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Los símbolos de Andrés Manuel

SIN LUGAR A DUDAS...

PATRICIO DE LA FUENTE
“La patria es dicha, dolor y cielo de todos y no feudo ni capellanía de nadie”.— José Martí

El estilo personal de gobernar pero sobre todo, la utilización de símbolos. Con variaciones a mayor o menor escala, todos los presidentes de nuestra historia moderna comenzaron el ejercicio de gobierno queriendo imponer su sello para así diferenciarse.

Por la cercanía, quizá el ejemplo que mejor recordamos es el de Vicente Fox pues fue el más abrupto en cuanto a variación de símbolos y estilo se refiere. Al asumir la Presidencia de la República aquel 1 de diciembre del 2000, el hombre de las botas cometió un “sacrilegio” mayúsculo al vulnerar la separación Iglesia- Estado yendo a la Basílica de Guadalupe antes de rendir protesta en el Congreso.

Aunque Fox pretextó que su fe era privada y personal, el primer presidente panista de la historia se postró frente a la imagen de la Virgen de Guadalupe rodeado por decenas de camarógrafos. Con ello, aquél instante se convirtió en un acto de carácter público. Y cómo olvidar cuando en la ceremonia solemne de transmisión de poderes, el primer mandatario de la transición comenzó su discurso saludando a sus hijos: “Hola Ana Cristina, hola Paulina, Vicente y Rodrigo”, lo que dejó boquiabiertas a millones de personas.

Después, Fox modificó el escudo nacional e impuso el famoso logotipo del “águila mocha” en todas las imágenes y papelería del Gobierno Federal. Ni qué decir de aquél famoso beso entre Vicente y Marta en la Plaza de San Pedro, Vaticano, en una suerte de acto de presión al Sumo Pontífice para que la Iglesia permitiera se casasen bajo el rito Católico.

Los símbolos e imagen de la era de Felipe Calderón resultaron, desde el principio, brutales para el espectador. Inolvidable e inédita su entrada al Congreso por la puerta trasera, la máxima tribuna del país tomada por los inconformes, Paseo de la Reforma secuestrada por las huestes de López Obrador y un Jorge Zermeño aturdido al tener que pasarle la banda presidencial en una ceremonia que duró escasos minutos. Impedido por las circunstancias, Calderón no pudo pronunciar mensaje alguno y salió corriendo.

Sin embargo, la imagen más lacónica vendría días después cuando el mandatario apareció en el balcón de Palacio Nacional, sus hijos vistiendo el uniforme militar. Fue, por decir lo menos, perturbadora la forma en que el nuevo Gobierno quiso anunciarnos que el presidente emprendería una cruenta batalla contra los cárteles del hampa. Los primeros símbolos de Calderón se convirtieron en preámbulo del horror y signos de hasta qué grado la podredumbre de nuestras instituciones carcomía al país en su conjunto.

Enrique Peña Nieto quiso que la investidura presidencial, con toda su parafernalia, cobrara el brillo del máximo esplendor priista. Como nunca, la nueva administración dilapidó carretadas de dinero en imagen y terminó convirtiéndose en el sexenio más dispendioso de la historia. Sin embargo, los frecuentes dislates y pifias del nuevo mandatario en vez de apuntalar la investidura presidencial terminaron demeritándola. Peña Nieto fue un presidente blindado, encapsulado, lejano de la ciudadanía y desinteresado en hablar con los medios de comunicación. La imagen de la familia presidencial comunicó dispendio, arribismo, ascenso social, riqueza inexplicable, producción de Valentín Pimnstein llevada hasta Los Pinos.

Y qué mayor contraste entre un presidente que llegó a entregar la banda al Congreso rodeado de camionetas blindadas, y otro que lo hizo a bordo de un automóvil Jetta blanco, austero y sin mayor aparato de seguridad. Porque con Andrés Manuel López Obrador nada es fortuito. El que porte trajes que le quedan grandes más que un descuido lleva la clara intencionalidad de parecerse a Pepe Mújica y proyectar austeridad republicana. Mientras Peña Nieto gastó cientos de miles de dólares en trajes a la medida, a López Obrador no le interesa ser figurín de aparador. Nada es circunstancial en cuanto a la construcción de imagen política se refiere. Nada.

Nuestro actual presidente es un profundo creyente en el poder de la imagen y el uso de símbolos e imágenes históricos para transmitir mensajes de carácter político. Si Vicente Fox sacó de su despacho el cuadro de Benito Juárez y colocó uno de Francisco I. Madero, López Obrador agarra clavo y martillo para regresar al Benemérito justo a donde estaba. Si Peña Nieto hizo del avión presidencial un palacete con alas, Andrés Manuel lo vende aunque perdamos dinero.

López Obrador se diferencia rotundamente de todos sus antecesores pero ojalá que de los símbolos pasemos al cambio que tanto promete porque de ellos estamos sobrados, no así de hechos y promesas cumplidas.

Twitter: @patoloquasto

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Escrito en: sin lugar a dudas

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