negativa del Congreso a financiar las acciones de los Contras, la CIA había facilitado una forma suplementaria de reunir fondos: que narcotraficantes nicaragüenses inundaran con cocaína los barrios de negros en ciudades estadounidenses.

El problema de la historia, según le explican a Webb algunos confidentes con los que entra en contacto, es que es “demasiado real para ser contada”. Por tanto, lo mejor es abandonar la partida; la otra opción es continuar en el entendido de que cosas malas ocurrirán y no podrá decir que no estaba advertido. Llevar el traje, cualquiera lo hace, pero llevarlo bien puesto no es algo que muchos siquiera se atrevan a intentar. Gary decide continuar y es así como consigue impactarse con un muro, de frustración, desinformación y desmentidos, pero muro al fin.

REPARTO

El reparto es una de las primeras cosas que llaman la atención. En Matar al mensajero se dan cita Robert Patrick, Andy García, Paz Vega, Michael Sheen, Michael K. Williams, Mary Elizabeth Winstead y Ray Liotta. Todos aportan lo suyo en dosis pequeñas, pero certeras. Gary Webb navega de uno a otro punto de la investigación armando, una pieza a la vez, el rompecabezas.

La cinta dirigida por Michael Cuesta, que el año pasado estrenó American assassin con Dylan O´Brien y Michael Keaton, consigue, primero, involucrarnos en la efervescencia del descubrimiento, la adrenalina de estar sobre la pista de algo que puede cambiar el modo en que vemos un fenómeno terrible, en este caso, la epidemia de adictos a la cocaína entre la población negra y pobre de varias ciudades de la Unión Americana. Luego, nos lleva por el amplio sendero de la campaña de desprestigio contra un informador que no hizo los deberes, pues no consiguió que ninguna fuente oficial corroborara una versión que, en el más optimista de los casos, es imprecisa.

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Discurso final en la película sobre la labor periodística. Foto: IMDb

Informantes que se desdicen, informantes que desaparecen, investigadores que no son capaces de confirmar lo publicado por un medio californiano de ligas menores, todo va dando forma a un completo descrédito, uno que tiene la apariencia y el nombre del mensajero. Dicen que cuando la noche se pone más oscura, es cuando está más cerca de salir el sol. En las historias que involucran a periodistas que hacen su trabajo y llevan el traje bien puesto, no es infrecuente que la de rosados dedos sencillamente no se presente.

HEROICIDAD

El ejercicio del periodismo no tendría que ser un acto heroico. Sin embargo, no es raro que adquiera ese aspecto. Que a ello contribuyan las autoridades, los colegas, los empleadores, los compañeros de trabajo, y demás, nos habla de lo indispensable que es, en ciertos casos, matar al mensajero.

En tiempos en que la prensa tradicional sufre las embestidas de las nuevas plataformas, el acceso a trabajos de periodismo de investigación por vía digital es una bocanada de aire fresco. A la par que fenómenos como las agresiones contra informadores y las cargadas mediáticas se han vuelto cotidianos, la carretera del ciberespacio dispone de espacio suficiente para abrigar propuestas que apelan a lo básico, a eso que repiten como un mantra varios maestros del oficio: el periodista cuenta historias.

El relato de Gary Webb, que le valió premios y reconocimiento antes de que la noche se pusiera muy oscura y así siguiera, invita a preguntarse por el destino de los mensajeros de este lado del río Bravo, por aquellos que han quedado inertes sobre el asfalto de la calle o cuyos restos han sido recogidos del fondo de un canal de riego, por tantos que han caído en el ejercicio del oficio, o de la profesión, como prefiere verse. Contar una historia tiene un precio, más cuando se trata de algo tan terrible y demasiado real como para ser contado. Esto lo dice mejor el Gary Webb de Renner en el discurso final, esa última carta de amor de un periodista.

CONTACTO: @ivanhazbiz

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