Columnas la Laguna

Soledad, abismos y un horrible fuego

Higinio Esparza Ramírez

(Extractos de "Fausto", el libro de J. W. Goethe (2)

En los diálogos de Fausto y Mefistófeles, se configuran el bien y el mal en forma elegante; sólo hay tres exabruptos, uno lo dijo Satanás en el infierno, otro lo expresó un parroquiano alcoholizado y me falta un tercero. Fausto cede a las primeras insinuaciones para entregar su alma al diablo diciéndole a Mefistófeles que no se opone a conocer mundo y le da libertad de paso.

Mefistófeles que quiere su alma, se empecina, aprovecha ese instante de debilidad y le exige: ¡Fírmale pues! Hay cola, y le extiende un contrato con letras chiquitas.

F.-¿Cómo te atreves truhan hijo del caos, a dudar de la palabra de un caballero?

M.- Así me dijeron los del primer círculo de mi reino y todavía no cumplen ni lo harán nunca. Cada mes incinero en mis hornos pagarés y letras de cambio vencidas. Juran arrepentimiento pero eso no funciona conmigo. A mí no me sorprenden como lo hacen con el Señor.

F.--El espíritu creador me ha desechado. La naturaleza se cierra ante mí. Estoy hastiado de toda ciencia Haz, pues, hijo del infierno, que queden satisfechas mis ardientes pasiones.

M. -Lánzate al mundo conmigo. El hombre pusilánime no se atreve. Es preciso apresurarnos antes de que se nos escapen los placeres de la vida. Vamos a partir enseguida. (Lo lleva a una taberna)

M. -¿Ves cómo se pasan la vida? Con poca inteligencia y mucho buen humor, lo demás los tiene sin cuidado. Son como los gatos jóvenes que juegan con su cola. Pero orita los verás con cinco copas adentro, convertidos en energúmenos insolentes.-¡Marrano!, le grita un parroquiano al otro y le demuestran a Fausto que son como los niños recién nacidos: al principio no quieren el pecho materno pero después no lo sueltan y se alborotan, cantan y beben sin desprenderse de los surtidores de alcohol de 90 grados.

Finalmente, Mefistófeles es cazado por el arcángel San Miguel y los ángeles se llevan al cielo la parte inmortal de Fausto, pero antes de que eso suceda, el príncipe diabólico lo lleva al monte Hartz, región superior del infierno donde hay "soledad, vacío, rayos y truenos en la cumbre, un volcán que arroja enormes peñas y un horrible fuego; en sus alrededores un pueblo inmenso; las peñas candentes son un obstáculo para abrirse paso entre la multitud. Peligro, gritos, cantos, rumor y tumultos inauditos. La tempestad estalla. Ruedan cabezas por el suelo, corre la sangre hasta el punto de apagar el fuego, noche espantosa: retumbos prolongados".

Desde su trono y en el círculo que se cierra alrededor de Fausto y Mefistófeles -este último se pone unas gafas oscuras pues de acuerdo con el folklore alemán es enemigo de la luz- Satanás, el jefe del conciliábulo infernal explota en rayos y centellas: ¡Pónganse los cabrones a mano derecha y a la izquierda las cabras! Dos son las cosas que hay para vosotros grandes y espléndidas; dos cosas que no tienen precio: oro y mujeres. ¡A saciarse pues con mis hermosas brujas! Éstas llegan en escobas, se alisan la falda, se peinan las greñas y desarrugan manos y rostro aplicándose en los labios un rojo encendido. Mefistófeles besa a la que sólo tiene un diente cariado y ésta, una de las tres Furias (¿), escupe y levanta llamas en el suelo.

Fausto sólo observa, pues sabe que el averno es un lugar inapropiado para su sabiduría y le advierte a Mefistófeles que ya no será arrastrado por la adulación y la bajeza. -Me cazó el Gran Vicario, pero yo sé cazar a los ratones, le responde éste. Ambos, por cierto, en sus correrías conocieron el amor de las mujeres. ¡Maldita aventura que me has dado!, se queja Mefisto, super delegado de Lucifer y aquél sonríe diabólicamente.

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Escrito en: Higinio Esparza Ramírez

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