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Una distinción obligada

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MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

Nuestra vida y la calidad de las decisiones que en ésta tomamos dependen directamente de la precisión con la que seamos capaces de distinguir, por ejemplo, lo que nos hace bien de aquello que nos puede ocasionar un daño. Si por alguna razón se nos atrofia la capacidad para distinguir, ponemos en grave riesgo nuestra existencia y nuestro bienestar.

Una distinción obligada para actuar con justicia es la que separa aquellos daños que se ocasionan producto de un error, de aquellos que son producto de la mala intención. En ambos casos, hay consecuencias negativas, pero, en el segundo, eso es precisamente lo que se busca. Esa es la razón por la que, en nuestro país, existe una distinción jurídica entre el homicidio doloso o intencional, y el culposo o accidental. Por obvias razones, las penas previstas para uno u otro caso son diferentes.

En la cotidianidad de la vida los seres humanos estamos de manera permanente ante la posibilidad de equivocarnos debido a nuestra naturaleza siempre imperfecta. Lo que no debería ocurrir es que nuestras acciones persiguieran la única finalidad de perjudicar a alguien. Cuando sucede de esa manera, es decir, cuando nuestra intención es claramente la de lastimar, no podemos apelar al perdón alegando que cometimos un error porque sería deshonesto. La única manera digna de encarar tal situación es aceptar nuestra culpa y asumir como justo el castigo que recibamos.

Pero, cometemos una grave injusticia cuando atribuimos una mala intención a los errores de los demás, sin contar con la evidencia suficiente que permita llegar a tal conclusión; más grave todavía, cuando se emplean conjeturas forzadas y fantasiosas sólo para probar que nuestra hipótesis es la correcta.

Así las cosas, lo que me parece más grave del discurso de López Obrador y del de algunos de sus seguidores es su indistinción en torno al error y a la mala voluntad. Por supuesto que hay muchos y muy graves problemas en México, pero no todos son el resultado de la mala voluntad de quienes nos han gobernado. Y es precisamente por eso mismo, por lo que la sola buena voluntad de Andrés Manuel no bastará para remediar los males. Puedo pensar que, algunos de ellos, incluso van a empeorar porque, si el diagnóstico es equivocado la presunta solución tiene una elevada probabilidad de fracasar.

No tengo elementos para demostrar que la indistinción de AMLO y los suyos sea dolosa; pero, la decisión de mantener al Ejército en las calles, cuando todo el tiempo se sostuvo que tal estrategia era la culpable de la violencia que había en México se aproxima mucho a lo que podría calificarse como una evidencia de que, al menos en ese tema, sí hay una mala intención. Como pienso que también la hubo con la consulta sobre el NAICM, la cual fue diseñada y ejecutada para legitimar una decisión que ya había sido tomada.

Sin embargo, hasta ahora y a escasas dos semanas de la toma de protesta, me parece que domina más la torpeza que la mala fe. Pesa más la ingenuidad de quien ansía pasar a la historia como el salvador de la nación, que la malicia de quien, embriagado de poder, no le importa dañar al país.

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