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Realidad, filtros y consignas

Ethos digitalis

EDGAR SALINAS

La realidad no es lo que parece. Pero eso poco importa. O sí. Paradójicamente, hoy que la información fluye con una velocidad y alcance sin precedente, comprender lo que sucede en nuestro entorno pareciera más difícil de lo que era hace un siglo. El caudal informativo y de conocimiento enfrentan hoy a un flujo semejante, si no es que mayor, pero en sentido contrario, de desinformación y narrativas engañosas salpicadas con datos veraces, sembradoras de una apropiación confusa pese a la aparente transparencia con que todo se difunde.

Los esquemas a partir de los cuales abordamos los fenómenos son ahora tan finitos como la velocidad con la que surgen nuevos puntos de referencia y elementos de interpretación. Quizá esto último sea la clave de lectura acerca de lo que podemos afirmar que está sucediendo: ante la rapidez con que el entorno se modifica y reacomoda, solo queda interpretar. No hay tiempo para indagar, reflexionar y someter a crítica esta fenomenología líquida. El reposo, la quietud y la perspectiva han sido superadas por la prisa, la reacción instintiva y la inmediatez de la visión.

La realidad no es lo que parece y además el filtro ya no es prerrogativa de algún misterioso y confidencial cuarto de propaganda como el War Propaganda Bureau o el Department of Information de la Gran Bretaña, cuya alta eficacia fue mostrada en el Primera Guerra Mundial; y qué decir del Ministerio de Esclarecimiento Público y de Propaganda de funestos impactos para el mantenimiento de la paz, pero de eficaces logros para la causa nazi en el periodo de entreguerras. De ese experimento dirigido por un egresado de filosofía de la Universidad de Heidelberg, Göebbels, se mantienen prácticas, pero hoy como máximas, en propaganda y publicidad: simplicidad, repetición, emociones, estereotipos, creación de un villano, mentiras repetidas, ninguna idea o abstracción. ¿Suena conocido? Sí, se pueden enlistar un sinnúmero de campañas de todo tipo de intereses guiadas por esos preceptos.

Una intención propagandística tiene su entorno de incubación. Si bien el filtro, decía, ha sido puesto al alcance de quien tenga una cuenta en alguna de las muchas redes sociales digitales, la conformación del mensaje guarda aún ese tufo de sofisticación propia de quien concibe no solo su formulación sino la pretensión última de lo que busca. Lo demás es poner en movimiento como piezas de dominó el casi gratuito engranaje que los algoritmos han desarrollado en ese cuarto de espejos que conocemos como redes sociales.

Un análisis sosegado de este flujo incesante que se nos muestra como deliberación pública, debate de ideas y participación masiva pone al descubierto lo precario de este intercambio supuestamente conversacional. En la mayoría de los casos no es tal. Se trata, por el contrario, de una batalla de consignas; de construcción, socialización y linchamiento de villanos; de una suerte de francachela verbal que degrada la comunicación hasta convertirla en meme. La realidad como meme; la contraparte como villana; la consigna como argumento: Galimatías digital. El fin de la conversación, deliberación y la comunicación como base de un acuerdo sustantivo de convivencia. El triunfo de lo faccioso, la exclusión, el racismo y las identidades segregacionistas.

Leí hace poco en "No Shame November!" (sección dedicada en Mashable a textos de columnistas que indagan en la cultura pop que les encanta y que la sociedad les dice que no les debería gustar), un texto de Kellen Beck en el que comparte y defiende apasionadamente su gusto por la música de Dave Matthews Band. Describe por qué le gusta, desde cuándo y con cuánto placer va a cada concierto que puede. También pone al descubierto los temores que han hecho preferir guardase ese gusto y no decirlo aquí y allá, dada la fama creada a los fans de la Banda. Al final, dice, lo que busca hacer es sencillamente ser un fan de la Banda y apoyarla sin reservas.

Algo así me ocurre respecto a esta era de realidad gruesa en filtros y consignas digitales. No se trata de pensar en que otro tiempo fue mejor en las conversaciones públicas y en la comunicación que generaba sentido. Pienso más bien en el magnífico reto que tenemos ahora, y en el futuro que podemos perfilar, si en lugar de construir villanos abonamos a la creación de espacios de convivencia y convergencia comunicacional donde la palabra sirva de amalgama y no, un tuit sí y otro también, de bala de cañón.

Y mientras tanto, escucho el sax final del You Might Die Trying, de Dave Matthews Band.

Twitter: @letrasalaire

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