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Nueva realidad mexicana

RAÚL MUÑOZ DE LEÓN

A partir de 1929, el Estado mexicano contribuyó a la creación de un sistema político que durante décadas fue reconocido por muchos, e incluso, otros países latinoamericanos quisieron imitarlo, porque fue un Estado que supo superar con éxito el dilema histórico entre estabilidad política y transmisión pacífica del poder.

Contó para dar origen a tal sistema político, como piedra básica, con un partido hegemónico, pero ni siquiera en las épocas de mayor predominio de ese partido, se rechazó en México la posibilidad de pluralismo que, por otra parte, se halla establecido en la Constitución Política del país. El pluralismo incluso se alentó, a veces, desde el mismo poder, mediante la creación de partidos políticos, para dar cabida a las minorías, las cuales en otros países democráticos son ignoradas.

Esa configuración hizo posible un Estado fuerte comprometido con la modernización. Entre 1938, cuando Cárdenas impulsa el modernismo del Estado y 1988, con la elección de Salinas de Gortari, sospechosa de ilegítima, cuando ese modelo empieza a dar muestras de ineficacia ante la nueva realidad, corren cincuenta años, bajo el impacto de crisis económicas como las de 1982 y 1988, extrañando que no se hubieran previsto, pues los síntomas estaban presentes desde 20 años antes.

Sin embargo, sea como haya sido, lo que conviene resaltar es que fue posible establecer un Estado eficaz y con capacidad para solventar los conflictos que creó la modernización del país, mantener el equilibrio entre los actores políticos y sociales y propiciar la estabilidad y el crecimiento durante por lo menos cinco décadas. No se trata de defender al antiguo régimen, sino sólo de establecer un hecho real, ya histórico.

Ahora estamos ante una nueva realidad: Ha asumido el poder un Presidente de la República, emanado de un partido diferente al que fue la base del sistema político durante ochenta años; un Presidente que ha anunciado que no sólo es un cambio de gobierno, sino un nuevo régimen al que ha denominada Cuarta Transformación, equiparándolo anticipadamente a la Independencia, la Reforma y la Revolución, sin esperar el juicio histórico popular, pues apenas inicia su gestión.

Aquí la cuestión es: ¿estamos o no en vísperas de la ampliación en la participación ciudadana que conduzca a un sistema político más democrático?, ¿están en aptitud los principales actores políticos para lograrlo? Porque una cosa es el surgimiento de un electorado más consciente e informado que cataliza las tendencias sociales a la participación, presentes hace tiempo en la sociedad; y otra muy diferente es la capacidad de los actores políticos principales, los partidos y sus dirigentes, para entender esa realidad y conducirla adecuadamente.

El primer tema, central a todos, es el de la democracia. Esta ha sido y sigue siendo predominantemente una preocupación de las élites políticas, más que objeto de una amplia demanda popular, porque salvos casos muy contados, como el de San Luis Potosí, con Salvador Nava, no se han visto movilizaciones a nivel nacional para exigir respeto al voto. Tener presente esta circunstancia aclara mucho el panorama de la discusión del tema democrático mexicano, pues se trata de los actores políticos principales, poniéndose de acuerdo sobre las reglas de juego; y de intelectuales e ideólogos discutiendo transiciones a la democracia y sus alcances.

¿Estará AMLO dispuesto a este debate? Hay la confianza en la gente de que tenga esa disposición. La concentración exagerada del poder en una sola persona, como es el caso, lo marea, le hace perder el piso y sentirse en las alturas, carente de humildad. La soberbia es mala en cualquier circunstancia de la vida, pero más en política, sobre todo cuando se tiene la alta responsabilidad de dirigir un país. Él mismo lo ha dicho, según las noticias de hoy en los diarios: "Tengo en mis manos las riendas del poder".

Tendrá que entender y así ejercerlo, que el poder deriva del pueblo y que éste se lo ha otorgado para que conduzca el país por el camino de la democracia, la libertad, la paz y la dignidad de las personas; respeto a las instituciones, aunque alguna vez él haya dicho "que se vayan al diablo" , porque sin instituciones ningún gobierno puede sobrevivir; debe reconocer que una de esas instituciones es el sistema electoral que preparó, organizó y realizó las elecciones, institución que reconoció su triunfo, le otorgó la constancia de mayoría y lo declaró Presidente Electo; y aceptar también la actitud de la propia institución del gobierno que sale, pues su asunción al poder se dio en un clima de paz, de tranquilidad y de armonía.

Su compromiso con la historia y con el pueblo que lo eligió es entregar a su sucesor un país en paz y con libertad como él lo ha recibido, a pesar de los conflictos y problemas que haya. Que no pierda la perspectiva de la realidad, que tenga bien plantados los pies en el suelo, respetando plenamente la división de poderes; un Estado sólo es eficaz si se respetan los límites del legislativo, del ejecutivo y del judicial. El ejecutivo no debe ni puede legislar y juzgar simultáneamente, invadiendo las esferas de competencia de los otros poderes.

El principio constitucional de la División de Poderes, tanto como el Pacto Federal, es fundamental para el éxito de todo gobierno; para que el poder se convierta en autoridad debe someterse a los límites que le marca la Constitución, si los rebasa, su autoridad deviene en arbitrariedad; por lo tanto, que no se deje adormecer por el canto de las sirenas que lo lleven a cometer el error de Luis XIV de Francia, el Rey Sol, quien en el Siglo XVII, época del absolutismo monárquico, en la que el rey era también legislador y juez; cuando con sólo 16 años de edad, para hacer valer la supremacía de la autoridad real sobre el Parlamento, y demostrar que el monarca estaba por encima de la ley, dijo "El Estado soy yo" (L´Etat c´est moi). Infeliz expresión que en términos coloquiales mexicanos equivale a decir: "Aquí nomás mis chicharrones truenan".

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