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UNA CORDIAL DESPEDIDA

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Desde que recibí la llamada por teléfono presentí algo. Es el veterinario, a sus órdenes contesté, era una voz femenina, mi perro amaneció con manchas de sangre, ¿Qué le pasaría? Si gusta traerlo a consulta para revisarlo, va a estar en la clínica para llevarlo, así es le dije, y colgó. Jamás escuché un saludo, o una presentación. Después de unas horas, vi llegar a la persona que llamó con dos perros de pelaje blanco y manchas negras parecidos a los dálmata. Reconocí a la señora, tenía unos cuarenta años, meses atrás había venido para vacunar a una de sus mascotas, recuerdo que comentó que le había agradado la atención, pues estaba inconforme de otros veterinarios, le agradecí el comentario sin preguntar los motivos de su contrariedad, ni mucho menos ahondar sobre mis desconocidos colegas, pero me quedé con un raro presentimiento, después de cuarenta años en mi profesión, me ha ayudado comprender mejor a mis pacientes como a sus dueños, siendo la mayoría amables, y respetuosos. Llevaba a los perros con su respectiva correa, a uno lo amarró a la protección metálica de la ventana, le dije, si gusta meter a su perro a una jaula mientras reviso a la otra mascota, inmediatamente supe que no le agradó mi sugerencia, se me quedó viendo fijamente sin decir alguna palabra y naturalmente hizo caso omiso. Me dijo éste es el perro que amaneció con manchas de sangre, no sé qué le pasó, tal vez el otro lo mordió o lo rasguñó. Cuando le dije, lo sube a la mesa de exploración por favor, volvió a dirigirme esa mirada profunda sin decirme alguna palabra. Al revisar al perro supuestamente herido, que no le aprecié manchas de sangre, y no encontré alguna lesión ocasionada por una mordida, sólo un insignificante rasguño sobre su nariz de dos centímetros muy superficial sin presencia de sangre, revisé las encías, lengua, todo normal, le dije, su perro no presenta herida alguna, probablemente se hizo una pequeña lesión muy superficial en la boca y al lamerse manchó su pelaje, revíselo bien no es posible que no le encuentre algo, lo volví a revisar y no encontré absolutamente nada en todo su cuerpo, me seguía insistiendo y le expliqué que las heridas son muy notorias, además de dolorosas continúan emanando sangre o suero y se verían fácilmente en un pelaje blanco como el de su mascota. Me dijo tal vez el otro perro lo rasguñó pues tiene las uñas muy largas, córtele a éste las uñas, al revisar las uñas le dije que no necesitaba corte alguno, si intento cortarle más le provocaría una ligera hemorragia, el otro si tiene las uñas largas, córteselas. Lo sube por favor, le dije, y volví a sentir esa mirada fulminante, al darme la vuelta para tomar el cortaúñas y el bozal vi que ella se sentó, inmediatamente el perro de un saltó se bajó de la mesa de exploración, y fue cuando no se pudo contener y sacó todo lo guardado hacía mí, que no eran halagos naturalmente. Con gritos despavoridos me decía. ¡No es posible!, ni siquiera puede detener al perro, desde que llegué está de holgazán, no quiere hacer nada, es su obligación subirlo y todavía no le encuentra nada al perro, no le quiere cortar las uñas, le subo al otro perro y no lo detiene, ni siquiera se acomide para nada, los gritos se escuchaban hasta la calle, la señora se encontraba completamente fuera de sí, le traté de explicar con tranquilidad sin subir mi tono voz, ya sentado atrás de mi escritorio, los dueños nos deben de apoyar y detener a su perro mientras lo auscultamos o cortamos las uñas, son animales que vienen estresados y al sentir que algún extraño los trata de manipular o los carga, inmediatamente se defienden mordiendo aunque no sean agresivos. ¡Lo que pasa que no quiere batallar!, gritando aún más fuerte ya con palabras altisonantes, repitiendo todas mis fallas, tenía una mirada despavorida acercándose cada vez más hacia mí sobre el escritorio y fue cuando comprendí que probablemente trataba a una persona con algún problema, tal vez un tipo de esquizofrenia, me di cuenta que también sus mascotas se encontraban tan perplejas y estáticas como yo. Recuerdo que me dirigí a ella nombrándole señorita, pues si le decía señora y no lo era, sería como poner un clavo más en mi ataúd. Le pedí disculpas por no haber encontrado heridas en su perro, por no haberlo subido a la mesa y no sujetarlo, por no cortar las uñas, y hasta por el problema de mi rodilla y el uso del bastón, le dije que no había necesidad de gritar y ofender, además los clientes merecen todo el respeto, me di cuenta que dieron resultado mis palabras. Ni siquiera me atreví a cobrar la consulta, los minutos se hacían eternos, recuerdo lo último que le dije muy suavemente, "Que tenga un excelente día". Tomando a sus perros para irse, solamente alcancé a escuchar sin grito alguno. ¡Que también tenga buen día!

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